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Melisa ocupa el lugar de su hermano

Autor:  Guillermo Fernández Buergo

Melisa Tárano con un jabalí de 100 kilos y su perro ‘Rey’. :: G. F. B.

Melisa Tárano con un jabalí de 100 kilos y su perro ‘Rey’. :: G. F. Buergo

El 29 de diciembre se cumplieron diez años de la muerte durante una cacería de Benito Tárano Fernández, un chaval de 25 años, vecino de la localidad llanisca de Parres, que fallecía al resbalar por una canal de cien metros en el paraje de Vallisondi, en el concejo de Cabrales. A pesar de su juventud, Benito era ya un experimentado montero de la cuadrilla ribadedense de Pepe Piney y se había iniciado en la actividad cinegética quince años antes, cuando era un niño, acompañando a su padre, Antonio Tárano, en la persecución del zorro por las erías de Bojes, Noriega y Villanueva.
El día del fallecimiento de Benito Tárano, Pepe Piney, aturdido, abatido y desencajado, acertó a comentar a EL COMERCIO que «era un crío muy bueno, sin malicia. Empezó a cazar con nosotros cuando tenía diez años y su mayor afición eran los perros y el trabajo. Vivía la caza como nadie y nunca faltaba a la cita. Era un rapaz formal, de esos que ya no quedan».
En estos últimos diez años la cuadrilla de Piney regresó de nuevo al monte y llevará abatidos desde entonces más de 600 jabalíes, a una media de 60 por temporada. Y explica ahora el jefe de la partida que «durante las cacerías permanece imborrable entre nosotros el recuerdo de Benito».
Pero la caza tiene leyes inexorables, de esas que no están escritas aunque los más avezados en la actividad comprenden sin falta de muchas explicaciones. Una de esas normas establece que el lugar que dejan vacante en el monte la caza y el cazador vuelve a ocuparse, más pronto que tarde. Y el espacio vital que Benito Tárano dejaba vacío hace diez años lo acaba de recuperar esta temporada su hermana Melisa, al convertirse en la primera mujer socia del coto de Cabrales y la primera cazadora en la cuadrilla ribadedense de Piney.
De momento se preocupa exclusivamente de participar como montera y a su cuidado han dejado a ‘Rey’, un perro de sangre francesa, de manto blanco y del encaste Porcelana, una raza muy poco frecuente por estas latitudes. Los Porcelana son canes de finos vientos, incansables y con buenos aplomos. Son tal vez la raza más antigua de los podencos franceses y se les supone descendientes de los míticos perros blancos del Rey. Por esa línea podrían hundir sus raíces en la etapa medieval, aunque tal como se los conoce en la actualidad fueron estandarizados en 1845. Con la ayuda de ‘Rey’, Melisa levantaba hace unas semanas un hercúleo navajero, de 100 kilos de peso, que acabó abatiendo Eloy González.

Fotografía histórica de la cuadrilla de Pepe Piney, el único hogar cinegético que conoció Benito Tárano, fallecido hace diez años. :: G. F. B.

Fotografía histórica de la cuadrilla de Pepe Piney, el único hogar cinegético que conoció Benito Tárano, fallecido hace diez años. :: G. F. B.

Todavía recuerda Melisa que «desde hace diez años nadie de la familia había vuelto a cazar».  Y al terminar la primera montería en la que participó esta temporada le pareció que «era como si hubiese permanecido todo este tiempo en una jaula, que de pronto se abrió y yo me sentía bien. En todo momento me sentí acompañada por mi hermano y desde entonces no falté ni un día a la cita. A mí, a mi familia y a la cuadrilla se nos quitó un peso de encima».
Escuchándola, parece que en la actividad cinegética ha encontrado Melisa la piedra filosofal o el elixir de larga vida. De una jornada de caza dice que «me fascina porque me acogieron muy bien, estoy encantada y esperando que llegue el fin de semana». Y como conserva en casa «el rifle, la escopeta paralela y una repetidora que dejó Benito», ahora sueña con el día que le toque «abatir el primer jabalí. Me hace ilusión y creo que es algo que llevo en la sangre», concluye.
Y mientras le llega la hora de apretar por primera vez el gatillo, continúa pasando páginas de ese libro en blanco que les legó San Huberto a los cazadores. Por eso, el pasado sábado estaba en Cabrales con los miembros de su palomilla que cobraron cuatro suidos de 92, 64, 50 y 31 kilos en la parte alta de la villa de Arenas de Cabrales, no muy lejos de la sierra del Cuera.

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