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Siete jabalíes en una cacería en Llanes, cifra récord en la zona

Autor: Guillermo Fernández Buergo

El grupo de conductores de la jauría que participó en la montería del lote de La Mar. :: G. F. B.

El pasado sábado los cazadores llaniscos de la cuadrilla que gestiona Manolín García Granda rompían todos los esquemas al cobrar siete jabalíes en el largo y estrecho lote de La Mar, un territorio que va desde la playa de Buelna hasta la de San Antolín, encorsetado entre la carretera y el mar Cantábrico. En los 29 años de existencia de la Sociedad de Cazadores del Oriente de Asturias (Socoa), entidad fundada en octubre de 1982, nunca se había abatido tal cantidad de suidos en una cacería. Y EL COMERCIO estuvo presente en la montería, respondiendo a una invitación de los cazadores que ya auguraban una jornada altamente provechosa.
A las siete de la mañana, la palomilla, formada por 26 discípulos de San Huberto, se concentraba en la cafetería del hotel Europa, en San Roque del Acebal, para un desayuno comunitario y reparador a base de humeantes tazas de café, bocadillos y bollería. Una hora más tarde se colocaban las armadas de los tiradores: tres traviesas que cerraban la desembocadura del río Purón y dos aliviaderos hacia el fatídico tramo de carretera Unquera-Llanes, uno a la altura de Peña Tu y otro en la entrada a la playa de Vidiago. Los conductores de la jauría comenzaban su trabajo a las nueve  y sobre el hilo invisible de la pista del verraco hincaba la nariz una docena de perros que respondían a los encastes grifón azul de Gascuña, gascón Saintongeois, grifón asturcántabro y sabueso español.
Dada la estrechez del terreno a batir, los ocho equipos de monteros llevaban por delante una elevada cantidad de macarenos desalojados de sus encames. La zona era abundante en especies arbóreas: castaño, roble, avellano, manzano y eucalipto, y una selva de árgomas, lo que le garantiza al jabalí buena despensa y cubiles calientes.
Los atronadores, prolongados y retorcidos aullidos de los canes presagiaban que los disparos estaban a punto de producirse. La primera detonación se escuchó en el punto más alejado del cazadero, en el bocal del río Purón, donde ‘Garci’ pasaportaba un suido de 8,7 arrobas (cien kilos). Antes de las dos de la tarde otros seis cerdos salvajes habían entregado el salvoconducto cuando trataban de escapar cruzando la carretera nacional en dirección a Sierra Plana.
Ya solo restaba que la guarda, Sonia Campillo, emitiera el correspondiente certificado de defunción en forma de guía para autorizar el traslado de los gorrinos. Pero quedaba un problema por solventar: había que decomisar un jabalí porque el cupo en ese lote es de seis verracos y como prescribe la ley se incautó el de mayor peso, aquel de casi nueve arrobas que había sido el primero en entregar el pellejo.
Poco importaba y ya nadie recordaba el hundimiento de la Bolsa y el Ibex en la jornada de víspera. Los 26 cazadores y monteros repartieron las piezas capturadas con arreglo a una lista de espera que entre ellos tiene la categoría de catecismo y orientaron los pasos a rematar la tarde como había empezado la mañana, con una comida de confraternización. En el Mirador de Toró dieron buena cuenta de un menú a base de pote asturiano y ternera guisada con patatinas.

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