La mayor parte de las veces, cuando una persona consulta a un abogado, lo hace porque quiere conocer cuales son sus derechos y actuar en consecuencia. Seguramente si descubre que la ley respalda sus deseos o expectativas será un cliente satisfecho. Si no es así, hay quien lo acepta y quien no y este último seguirá buscando que alguien le diga que lleva razón, aunque le mientan.
Algunas otras veces, una persona consulta conociendo de antemano lo que dice la ley, pero lo que desea es conocer la forma de eludirla para salirse con la suya evitando las consecuencias. Apela a la frase “quien conoce la ley conoce la trampa” (lo que a veces es muy cierto) y pretende pagar por dominar esa trampa, por cruzar la línea y mantenerse impune.
Desde el punto de vista de la ética profesional y con la ley en la mano, no es labor de un abogado andar dirigiendo delincuentes en el camino hacia la impunidad. Todo lo más, se puede exponer la situación legal, explicar las consecuencias de una conducta y que el cliente actúe bajo su responsabilidad ateniéndose a las consecuencias.
Tema distinto es, sin cruzar la línea, elegir el mejor camino legal para lograr una meta legítima: la mejor forma de constituir un negocio, el régimen económico más conveniente a una pareja, la forma de invertir o ahorrar de modo mas eficaz de cara al pago de impuestos, las condiciones de un contrato que nos ayuden a estar protegidos, etcétera. Ahí si hay mucha labor que hacer, pero conviene dejar de lado la idea de que el dinero todo lo puede. Lo que es ilegal no deja de serlo por mas que uno se gaste dinero en asesores y que esa conducta reciba o no su sanción depende de muchos factores, pero el riesgo no puede suprimirse nunca por completo.