Piso céntrico de Gijón. Familia compuesta por cinco miembros. Ella dejó de trabajar para criar mejor a sus hijos. Sin embargo, hay un adolescente problemático. Inteligente, guapo, ligón y vago. Acaba de suspender casi todas y el padre intenta hacerle entrar en razón. Pero él le corta en seco: «Papá, no me pienso esforzar. Yo quiero vivir del cuento» (sic). Desesperado, el matrimonio lleva a la criaturita a un psicólogo muy recomendado. Cien, doscientos, trescientos… Cuando van siete sesiones y setecientos euros gastados, el padre le pregunta prudentemente al especialista: «¿No me dices nada?». «Una sesión más y te hago un informe», le replica. A la semana siguiente, este es su veredicto: «Tienes un diamante en bruto. Es ultrainteligente y muy independiente. Mi consejo es que le des más libertad y más dinero» (sic). «Si le dejabas salir hasta la una, déjale hasta las cuatro; si le dabas 50 euros dale 100». La idea, al parecer, es que el niño desarrolle plenamente sus talentos. Perplejo, el padre pregunta al psicólogo: «Oye, ¿tú tienes hijos?». «Sí, uno de catorce». «¿Y te da problemas?». «Hombre….». «Pues dóblale la paga».
Otro piso céntrico de Gijón. Viven una mujer aún joven con hijos de varias relaciones. No hay padre. Una institución benéfica paga el alquiler, superior a los 600 euros, mientras Ayuntamiento y Principado aportan unos 1.100 euros mensuales a dicho hogar. A veces a esta cantidad se suman aportaciones de los padres, pero no son regulares. Pues al parecer no trabajan. La madre, tampoco. Tiene novio y hace una vida, digamos, plácida.
Piso viejo y destartalado de El Coto. Un gijonés de 39 años vive solo y trabaja, como ha hecho siempre, en lo que puede. Normalmente, en la construcción. Ahora, también en la mar. No se puede permitir una vivienda mejor y ha elegido ésta porque le cuesta solo 300 euros al mes. Vive al día, de una chapuza en otra, en un sinvivir continuo. Sin embargo, empieza a pensar seriamente en echar el freno de mano y dejar de trabajar. Acumula hasta seis conocidos treintañeros que llevan más de un año y de dos, según los casos, cobrando 450 euros de salario social más 175 de ayuda a la vivienda. Total 625 euros sin hincarla, «toda una tentación», dice sin remilgos, pues a poco que hagas una chapucilla ‘en B’ ya te cuadrarán las cuentas con la ley del mínimo esfuerzo, «que parece ser lo que se lleva hoy día».
Cuando llevas tres pisos analizados –el adolescente zángano, la familia numerosa subvencionada y el joven trabajador harto de lo que le rodea; todos ellos casos absolutamente reales–, irrumpe un debate político en la ciudad. Dos partidos de izquierdas condicionan su apoyo a los presupuestos a habilitar una partida de 4,5 millones de euros para dar ‘una renta básica’ a no se sabe quién y va el partido gobernante ¡y acepta! Apuntan a modo de ejemplo que el colectivo de menores de 25 años (han leído bien) puede ser uno de los destinatarios de ‘sueldinos de 500 euros’ al mes para ir formándose como personas hasta tener derecho al salario social y luego, a renglón seguido, a la prejubilación. Entonces te das cuenta de que el adolescente de dieciséis años no tiene un pelo de tonto. Lee la prensa y planifica su futuro con disciplina germana, solo que a la asturiana. ¿Y el sufrido trabajador de El Coto? ¿Seguirá madrugando o se pondrá a la cola de la nueva ayuda?
En Estados Unidos, un señor llamado Clint Eastwood ha acusado a la sociedad americana de «estar criando nenazas» con sus políticas ultraprotectoras. ¡Ay si cruzase el charco…! Nada más asomarse al Pajares empezaría a liarse a tiros
(PUBLICADO EN EL COMERCIO el 15 de diciembre de 2016)