Foto de familia de la cuadrilla de Manolín García al finaliza la montería del pasado sábado en el cuartel de La Verde. :: Nel Acebal
Al monte se fue EL COMERCIO el pasado sábado respondiendo a una invitación cursada por la cuadrilla llanisca que dirige el joven Manolín García. Tocaba cazar en el lote de La Verde, un amplio espacio que va desde la carretera que serpentea hacia El Mazucu hasta la localidad de Purón. Por encima de las vegas y praderías se distinguían las primeras estribaciones del Cuera y la vegetación estaba formada por robles, castaños y eucaliptos. En las cuestas, árgomas, infinidad de gromos y helechos a punto de tumbarse con la llegada del invierno.
Antes de que rompiera la luz del día, los cazadores tenían cita en el bar del hotel Europa, en San Roque del Acebal. Había que participar en un reparador desayuno comunitario y avituallarse para una posible larga jornada. Y la del sábado fue duradera.
La montería se efectuó en tres ganchos, con la participación de una jauría de ocho colleras: 16 perros de los encastes grifón Azul de Gascuña y grifón Asturcántabro. Hace ya mucho tiempo que los cazadores llaniscos no se acompañan del otro imprescindible sabueso español: canes de buenos vientos, capa fina y patas estilizadas, hoy en evidente regresión porque el territorio se ha convertido en lo más parecido a una selva.
Los grifones son más duros, cazan durante dos días seguidos, tienen tesón, son inteligentes y hasta prematuros para el arte venatorio. Andan bien de nariz, sus patas son resistentes y resultan los más completos para la situación en la que se encuentran los montes en la actualidad.
Llegada de los monteros al puesto en el que Vicente Buj había abatido el segundo jabalí. :: G. F. B.
Con esos perros, dieron la primera batida entre La Pereda y San Roque, donde desencamaron tres verracos que se fueron incólumes entre la niebla. El segundo gancho lo realizaron entre San Roque y el río Purón, donde pusieron en fuga a dos hábiles macarenos que se hicieron invisibles. Cerca de las cuatro de la tarde comenzaba la tercera mano y en cuestión de minutos cuatro navajeros iniciaban la estampida. La armada estaba bien cerrada y las detonaciones no tardaron en escucharse. El primer cerdo salvaje entregaba el salvoconducto ante los certeros disparos de Juan Antonio Martín Cisneros. Otro suido perdía el pellejo al meterse en terrenos cubiertos por el infalible Vicente Buj Ampudia. Y el tercero doblaba la rodilla como consecuencia del metal que despedía el ánima del rifle del veterano Ángel Borbolla.
Se demoró la recuperación la jauría y eso que en los tiempos modernos cada perro lleva sujeto en el collar un transmisor, una especie de GPS que detecta la situación del can en varios kilómetros a la redonda. La fotografía de familia se tomó casi de noche.
Tras la cacería, la conversación. El relato de las hazañas colectivas e individuales. Eso sí, en torno a una surtida mesa en el restaurante El Mirador de Toró. ¿Qué cenaron los cazadores? De entrada, tenían pote asturiano y sopa de marisco. Luego, merluza. Y de postre, arroz con leche. ¡Para que luego diga la gente que la caza es una actividad peligrosa, trasnochada y decadente!