¿Nunca han presenciado una discusión en un restaurante? Imaginen la situación… en una mesa varios matrimonios, cada uno de los cuales tiene niños de dos o tres años. Justo al lado una pareja con un bebe en una sillita que intenta dormir. Los niños campando a sus anchas por el comedor, saltando, gritando, tropezando con todo al pasar. Sus padres comiendo y charlando tranquilamente, ajenos a las andanzas de los pequeños. Los progenitores del bebé persiguiendo con la mirada estas travesuras al tiempo que acunan la sillita en un intento desesperado de lograr una sobremesa tranquila. En algún momento la paciencia se acaba y el padre del bebé increpa a los de los niños para que los controlen, cosa que hace en voz alta, llamando la atención del resto de comensales. Dos segundos de silencio general, seguidos de un estallido de acusaciones y defensas con argumentos forzados hasta el extremo y máxima tensión. El dueño del local finalmente aparece y consigue que cada cual vuelva a su sitio, evitando un desenlace fatal para ambas partes, aunque continúan durante un tiempo las frases perdidas en el aire en un volumen suficiente para llegar a su destinatario.
Es entonces cuando las mesas restantes, hasta entonces público atento y silencioso, comienzan una tertulia mostrando su acuerdo o desacuerdo con los argumentos de cada parte. Una pregunta flota en el aire ¿quién lleva razón? ¿Los que sostienen que los niños son pequeños y tienen que correr, caiga quien caiga? ¿Los que defienden la paz y el sosiego extremos, también caiga quién caiga?
Creo que todos los presentes son capaces de entender ambas posiciones y esto incluye a los padres en conflicto. Pero una vez tomado partido por una posición difícilmente se vuelve atrás. ¿Por qué? El primer problema son las formas, pues el mejor argumento pierde peso cuando se expone de forma ofensiva y desconsiderada, provocando una inmediata y natural reacción defensiva en la parte contraria, que sin tiempo a recapacitar se ve obligada a defenderse. El segundo problema es llevar al extremo de forma egoísta los derechos de cada cual, olvidando que los derechos de uno terminan donde empiezan los de los demás. La consecuencia es que nace el conflicto.
Esto no es mas que un ejemplo de un patrón que cada día se repite una y otra vez y que puede dar y da lugar a conflictos legales que muchas veces acaban en los despachos de abogados y en los tribunales. Practicar algo de empatía y buenas maneras son antídotos eficaces para cierto tipo de problemas.