Tendemos a creer que aquello que nuestro sentido común nos dicta es el camino correcto en la vida e intentamos convencer a los demás y conducirlos en esa dirección. Sin embargo, a poco que observemos lo que los demás piensan o sienten, llegamos a la conclusión de a pesar de que todos nos creemos en posesión del preciado don de discernir lo correcto y lo incorrecto, ninguno quiere lo mismo. ¿Acaso es que los demás no tienen sentido común? ¿Quién puede decirlo?
Nosotras no tenemos la respuesta a esa pregunta, pero en cambio podemos afirmar después de muchos años de tratar con personas que se enfrentan a muy diferentes problemas legales, que el sentido común lamentablemente no siempre coincide con la solución que las leyes dan a los problemas cotidianos.
Pongamos algunos ejemplos.
El dueño de un local comercial en cuya comunidad de propietarios van a instalar un nuevo ascensor, está convencido de que no tiene que pagar la derrama correspondiente, puesto que no tiene acceso al portal y nunca va a hacer uso de ese nuevo elemento común. Sin embargo, la ley establece su obligación de pago, por cuota de participación, salvo que el título constitutivo o los estatutos lo excluyan de esta contribución cosa que no suele suceder.
El dueño de un piso que se encuentra con un inquilino que no paga la renta, que deteriora el inmueble y que incluso puede ser que haya abandonado la vivienda sin dar aviso, está convencido de que puede llamar a un cerrajero, cambiar la cerradura y tomar posesión de su vivienda. En cambio hemos de explicarle que hay que iniciar un procedimiento judicial de desahucio para que esto sea posible.
La mujer víctima de una infidelidad que se enfrenta a un divorcio suele pensar que su posición de parte perjudicada en la relación ha de permitirle algún derecho extra, ya sea en cuanto a la custodia de los niños, uso de la vivienda, pensión… pero nuestro derecho no incluye un divorcio causal, de manera que las medidas que haya de adoptar tomarán en cuenta otras cuestiones, pero no quién haya sido el culpable de la ruptura.
Y así podríamos seguir con muchos más ejemplos. Afortunadamente también sucede que las normas dan soluciones razonables para la mayoría de las personas, pero por alguna razón siempre que hay alguien que así lo cree, al menos hay otro que opina lo contrario.
Conclusión: al consultar un abogado, conviene contar de antemano con que puede sorprendernos la respuesta que vayamos a obtener. Quizás por eso es mejor asesorarse antes y actuar después, no sea que nos hayamos equivocado por hacer caso del sentido común.