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Adrián Ausín

Campo y playu

‘El Padrino’ en Sicilia

(Quince días por Sicilia 3)

En 1971, Francis Ford Coppola rodó en Savoca una parte esencial de ‘El Padrino’: esa en la que tras cometer sus dos primeros asesinatos, Al Pacino es enviado a Sicilia por la familia Corleone para apartarlo una temporada de la circulación y, de paso, conocer sus orígenes. Las imágenes están en la mente de todos: Al Pacino pasea por un pueblo con dos escoltas, se enamora de una lugareña, hija del dueño del bar, pide su mano y celebra una bodarelámpago que acaba en tragedia, pues unos días después muere al estallar el coche que debía haber arrancado Al Pacino. La bomba estaba destinada para él, pero a quien se cargan es a su fugaz esposa. Estas escenas fueron rodadas en Savoca y 45 años después, este precioso pueblo enriscado sobre el mar en la costa este de Sicilia recibe cada mañana quince autobuses cargados de turistas ávidos de pisar el pueblo donde se rodó ‘El Padrino’. La película de Coppola cambió por completo su rutina y le
ha inyectado miles de euros diarios en los últimos 45 años. Una buena razón, desde luego, para recibir la visita de la mafia, o de Coppola, exigiendo una tasa.

A Savoca se accede desde Santa Teresa di Riva, una localidad turística costera sin especial encanto (pero con habitaciones baratas), desde donde parten cuatro kilómetros de curvas ascendentes. Se llega al pueblo justo al Bar Viteli, ahí donde Al Pacino negoció la mano de la hija del mesonero. La película ha llenado de oro las arcas del dueño real, pero ha ‘destrozado’ el encanto original del bar, reconvertido en una tienda de souvernirs, con fotos del rodaje y dos terrazas, una delantera y otra trasera, donde las legiones de turistas toman sus consumiciones. Solo merece la pena asomarse y mirar. La huella de la película sigue a lo largo de alguna que otra tienda de merchandising, como la del bar de enfrente, con su amplia terraza y las vistas sobre las montañas circundantes y el mar. Por las mañanas, Savoca es un centro comercial sin demasiadas apreturas, pues el pueblo se extiende por largas calles marcadas por la cresta sobre la que se asienta. Sin embargo, quien acuda a media tarde a disfrutar de una cena temprana lo verá con otros ojos. Los quince autobuses diarios ya no están. Savoca se anima entonces con los italianos de los pueblos vecinos que acuden al reclamo de sus restaurantes y de la belleza del lugar, además de unos pocos turistas minoritarios. Se disfruta entonces del Savoca más auténtico. De Dioniso, la mejor referencia gastronómica, con sus mesas alineadas junto a un muro desde el que contemplas todo el paisaje montañoso y un propietario que guarda cierto parecido con Gerard Depardieu, pero con la nariz más fina. Caponata, aceitunas, risoto, gelatina de canela y un sabroso vino siciliano marcan una excelencia difícil de superar el resto del viaje. También obtiene nota elevada el primer restaurante que te topas antes de entrar al pueblo, Gelsonero, bonito y de calidad. Y en ambos una buena cena para dos ronda los sesenta euros. No más.

Quien desee conocer las dos caras de Savoca debe dormir allí (hay algún bed and breakfast) o bien acudir dos veces. En la visita nocturna saboreará su encanto tranquilo. En la diurna, verá abierto el Viteli y también tanto la iglesia donde se casó Al Pacino como otra donde el pueblo guarda con mimo unas horripilantes momias de sus antepasados. Si quiere llevarse recuerdos, opciones no faltan: camisetas con leyendas de la mafia, abrebotellas con un mafioso rural, imanes para la nevera con todo tipo de motivos… En Savoca han atrapado en el tiempo las más puras esencias de ‘El Padrino I’. Pasaron ya 45 años, pero siguen haciendo caja cada mañana. ¿Lo sabrá la Cosa Nostra?

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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