El Tribunal Superior de Justicia desautoriza al jurado y deja libre a un acusado. Este es el titular. No es la primera vez y no será la última. La reacción de quienes no son expertos en derecho es razonable: no comprenden para qué sirve el veredicto de un jurado popular si después puede venir un tribunal a cambiarlo. Desde nuestro punto de vista la cosa no es muy diferente: no le encontramos ningún sentido al sistema. Hay que partir de la base de que los jurados son ciudadanos que carecen de todo conocimiento legal, a los que se les exponen los hechos y tienen que valorar si según su criterio el acusado es inocente o culpable. El problema precisamente es que no tienen un criterio jurídico, así que no se les puede culpar si se basan en su opinión, sus sentimientos, su intuición o sentido común. Pero claro, las leyes existen y están ahí para algo. Las pruebas han de medirse y valorarse conforme a unas reglas y lo único que debe tomarse en cuenta son los hechos legalmente probados en el juicio y si el veredicto no se ajusta a derecho, podrá ser revocado. ¿No es mucho pedir que los jurados atinen la solución correcta? Imaginemos que este sistema se aplicase también a otro tipo de profesiones. ¿A alguien se le ocurre que un grupo de legos rodeen a un enfermo en un quirófano y decidan a la vista del estado del órgano que se les muestre si debe ser extirpado o tiene remedio? ¿Y si les situamos debajo de una obra pública, por ejemplo un puente, para que calculen si les parece si va a aguantar o puede caerse? Lo mismo pueden hacer para supervisar soldaduras, misiones espaciales, prevenir riesgos en el trabajo… ¿O es que la justicia es algo tan fácil que cualquiera puede impartirla? No hablamos de opinar, hablamos de decidir si una persona queda en libertad o se pasa buena parte de su vida en prisión. Lo mínimo que merece cualquier persona es poner su futuro en manos de expertos con suficiente experiencia que puedan garantizar sus derechos. El paso intermedio del jurado puede generar falsas expectativas tanto en quienes se esfuerzan en su veredicto como de quienes lo esperan, que finalmente no comprenden para que se organiza tanto revuelo si a fin de cuentas no sirve para nada.