Es una lástima que no haya ninguna forma simple y al mismo tiempo eficaz de que todos podamos conocer y comprender las leyes que se nos aplican. Uno vive feliz en su ignorancia, haciendo las cosas como su sentido común le indica, o incluso sin sentido ninguno, dejando que los problemas se arreglen solos, sin exceso de preocupación porque, todos lo sabemos, si los mayores estafadores y ladrones que salen en la televisión están en la calle en dos días, yo, que soy un angelito del señor, nunca voy a tener que toparme con la justicia y si llega la hora, confío plenamente en que alguien como yo no tendrá mayores problemas…
Este tipo de razonamiento es muy frecuente. Puede parecer exagerado, pero no lo es tanto, muchas veces lo escuchamos cuando, alguien que no lo esperaba, se encuentra con un problema legal que no puede seguir demorando.
Otras veces sucede que uno es consciente de las implicaciones legales de las cosas y, siendo consecuente, decide informarse por su cuenta, utilizando los medios a su alcance: internet, servicios de información gratuitos, consejos de amigos o familiares. El resultado no siempre es satisfactorio, pues, por desgracia, las leyes no son fáciles de comprender, más aún, ni siquiera es sencillo dar con la norma o normas concretas que han de aplicarse al caso.
Esta dificultad de abarcar lo legal se traduce en que los abogados, asesores, juristas, en definitiva, los expertos en derecho, tienen en cierta medida el “monopolio” del conocimiento, que solo comparten a cambio de una remuneración económica. De eso vivimos, para qué negarlo, los que tenemos que pasarnos el día estudiando las normas, pendientes de cada modificación o novedad que se presenta.
Pero alguna solución habrá que encontrar, antes o después, para popularizar el conocimiento de las normas, ya que leerse los boletines oficiales no está anotado en la agenda diaria de cada ciudadano. Los profesionales seríamos los primeros beneficiados, pues las cosas se harían mejor y nuestro trabajo sería más sencillo. Trabajo habría, como trabajo tienen los restaurantes, a pesar de que en cada casa suela haber algún cocinero o cocinera que se encargue de surtir la mesa a diario.