Cada año las estadísticas nos dicen que el verano, mas concretamente el tiempo de vacaciones, es el desencadenante de nuevas rupturas de pareja. Esto es cierto, pero no debe entenderse de modo equivocado. No se trata de que el buen tiempo o compartir momentos sea malo para la salud emocional de una pareja. Nada que ver. Lo que sucede es que cuando una pareja lleva arrastrando problemas, incomunicación, tensión y rencor, compartir tiempo libre puede hacer que la crisis se presente como una evidencia, mientras que hasta entonces permaneció oculta tras las múltiples ocupaciones cotidianas. Solo es eso. Se hace evidente una crisis. A partir de ahí hay parejas que son capaces de retomar la relación, de enfrentar el problema y resolverlo, mientras que otras no lo consiguen. Son estas que no lo consiguen las que terminan en ruptura. Muchas otras, las más, renuevan su confianza o simplemente disfrutan del verano y del tiempo compartido.
Ahora bien, el hecho de que uno de los miembros de la pareja no sienta que hay un problema no siempre significa que la crisis no existe. Lamentablemente son muchos los casos de ruptura en el que la decisión la toma uno y el otro lo vive con sorpresa e incredulidad, ignorante de que existiera ningún tipo de conflicto. Por su parte el que decide poner fin a la relación asegura que una y mil veces le ha dicho al otro sus necesidades y sus carencias y que se ha cansado de esperar una solución, una respuesta.
Hay que aprovechar el tiempo de vacaciones para disfrutar, pero tampoco está de más que aquellos que tienen pareja hagan sus deberes y carguen pilas para una nueva temporada. Si las estadísticas este año vuelven a culpar al verano de nuevas rupturas, esta vez pensemos que el verano solo fue una oportunidad perdida.