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Adrián Ausín

Campo y playu

Arrancar el coche en Sicilia

(Quince días en Sicilia 1)

Si fuera viable, los italianos irían al baño en coche. Un pasillo de casa un poco más amplio permitiría quizá conducir el Fiat hasta el váter. En Italia no hay prácticamente aceras. En muchas calles secundarias a un lado hay coches aparcados y al otro un hilillo de acera donde no caben dos personas. Por donde desfilaron las legiones romanas en tiempos de Trajano hoy desfilan coches, motos y motocarros metiendo ruido, pitándose unos a otros, dejando al peatón en un tercer plano. Los vehículos, la máquina como dicen ellos, son los reyes del mambo, los nuevos pretorianos; y los ciudadanos andan a caballo entre la plebe que llenaba el Coliseo y los gladiadores que les servían de entretenimiento. Son una mera comparsa de las máquinas, a las que se rinde un culto desproporcionado en un país tan sumamente atractivo para el viajero. ¿Peatonalización? Esta palabra no existe en el diccionario italiano, donde los coches siguen aparcados en los cascos históricos, a las puertas de las catedrales y, si entraran, en el pasillo de casa.

 

Acudes a Sicilia con varias amenazas. Una, el tráfico. La guía te advierte de que no entres en ninguna ciudad con coche por sus tremendos atascos y también de la imposibilidad de aparcar. Ambos extremos resultarán bastante exagerados. Algunos propios te dicen que conducir por Sicilia es aún peor que en el resto de Italia, resultando una tarea estresante sobrevivir al intento. También exageran. En las carreteras y en los cruces reina la ley de la selva. Pero no tienes más que adaptarte. Se adelanta en línea continua de forma permanente y tú no serás menos en cuando pilles el tranquillo al asunto. Cuando hay cruces, rotondas e intersecciones no hay código que valga. El que meta el morro primero gana. Da igual que vayas por una recta de un pueblo a velocidad media. Si uno se asoma desde un callejón y ve que le da tiempo se incorporará aunque eso implique un frenazo por tu parte. La mitad de los motoristas no llevan casco. Y si tardas una décima de segundo en arrancar al cambiar un semáforo el pitido está garantizado. Aparcar, por otra parte, es una ciencia abierta. Hay parkings en las ciudades. Por supuesto. Pero si se va a una playa, no quedará un centímetro de cuneta libre con tal de evitar ese prao con un tío en la entrada que te cobrará algo más bien razonable. Esa es la situación a grandes rasgos. Al final, conducir por Sicilia resultará entretenido, por supuesto con pequeñas sorpresas, algún cabreo esporádico e imprevistos atascos al atravesar pueblos por carreteras secundarias. Entrar en Siracusa será fácil, mientras a Palermo llegarás en barco desde las Islas Eolias, donde tampoco usas coche. Éste queda restringido a ocho días perimetrando la isla, que tiene el tamaño de dos Asturias y pico (25.711 kilómetros cuadrados) y le quintuplica en población con sus cinco millones de habitantes.

Sicilia es el balón que chuta la bota italiana, con forma redondeada, muy poblada en su costa y con un interior escarpado. Es una tierra de contrastes en magnas proporciones. A los excesos circulatorios se suman carreteras secundarias desconchadas y un urbanismo, a golpe de vista, atroz. Muchas poblaciones parecen Beirut, con casas amontonadas unas contra otras sin mayor adorno que la clásica caja del aire acondicionado ocupando un buen trozo de la terraza. Sin embargo, en medio de ese caos hay lugares fascinantes, incluso dentro de esas mismas localidades de feo envoltorio externo. Tres hitos de la Magna Grecia: Segesta, Selinunte y Agrigento. Pueblos preñados de encanto: Savoca, Scopello, Erice. Ciudades con mucho sabor y larguísima historia: Palermo, Siracusa, Taormina. Playas espectaculares: Spiaggia dei Faraglioni, Isola Bella, Vendicari. Arte griego del siglo V ajc, normando del siglo XII, barroco del XVII. Y una sabrosa gastronomía. Para no meter la pata es bueno ir documentado, llevar la Lonely Planet bajo el brazo y seleccionar. En Sicilia la belleza abunda. Sin embargo, quizá para llegar a la capilla palatina del palacio normando de Palermo, una joya única, haya que caminar por una calle mugrienta llena de inmigrantes africanos donde se intercalan casas viejas y bragas en los tendales con antiguos palacios restaurados como bed & breakfast. Esos cambios continuos forman parte de su encanto. Todo ello sin haber hablado de la mafia. En Sicilia hay mucha tela que cortar. Despegamos.

Fotos: calle de Palermo (con acera minúscula), Agrigento y Spiagia dei Faraglioni (junto a Scopello).

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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