El mundo no se lo cargará ningún volcán, ningún terremoto, ningún platillo volante atiborrado de marcianos asesinos. Será la tecnología la que termine con nosotros. De forma lenta, pero absolutamente segura e implacable. El fin del mundo llegará cuando el hombre haya quedado hasta tal punto idiotizado por los avances tecnológicos (ojo, no falta mucho) que sea totalmente incapaz de sobrevivir a un apagón tecnológico y sin una pantalla donde consultar los asuntos más mundanos sea tan vulnerable como un bebé al que le retiran el biberón. Hacia eso vamos a pasos agigantados, sin consciencia real del fenómeno, pero caminando cada vez más por la calle como autómatas sin mayor horizonte que el de la pantalla de un teléfono móvil.
La letra escrita nos permitió pasar de la prehistoria a la historia. En la posthistoria habremos vuelto a perderla y quedaremos a merced del plasma. Toda la información que acumule en el siglo XXI la humanidad correrá el grave riesgo de perderse en cuanto dispongamos de ella solo en soporte informático. El detonante será un virus mundial o cualquier otra avería que ahora se nos antoje una mera hipótesis. Hemos pasado de los álbumes de fotos donde se reproduce nuestra historia vital a las carpetas de imágenes en un ordenador, que corren el riesgo de desaparecer de un día para otro. El papel nunca muere. La carpeta de una pantalla de un ordenador, sí. Nadie irá al ordenador del abuelo para recuperar esas imágenes históricas de la familia. También puede ocurrir que las encuentre pero haya cambiado el soporte. Igual que nadie vuelve al trastero a por las películas de VHS que no tiene ya donde visualizar, porque se han dejado de fabricar los reproductores. Los libros están camino de la desaparición y ese apagón tecnológico del futuro puede dejar al hombre sin la obra de los Shakespeare, Proust o Dostoievski del futuro. Solo es cuestión de tiempo. Y de porfiar en el error.
Al ejemplo del VHS o de las tarjetas de las cámaras de fotos que ya no encajan con los ordenadores actuales se suma este mismo rincón. En este presunto almacén de memoria que constituye un blog, donde uno puede ir acumulando sus peripecias vitales o sus imaginarios, acaban de desaparecer como por arte de magia los comentarios de los lectores de los últimos cinco años. Desde 2011 hasta 2016. Cinco años de participación de personas interesadas en lo que aquí se pueda contar han ido a parar de un día para otro a la cloaca de la tecnología dejando a cero los 2.882 comentarios sobre los 640 post publicados en este período. ¿El motivo? Una migración a un nuevo soporte más moderno en la que resulta inviable, además de los propios escritos, acompañarles los comentarios adjuntos de cada uno en caso de haberlos, pues éstos son objeto de una gestión paralela que no podía ir de viaje en la mutación. Disculpas, por tanto, a todos los que tomaron parte en esta andanza (conservada al menos en un documento personal). Y ánimo para seguir participando, aunque la columna de texto se vaya a su vez estrechando adquiriendo un formato cada vez más parecido a la fisonomía de Chile, mientras se agrandan otros espacios. Solo hay dos opciones: adaptarse a los tiempos o tirarse al monte. La segunda opción es cada vez más tentadora.