Cada vez es mas frecuente en estos tiempos ver en las noticias o en algunos programas de actualidad la historia de muchas familias que no pudiendo pagar la hipoteca de su vivienda se enfrentan al desalojo de su vivienda. A veces no son solo los que incumplen los pagos los que se enfrentan a un resultado desastroso, pues también los padres o familiares que avalaron los contratos se arriesgan ahora a perder todo cuanto tienen.
En ocasiones tras estas historias se encuentran personas responsables que cuando compraron la vivienda tenían un trabajo estable y, como consecuencia de la crisis y a pesar de haber puesto de su parte todo lo habido y por haber, no pueden hacer frente a sus deudas y no logran tampoco vender su vivienda a pesar de intentarlo. Estas personas se encuentran en una situación injusta e inmerecida y desgraciadamente de difícil solución, pues la ley obliga y, si se asume un compromiso y no se puede hacer frente al mismo, hay que atenerse a las consecuencias. Nadie está libre de que la suerte no le sonría a pesar de haber puesto todo de su parte. Forma parte de la vida.
Pero otras veces las víctimas son personas irresponsables que compraron su vivienda cuando tenían un trabajo precario y temporal que sabían no podían mantener, pero que lograron su propósito de independencia gracias al aval de unos padres tan incondicionales como desconocedores de las responsabilidades que estaban asumiendo. Se encuentran entonces frente a un procedimiento judicial en el que no se personan ni se defienden, limitándose a repetir a todo el que quiera escucharles que de allí no los echa nadie porque no es justo, porque son víctimas de la sociedad. Sus padres, aquellos que les apoyaron con los ojos cerrados, lo suscriben y responden con ánimo y apoyo a pesar de estar a punto de perder su propia vivienda, convencidos de que han hecho lo correcto porque ¿qué padre no avalaría a un hijo? Y finalmente solo se muestra la parte emocional del tema, la entrevista a la familia que no llega a fin de mes, que tiene niños y problemas y que dedica su tiempo a recoger firmas o a convocar manifestaciones públicas a la puerta de su casa el día previsto para desalojarla.
Esta lamentable situación no siempre es inevitable. No todas las situaciones son igualmente injustas o inmerecidas, pero no debemos olvidar que la pérdida de la vivienda no depende de lo justo o injusto de la situación, sino de las obligaciones contraídas y los incumplimientos realizados.
Esto es algo que debe tenerse muy presente desde un primer momento. Nadie debería asumir una responsabilidad a largo plazo como puede ser un préstamo hipotecario sin estar suficientemente informado. Tampoco nadie debería asumir un aval, ni siquiera de sus propios hijos, sin estar seguro de la solvencia del avalado y sin saber a ciencia cierta a qué se compromete.
Está muy bien ofrecer el lado humano de los problemas, la vivencia personal de alguien que se enfrenta a la pérdida de su casa, pero no es suficiente. Sería aún mejor ofrecer al mismo tiempo la parte legal del asunto. Explicar por qué en algunos casos, que no todos, era previsible el resultado y no es mas que la consecuencia de tomar decisiones equivocadas. Quizás así todos pudiéramos aprender de los errores ajenos en lugar de quedarnos solamente con la pena.