Cuando alguien bebe y luego se pone tras un volante nunca piensa que todas las consecuencias posibles, más posibles cuánto más se ha bebido, puedan ocurrirle. Ya sería cuestión de mala suerte tropezarse en ese momento con un control de alcoholemia. Quien bebe y conduce siempre considera que sus aptitudes están en perfecto espado, incluso mejor que de costumbre. Respecto a este segundo aspecto, las cifras de accidentes están ahí para indicarnos de manera totalmente objetiva que alcohol y volante no se llevan bien por mucho que subjetivamente consideremos lo contrario. En relación con el primero, encontrarse con un control de alcoholemia no es tan sólo una cuestión de suerte porque, existir existen y no para fastidiar a los conductores sino precisamente para garantizar la seguridad de todos, los que conducen bebidos y no se dan cuenta de la situación peligrosa en que se colocan y colocan a los demás, y los que conducen sin alcohol o son peatones, que pueden ser víctimas de un accidente ocasionado por los otros.
Por eso no vale lamentarse después cuando el resultado de un control ha dado positivo porque conocemos de sobra las normas y las consecuencias. Y estas consecuencias son muy importantes especialmente cuando los límites de alcohol son altos. Una vez superamos una tasa de 0,60 miligramos de alcohol por litro de aire espirado o, cuando aún sin superarlo, pongamos en peligro la seguridad del tráfico, estamos hablando de la comisión de un delito. Esto implica trámites judiciales, generación de antecedentes penales, imposición de una multa o incluso una pena de prisión y siempre la retirada del permiso de conducir. El problema se complica además cuando necesitamos conducir para trabajar.
Y aún en ese momento, cuando hay que enfrentarse al Juzgado, a la pena que se va a imponer, a las consecuencias… algunos todavía culpan al sistema, a los agentes, a la legislación, a su mala suerte por coincidir con un control… Nada de esto tiene que ver. La única fórmula para que no suceda es sencilla y fácil de aplicar: si vamos a conducir nada de alcohol y así no tentamos a la suerte.