Es curioso como la publicación de un libro en el que se cuentan detalles relativos a doña Sofía ha levantado tanta polémica. Concretamente el conflicto tiene que ver con la opinión de la reina sobre la denominación del matrimonio entre personas del mismo sexo y otras cuestiones, como el aborto o la eutanasia. Es evidente que lo que la reina opine no tiene más valor que lo que opine cualquier otro ciudadano, pues sus opiniones no son vinculantes en absoluto y no se han hecho de forma oficial en nombre de la casa real, sino a título particular. A fin de cuentas es el parlamento el que legisla y establece la legalidad de los matrimonios homosexuales y mientras no se modifique la regulación todos sabemos a que atenernos.
La sensación general que parece existir es que la reina no debiera tener opinión propia, a menos que fuera para decir que opina justamente lo mismo que lo que las leyes establezcan. En otro caso debería guardarse sus opiniones.
En realidad, no se puede obviar un detalle importante: la libertad de expresar y difundir libremente ideas y opiniones es un derecho de todos y cada uno de los ciudadanos lo cual no excluye ni tan siquiera a la reina. Nadie debiera ofenderse si otro expresa lo que piensa y lo hace desde el respeto, utilizando formas correctas y sin vulnerar los derechos del resto de los ciudadanos.
Cierto es que cuando quién opina es una persona con relevancia pública sus declaraciones trascienden y generan una mayor polémica, pero no dejan de ser opiniones y todos debiéramos tener suficiente criterio para formarnos la nuestra sin vernos influenciados por la de los demás.
Tan solo una cosa más: ¿acaso los que protestan cuando la reina manifiesta su forma de pensar preferirían vivir en la ignorancia de creer que todos piensan como ellos? A nosotras nos parece que conocer la opinión de los demás siempre aporta algo, incluso aunque con esa opinión no salgamos beneficiados, siempre que se emita desde el respeto.