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Adrián Ausín

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¿Teruel existe? Pues mire usté, tien días

Un lunes de noviembre, cuando a las seis de la tarde es noche cerrada, avanzas en coche desde el aeropuerto de Barajas rumbo a Teruel, esa gran desconocida. Llevas media vida queriendo conocer Teruel, pero estés donde estés siempre queda a tomar por saco. Desde Gijón serían siete u ocho horas. Suficiente para no ir nunca. Pues tampoco es un destino en el que proyectes pasar unas vacaciones largas. Quieres, en primer lugar, comprobar su existencia. Que no sea un agujero negro del mapa. Y luego, ver Albarracín, precioso en Google Imágenes, pasear por la capital, con su arte mudéjar tan exótico, y descubrir acaso algo más de la provincia mañica. Desde Barajas hasta Albarracín, atasco mediante para abandonar Madrid, habrá cuatro horas. Desde que un discreto cartel te anuncia que entras en la provincia de Teruel hasta Albarracín mediarán cien kilómetros. Y a lo largo de ellos, con noche cerrada y una música marroquí recién comprada alegrando el interior del coche, estos son los elementos de vida que verás pese a atravesar algún que otro pueblo: ocho ciervos en la carretera (en tres entregas de cuatro, dos y dos), un jabalí en paralelo al asfalto y dos coches: uno civil y otro policial. ¿Habrá en Teruel una patrulla de policía por cada turismo? Esa es la estadística resultante de tu incursión en Teruel con nocturnidad, discreción y un frío helador. El termómetro del coche no ha dejado de bajar desde que avanzas hacia Albarracín. El viaje transcurre entre las cinco de la tarde y las nueve de la noche y cuando llegues a destino marcará dos grados. Pero en un par de pequeños puertos subidos y bajados entremedias ha llegado a los cero. Una pena la nocturnidad, pues el paisaje promete. Por lo poco que has podido intuir, es de pino y roca, amplio, limpio, sin un atisbo de contaminación… Ni de humanos. Teruel tiene una superficie de Asturias y media mientras su población apenas pasa de los cien mil habitantes (la capital es la menos poblada de España, con 34.000 aguerridos turolenses). Con estos mimbres, parece que has llegado a un paraíso perdido, a ‘otra Soria’ en versión aragonesa. Así será.

 El hotel elegido para tres noches es una preciosa casona de piedra, antiguo molino, a un lado de Albarracín: el Caserón de la Fuente. Urge ir a cenar algo tras haber comido solo un bocata y tal cual vas, pantalón corto y polar, sales al pueblo tras dejar las maletas. Recomiendan el bar del Casino, siempre abierto. Y a por él vas
este gélido lunes invernal. Al cruzarte con cuatro extranjeros pasa algo raro. Van embozados como si fueran a conquistar el Everest: gorras, bufandas, aparatosos anoraxs, botazas… Y tras el saludo educado al cruzarte en mitad de la noche, uno ríe a borbotones y los otros tres estallan también. Se están riendo de ti. De tus pantalones cortos en medio de una pelona de campeonato. Que rían. Ande yo te corto y ríase la gente… Albarracín está todo empedrado, se encrespa sobre dos montículos y le crece una muralla protectora monte arriba. Nació como reino de taifas musulmán  y ahora es uno de los pueblos más bellos de España. En el monumental viven cien personas y en el impersonal, abajo en la llanura, novecientas. No es práctico estar todo el día en cuesta. Pero ir a conocerlo, patearlo, hacer dos interesantes rutas guiadas complementarias que ofertan un par de asociaciones diferentes, comer un sabroso menú del día… La tarea se acumula. En tres días andarás pillado de tiempo para hacer todo lo que apetece: la ruta de los pinares de rodeno, de unas cuatro horas, salpicada de huellas rupestres al aire libre protegidas por estructuras metálicas, la ruta entre Calomarde y Frías de Albarracín, el paseo por el río Guadalaviar, bajo el pueblo, que ofrece preciosas imágenes del mismo, la rica gastronomía (crema de puerros, borrajas, conejo de varias formas, bacalao riquísimo…), las rutas guiadas… Y al anochecer, enseguida, reclusión en el hotel. Quedará pendiente para otra ir hasta el nacimiento del Tajo, que está también en el área de influencia de Albarracín.

Al cuarto día atacarás Teruel capital un par de horas. La coqueta plaza del Torico, la catedral, los alminares mudéjares, el mausoleo de los Amantes de Teruel (la historia huele a exageración). Es guapa la capital y hablan como en los chistes maños: en una tienda te dicen majico, calentico, vueltica. Toco acaba en ico. Pero el programa aprieta. El último objetivo de los cinco días de viaje en la gran desconocida es la comarca del Matarraña.

Si Albarracín está en la parte baja izquierda de la provincia, tu último objetivo está en la esquina superior derecha, pegando a Tarragona. En un reportaje de Vogue lo llaman ‘la Toscana española’ y no hay más que hablar. Median dos horas de coche. Pero ya que estás en Teruel hay que hacer el esfuerzo. La comarca del río Matarraña tiene unos pueblos espectaculares tras llegar hasta ella por una meseta un tanto árida. El que ejerce de capital, Valderrobres, está coronado por una fortaleza arzobispal y la catedral y tiene una preciosa primera línea de casas abalconadas sobre el río. Procede dormir enfrente, en la zona normal, para tener vista desde la habitación a todo ese frontal. El hotel Salt está perfecto para ese objetivo. En Valderrobres pruebas el jamón de Teruel, famoso y rico, pero lejos del ibérico, visitas la fortaleza y comes un menú riquísimo en el hostal restaurante que está nada más entrar al pueblo a la derecha. Antes, por la mañana, toca caminar. Todo el mundo recomienda El Parrissal, una ruta monte arriba a través de un río al que han colocado algunos tablones laterales contra la roca en los pasos más estrechos. Está guapa, se parece a la de Calomarde. Antes de llegar a Valderrobres te has perdido por las calles de La Fresneda, también monumental. Calaceite, Beceite… En la Matarraña todos los pueblos tienen su aquel. Está todo cuidado, tranquilo y guapino. El viernes toca abandonar Teruel, rumbo a Vitoria, a visitar al little broder. Has pasado cinco días de tu vida en Teruel y nadie ha llamado al 112 ni a la oficina de desaparecidos ni a Jiménez del Oso. La visita ha sido todo un éxito. Pese a noviembre y su frío. ¡¡¡Teruel existe!!!, gritas cuando pasas a la provincia de Zaragoza.

EPILOGO. Sin embargo, un control policial te devuelve a la realidad. ¿De dónde viene? De Teruel. ¿Cómo? Teruel. ¿Te qué? A ver, documentación. ¿Qué está chistoso? No. Esa carretera de la que sale acaba ahí. Nadie ha vuelto nunca de más allá. Agente, ¿no conoce Teruel? Está muy bien. Queda usted detenido. Pero si no hice nada. Solo he pasado cinco felices días en Teruel. Vuelva a decir la palabra Teruel y pasa la noche en el calabozo. ¡Teruel no existe! ¿Se entera? Cuando crees empezar a enloquecer, pillas una conversación del agente con su superior: “Otro que viene de Teruel. ¿Lo eliminamos?” Aterido, oyes decir sí al otro lado del móvil. Echas a correr, saltas al vacío y escuchas un disparo. Nunca habías contemplado la posibilidad de morir por Teruel. Pero la vida tiene sorpresas en cada esquina. Al caer sobre unas zarzas, que te amortiguan, escapas del campo de visión de la policía y aprovechas para palpar la espalda en busca de sangre. No hay nada. La esposa se ha quedado dentro del coche y tú no sabes muy bien qué hacer. Voy a por una linterna, le dice un agente a otro. No debe de andar muy lejos. Entonces corres, corres y corres hasta rebalar, rodar y caer a un gran pozo hediondo. Pones la función de linterna del móvil y miras. Aggg. Está lleno de turistas acribillados a balazos, algunos con el móvil en la mano para pedir socorro. TERUEL quiere seguir INEXISTIENDO.

APOSTILLA.-La esposa se queja. Cómo va a permanecer impasible en el coche mientras tirotean al marido. Les muyeres siempre tienen razón, ya se sabe. Se acepta la protesta. Procedamos: Mientras sales a gatas del hediondo pozo, escuchas más disparos. Cuando los agentes abren la puerta del coche para llevársela, simulando un desmayo, arrebata la pistola del cinto al poli, apunta a los tres y les insta a meterse en el maletero de un coche patrulla. Cuando lo hacen, dispara al aire alegremente. Pin, pan, pun. Cuando llegas, te dice, en versión Nikita: Ya tardabas. Y sonríe. Subes al coche y ella arranca como alma que lleva el diablo. Dos intrépidos viajeros han huido de las garras de Teruel para desenmascararlo.

 

 

 

 

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Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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