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Adrián Ausín

Campo y playu

Roble

(Los árboles del mi prau y del vecín 1)

Si linajes hubiera para clasificar la vida arbórea, figuraría en lo más alto, en la mismísima cima. Sin ánimo de ofender a nadie, mi porte, mi robustez, mi pedigrí, mi tronío, mi soledad en medio de una pradera, las hojas dentadas que me adornan, la edad… Acostumbro a ser el mayor. Llevo el peso del conjunto. Me desmarco de la vulgaridad sin inmutarme. Doy lustre allá donde estoy. En mi piel llevo inscrita la vejez, la nobleza, la rugosidad de lo centenario, los nudos forjados combatiendo inviernos.
 
Desde este rincón desde donde les hablo lo diviso todo. Una muria marca la linde con la amplia pradera vecina, desnuda de masas arbóreas y poblada en ocasiones de un puñado de vacas. Yo estoy a este otro lado, en la parte más alta de una bonita finca donde me escoltan abedules, castaños, álamos, carrascos, cerezos y algún que otro miembro de mi familia. Los tengo a distancia. Yo marco el territorio. Le doy identidad al conjunto. “Vamos a la finca del viejo roble”, dicen algunos. Y aquí estoy yo, centenario, camino del bicentenario. Seis escasos años me quedan para cumplir dos siglos de vida. ¿Alguien puede decir eso? Nadie responde. Me rodea mucha juventud, mucho bullicio, un gran entusiasmo de árboles, flores, plantas, pájaros y algunos humanos. Ellos vienen a pasar temporadas, habitan un caserón construido en medio de la finca. Pasan unos días y se van. Aquí quedo yo, controlando, dominando, reinando.
 
Mis raíces casi llegan hasta la vivienda. Mi copa está a unos ocho metros. Puedo verlo todo en unos diez kilómetros a la redonda. Hasta ahora recibía la frecuente visita de una pareja de ardillas. Esta primavera no han aparecido. Temo por ellas. El raposo pasaba todas las noches bajo mi sombra y temo que se haya producido el pasado invierno un fatal encuentro. Sigo viendo a los dos corzos pasar a diario, aunque acaba de comenzar la temporada de caza y también puede ocurrirles algo. Intento avisarlos cuando pasan, pero no me ha sido dado el don de la palabra. Acaso lanzarles unas hojas dentadas para espantarlos. Unos vienen y otros van. El perro de la finca vecina, un pastor alemán; un gato asilvestrado e irreverente que tomó gusto en dejar sus heces a mi regazo; los jabalíes de la montaña del fondo, que a veces merodean la zona. Cierta pena me invade cuando pienso que los voy a enterrar a todos. ¡Cuántas generaciones habré visto ya! ¡Cuántas me quedarán por ver! La longevidad es consustancial a mi especie, un don que tiene también sus esclavitudes. ¿Para qué encariñarte con nadie sin nada permanecerá? Mi cuasi inmortalidad está sólo pendiente de la fatalidad del rayo o de la mano del hombre. Poco más puede dañarme. De ahí que prefiera vivir solo. Contemplar el entorno. Relacionarme poco. Tirar las hojas en otoño y dormir profundo. Desperezarme en primavera y posar para la eternidad. Ese es mi sino.

Temas

Gijón y otras hierbas

Sobre el autor

Adrián Ausín (Gijón, 1967) es periodista. Trabaja en el diario EL COMERCIO desde 1995. Antes, se inició en la profesión en Bilbao, Sevilla y Granada. En 2019 escribió para el Ateneo Jovellanos el catálogo 'Gijón Escultural'. Luego publicó la novela por entregas 'Cilurnigutatis Boulevard' en Amazon (2021). De la comedia pasó a la tragedia, sin anestesia, en la distopía 'El buen salvaje' (2022), donde denuncia los peligros para el hombre del abuso de las nuevas tecnologías. 'García' (2023) se pasa al costumbrismo con todos los ingredientes de la novela clásica, ambientada en el Gijón de 1979.


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