A pesar de que la tecnología nos rodea y las televisiones en 3D empiezan a entrar en nuestras casas, muchos de nosotros seguimos siendo protagonistas de una vida en la que todo se siente en blanco y negro, incapaces de distinguir otros colores y matices.
Nos preguntamos en que parte de nuestro cerebro residen las capacidades de empatía, autocrítica y objetividad y si vienen de serie o son extras que se adquieren con algún tipo de educación o formación especial a la que pocos tienen acceso y que, obviamente, no se logra en los colegios y universidades.
Privados de tales posibilidades nos convertimos unas veces en injustas víctimas y otras en implacables verdugos, viajando de un extremo al otro, rodeando si hace falta, con tal de no atravesar por el medio donde parece que todo se confunde y podemos perder los argumentos que nos sustentan.
Y es que los otros siempre son los malos y los nuestros siempre los buenos. Los ladrones, estafadores, desconsiderados y egoístas siempre habitan el equipo contrario, el partido contrario o la vivienda del vecino o son los que visitan el despacho de otro abogado, que no el nuestro. En cambio en nuestras filas todos son buenos, justos, sienten y padecen y los comprendemos a las mil maravillas. Seguramente moverse por la vida con estas coordenadas aporta cierta tranquilidad de conciencia y eso que uno se ahorra en psicólogos y terapias. Si a los otros les va mal es porque lo merecen y si me va mal a mí es porque tengo mala suerte o enemigos o porque no me saben valorar, porque yo lo valgo.
Pero afortunadamente, ni todos somos tan buenos ni todos somos tan malos. Es muy difícil encontrar material humano en estado puro. En cambio, la mayor parte de las personas somos una suma de virtudes y defectos en variadas proporciones y en los diferentes estados de evolución que nuestra experiencia personal nos permite. Hay buenas personas que en una situación determinada de su vida cometen errores, se equivocan y han de responder por ello. Y esto pasa en todas las casas, equipos y partidos. También hay malas personas que a veces, por qué no, tienen gestos positivos y también hay que valorarlos, sin perder el contexto, pero sin obviar la realidad.
Intentemos ver la vida a todo color y acerquemos posiciones. Si ejercitamos ese otro punto de vista, estamos abiertos a escuchar motivos y razones y no prejuzgamos a las personas, todos saldremos ganando, sobre todo en tiempos de crisis, donde los esfuerzos han de sumarse y encaminarse en una sola dirección: hacia adelante. Dar vueltas y más vueltas metiéndonos el dedo en el ojo solo puede servir para que además de seguir viviendo en blanco y negro, encima seamos tuertos.