Autor: Guillermo Fernández Buergo
A menos de quince días para que se dé por finalizada la temporada de caza mayor en algunos cotos, los más de 2.000 cazadores que operan en los 14 espacios cinegéticos de la comarca oriental llevan abatidas 2.207 piezas, de las que 1.823 son jabalíes, 154 corzos, 130 venados, 55 gamos y 45 rebecos. Las cifras del final de la campaña estarán bastante cerca de los 3.000 ejemplares cobrados. Quiere ello decir que los números, por quinto año consecutivo, continúan al alza en el cómputo de bajas. Y en los últimos diez años la cifra de animales salvajes que entregaron el salvoconducto en la comarca se podría situar en 18.000 ejemplares.
Pero no es oro todo lo que reluce en este terreno. La alta tasa de reproducción del jabalí y la ausencia de predadores hace que la especie vaya en aumento imparable y los responsables de la caza en cada territorio hayan aumentado los cupos de piezas por cacería. Lo que está en peligro de extinción es el cazador, víctima de tres factores muy a tener en cuenta: «La crisis económica; la elevada edad del cazador y la falta de relevo generacional, y el efecto bambi, que lleva a confundir lo cruento con lo cruel». Ésa es la opinión de José Luis Garrido, director de la Fundación de la Federación Española de Caza.
Se trata del ‘adiós a las armas’. En el año 1990 se expidieron en España 1.443.000 licencias de caza y veinte años más tarde apenas llegaban a 960.000. Son 30.000 los cazadores que cada año abandonan la actividad y su espacio no es ocupado por nadie. La edad media del cazador se situaba hace un lustro en 44 años y actualmente ya está por encima de los 50. La cantera no se renueva porque «los jóvenes tienen hoy otro sistema de diversión y se acuestan cuando nosotros nos levantamos para ir al campo», comenta Garrido. Además, el coste de la caza aumenta cada año, algo que no sirve de estímulo a los jóvenes.
Hace medio siglo la caza era una actividad bien vista en la mayoría de los estratos de la sociedad, principalmente en el entorno rural. La situación ha sufrido un vuelco radical y en las ciudades encuentran cobijo hoy los mayores enemigos de la caza y el cazador. Hasta los desertores de la azada, los que emigraron de los pueblos a la urbe, y en algunas ocasiones sufrieron en sus carnes los daños en los cultivos por parte de animales susceptibles de aprovechamiento cinegético, son en la actualidad furibundos adversarios de la caza y el cazador.
Claro que, de seguir la huella a ese tipo de abanderados, no tardando mucho tiempo habría que crear un grupo de funcionarios para controlar la población de jabalíes.
Para muestra, un vídeo: