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Adrián Ausín

Campo y playu

De Bilbao al Gorbea a pinrel

(Interrumpimos las crónicas sicilianas para dar una noticia de altura)

 

Para Héctor,
primus magníficus

En una vida hay un puñado de hitos vinculados a la superación de cada cual, en función de su medida de las cosas, que permanecen en la memoria como tesoros. El primero fue ir de Gijón a Covadonga caminando en el día: casi 80 kilómetros bastante llanos en trece horas y media. El segundo, subir el volcán Misti en Perú hasta sus 5.822 metros de altura en dos durísimas jornadas con taquicardias crecientes. El tercero, bajar de los miradores del Gran Cañón al río Colorado para bañarte en él y subir en el día, un mes de noviembre, superando un desnivel de 2.300 metros a 700. El cuarto, coronar el Torrecerredo. Y el quinto el pasado martes, antes de agotar las vacaciones de verano, resultó igualmente singular: salir caminado de Bilbao, atravesar Vizcaya entera por sus cordilleras, llegar al Gorbea, en la frontera con Álava, y subirlo. Y, claro, bajarlo hasta un pueblo de Álava, adonde te fue a buscar el primo Héctor, ideólogo y promotor de la ruta, que finalmente no pudo acompañarte. En total, unos sesenta kilómetros recorridos en trece horas y media. Doce hasta la cima y el resto, la bajada. Las dos primeras gestas tuvieron por compañero a un viejo amigo, la tercera fue con la esposa y ésta, en solitario. Nadie podía. A nadie, tampoco, le picaba mucho la intentona, que sonaba un poco a bilbainada.

Sin embargo, un reportaje de El Correo detallaba el recorrido con pelos y señales. Y dos grupos de montañeros lo habían colgado en internet. Unos, con pinta muy profesional, lo hicieron sin despeinarse en el día. Otros tres, más relajados, lo plantearon en dos días. El primero caminaron algo más de la mitad y acamparon. El segundo, dada la holgura, se bajaron a un pueblo a tomar una alubiada. ¡Y la cagaron! Tras una foto con la perola, ponen algo así como: Bueno, ya subiremos el Gorbea otra vez. O sea, que nada de comidas pantagruélicas. Las caminatas de largo recorrido requieren muchas comidas ligeras (barritas, fruta y agua) sin ni siquiera sentarse. Pues si paras demasiado las piernas se empiezan a endurecer y ya no hay quien las mueva. Es fundamental madrugar mucho: Por ejemplo, de 5 de la mañana a 5 de la tarde. Y plantear el reto de pico a pico, intentando olvidar el final. Voy a subir el Pagasarri. Subido. Voy a crestear. Hecho. Voy a subir el Untzueta. Subido. Voy a crestear. Hecho. Así una etapa tras otra, sin ir muy rápido ni despacio. A ritmo continuo. Luego está la suerte de que no haya pérdidas (te perdiste) ni caídas (caíste) ni lesiones (ninguna especial) ni ampollas en los pies (ninguna pese a llevar los playeros empapados todo el viaje al estar la hierba mojada) ni que los tábanos acaben contigo (unas diez picaduras a cambio de veintitantos cadáveres dejados en el camino). La premisa fundamental, la virtud que te llevará a la cima es la fortaleza mental, la determinación de realizar una conquista. Eso es el 80%. Y el 20% restante es tener las piernas en forma y el cuerpo engrasado. Es como cuando un equipo de fútbol modesto gana a un grande. Lo gana, en primerísimo lugar, porque está convencido de ello, porque cree en sí mismo y sale al campo a morder. Esto es exactamente lo mismo. Cabezonería, determinación, fuerza.

Vayamos a la ruta. Tras no dormir nada por los nervios de no oír el despertador y levantarte a las 4.30, sales de la Casilla, en el centro de Bilbao, en dirección al Pagasarri. Te equivocas dos veces al girar por las calles ascendentes, preguntas, corriges y subes. Es noche cerrada, pero la luz de Bilbao hace innecesario el frontal. Adelantas a un paisano mayor en la ascensión, al que das un susto de muerte, y no volverás a ver a un montañero, absolutamente a ninguno, hasta la base del Gorbea, diez horas después. El Pagasarri es la primera de las tres ascensiones de la ruta. Lo subes y chorreas sudor pese a la hora. Hay una gran humedad y más de veinte grados. Arriba, toca llanear hasta el Ganeko. Sin vistas por la intensa niebla cabrona que reina en el ambiente. Cuando lo bordeas la ruta debe seguir hacia tres picos seguidos que se van coronando casi sin querer por una cordillera preciosa (sin niebla): Kamarka, Mugarriluze y Goikogane, todos ellos a algo más de 700 metros de altura. Sin embargo, en esta sierra cometes la gran cagada de la excursión. La pista, en apariencia, se corta junto a la base del Ganeko y ahí mismo sale un camino a la izquierda. Lo tomas y te equivocas. Empiezas a bajar y a bajar y cuando te quieres dar cuenta estás llegando a Zollo, un preciso pueblo vizcaíno, a medio monte, con unos caseríos de impresión. Preguntas y confirmas el error. No te haces mala sangre. Debías haber cresteado por arriba ahí donde te señala un hombre de caserío, que para tu consuelo está envuelto por la niebla, y te has desviado para la izquierda. Después de aquel cresterío perdido debías bajar a Arakaldo, un pueblo a la altura de la autopista, para volver a subir a la siguiente cresta. No hay mucha solución. Pues volver a subir al punto de partida es una matada. Entonces caminas unos cuatro kilómetros por una carretera comarcal para salir a la general y cuando vas a salir a ella paras a un todoterreno para ver si te indican una pista que te evite ir por el arcén. No la hay. El conductor, Juan Ramón, otro hombre de caserío, un encanto, dice: Sube y te acerco a Arakaldo. Y aceptas. Nada ganarías por caminar por un arcén cuatro o cinco kilómetros.

En Arakaldo tienes la última fuente hasta la base del Gorbea, así que te pones las botas de agua e inicias la subida al Untzueta, otra chuletada. Cuando llegas arriba son las diez de la mañana y estás chorreando. Cambias de camiseta y de calcetines, comes y sigues rápidamente. Pero cuidado, aquí está el punto crítico de la ruta: una cresta rocosa vertical con caída a ambos lados. Está además mojada y la niebla no te deja ver el gran paisaje que te acompaña a izquierda y derecha. Apenas divisas veinte o treinta metros a tu alrededor. Cruzar este risco con la roca mojada y los playeros mojados requiere concentración y mucho tiento. Lo haces con cuidadín y respiras.

¿Estaré haciendo el gilipollas? Esa es la duda cuando ves que la niebla no se quita y te estás perdiendo unas espectaculares panorámicas de Vizcaya. La decisión inmediata es seguir. Ya habrá tiempo de abortar el operativo. La decisión es acertada pues en la larga cresta que inicias, con un confortable pasillo vegetal, se acaba haciendo la luz. Esta cordillera durará unas cuatro horas y antes de la mitad se abre un claro y otro y otro. Entonces ves. Y alucinas. A ambos lados tienes grandes pinares, masas forestales de helechos y unos valles casi vírgenes con apenas pequeñas aldeas en el horizonte. Atraviesas también un bonito hayedo, coronas pequeños picos y llega la bajada de esta cordillera tras una larga marcha. Es incómoda: rocosa, puntiaguda. Tropiezas varias veces y acabas cayendo, tras acabarla, cuando te despistas hacia la derecha en una ladera de hierba alta, montañas de leña y rodajas de árboles talados. Caes a plomo, gritas y tienes la suerte de hacerlo sobre una montaña de ramas que amortigua el deslome.

Desde Arakaldo tienes la compañía de un programa de GPS de Wikiloc Arakaldo-Gorbea (no encontraste Bilbao-Gorbea) y esto te permite corregir bien el desvío, que te hace perder una media hora y saltar con dificultad a través de una infinita alambrada que fue provocando la deriva hacia el lado equivocado. En cuestión de metros entras en el Parque del Gorbea, una preciosidad desde el inicio: accedes a una gran pradera con caballos, vacas y ovejas y la atraviesas en dirección a un gran pinar, donde deberás tomar una carretera hacia el Pagomakurre, el aparcamiento donde deja el coche la gente que va a subir el Gorbea desde la vertiente vizcaína. Has atravesado casi completa la provincia, las fuerzas flojean, pero la determinación es grande.

Surge una gran duda ¿Habrá agua en el aparcamiento? Si no la hay eres hombre muerto. Apenas te queda un trago del litro y medio de la mochila, renovado en Arakaldo. El primo Héctor, al que llamas, tiene dudas. Cree que sí. Si no te planteas pedirla a la gente que baje de la cima. Pues sin agua tienes claro que no podrás subir. Ha despejado hace tiempo y el sol está presente. Cuando llegas al primero de los dos aparcamientos ¡hay fuente! Paras un poco para beber como un loco, llenar las botellas, comer barritas, beber leche condensada y completar la bacanal con una manzana. Sigues rápidamente. Segundo aparcamiento. Junto a la fuente había una pareja en un banco. ¡Civilización! Nada más iniciar ya la subida oficial al Gorbea (pese a que los dos carteles de madera indican otros nombres de las majadas anteriores), preguntas a los dos primeros montañeros que te topas. Es una pareja mayor. ¿El Gorbea? ¿Voy bien por aquí? ¿Cuánto tengo hasta arriba? ¿Hay que tomar alguna desviación? El hombre te advierte de dos desviaciones a la izquierda ya en el repecho final y calcula, en una exagerada bilbainada, hora y media. Y tú menos, que eres joven. Falso de toda falsedad. Echando el resto lo harás casi en dos horas. Pero su estimación te da alas. Estás a las 3.08 de la tarde a hora y media del objetivo. Crees. La subida es muy bonita. Diáfana por tu izquierda. Con vistas. Empiezas a estar machacado. Pero el coco está mucho más decidido que las piernas. En una hora llegas a las majadas. Unas preciosísimas praderas ralas llenas de vacas, caballos y ovejas rodeadas de caliza y con una amplitud maravillosa. Es un edén. Un lugar mágico. Recuerda a Los Lagos de Covadonga en cierto sentido. Precioso. Y ahora, ¿qué más? La sorpresa negativa es que te queda casi otra hora, pero en este caso, un rompepiernas vertical. Avanzas por el camino, giras a la izquierda donde indica ‘Gorbea’ y rodeas por su izquierda unas peñas. Entonces apareces en otro pequeño valle con una casa. La dejas a tu derecha y subes todo para arriba por una montaña verde pelada y muy pindia. Llegas arriba en algo más de media hora deslomado y allí está esperándote, de nuevo, la niebla. Apenas ves a veinte metros a la redonda. Estás en un alto, con una estructura metálica con forma de embudo y crees que has coronado en medio del aturdimiento. Llamas a Héctor, a quien has ido enviando (junto a la esposa) alguna foto del trayecto. Pero él te aclara que si no ves una cruz, la famosa cruz con su virgen de Begoña en la base, no has llegado. No veo. ¿A izquierda o derecha? No tiene clara la respuesta en ese momento. A la izquierda intuyes una pequeña montaña de roca y a la derecha sigue elevándose el monte pelado. Tiras para ahí (el Wikiloc entonces no te sirve pues su destino era Vitoria y el Gorbea lo tomaba de paso lateralmente) y aciertas. Subes, subes, subes  y a los quince minutos, agotado, divisas de repente la estructura de la cruz, de unos doce metros de alto, entre la niebla. Te emocionas. Es el final. Y apenas son las cinco de la tarde cuando coronas. Pega el viento y te pones un chubasquero. Dos chicas te reciben: una de Vitoria y otra de Madrid. Son amigas y han subido desde el lado alavés, la verdad mucho más feo. Son muy majas y te hacen toda una ristra de fotos para inmortalizar la proeza. Sacas, por primera vez en tu vida, una bandera de Asturias. La has comprado en clave de humor, para replicar a los vascos tu talente colonizador hacia tierra astur. Hay que replicarles y reconquistar el Gorbea, su pico más alto, habías maquinado. Y ahí estás con tu bandera y con tu felicidad.

Han sido doce horas intensas. El Gorbea, pese a no tener una altura descomunal, 1.481 metros, se ha hecho de rogar en sus repechos finales y el trayecto desde Bilbao, mirado en un mapa, es como la trashumancia de las ovejas pero en versión humana. Te sientes orgulloso y muy contento de la maravillosa excursión, de las vistas espectaculares siempre que la niebla lo ha permitido y de no haber sucumbido ni a los 50 kilómetros de la ruta, ni a las pérdidas que los han alargado, ni a los playeros empapados ni a las caídas ni a los tábanos. La guinda sería un cielo despejado que habría multiplicado aún más las sensaciones y permitido divisar, desde la cima, Vizcaya, Álava y, dicen, La Rioja. Otra vez será. Esto no ha estado nada mal. Toca bajar. Y cuando vas desandando la cima lateralmente con las dos chicas te insisten en que vayas con ellas por el lado alavés. No encuentras motivos para negarte, pues llamas a Héctor y la distancia desde Bilbao a Pagomakurre (Vizcaya) o Murúa (Álava) es casi igual. En el inicio de la bajada se abre el cielo y ofrece de repente la vista de Vitoria y toda su meseta y sus lagos en toda su amplitud. Otra preciosa imagen para el recuerdo. Cuando el gran primo llega en coche a Murúa estás haciendo estiramientos de todo tipo junto a una fuente. El pueblo es bonito. Y solitario. Te abrazas con el instigador de la gesta, quien la ha vivido con intensidad a través del móvil. Le prometes la repetición juntos y sin niebla.

Sorprendido aún de lo virgen que es el paisaje vizcaíno una vez abandonado Bilbao por sus montes y del sonido de las motosierras en algunos parajes (sigue habiendo troncolaris en el País Vasco pero ahora ya sin hachu), inicias el regreso al Bocho. Cuando toca bajar del coche estás repentinamente inválido. Pero feliz de haber conocido las entrañas más salvajes de Vizcaya, la tierra de tu padre y de todos los ausines de la familia.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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