Tuvimos ambas la oportunidad de conocer a Fernando Leira Almagro y seguir su causa y su tarea de divulgación de la ELA muy de cerca.
Ayer nos dijo hasta siempre pero su labor y su lema nos queda para siempre: la vida con una sonrisa.
Estas palabras salieron publicadas en el diario para el que llevamos más de veinte años colaborando en una materia distinta, la jurídica, pero a la que también se pueden aplicar muchas de las reflexiones de Fernando.
Hoy las queremos compartir con todos vosotros a través de este medio y como un pequeño homenaje a una persona imposible de olvidar.
“Hace apenas poco más de dos años que conocí a Fernando Leira Almagro. Entonces no sabía nada de la ELA y muy poco de lo que significan las llamadas enfermedades raras, esas a las que se les dedica poca investigación y escasísima atención porque afectan a un porcentaje tan pequeño de población que no resultan interesantes desde ningún punto de vista comercial o económico. Por eso Fernando prefería llamarlas enfermedades huérfanas.
Y dentro de ellas la ELA es especialmente cruel. En su avance acaba convirtiendo al enfermo en un prisionero dentro de su propio cuerpo con plena conciencia de lo que le está ocurriendo.
Cualquiera, ante un diagnóstico así, se hubiera hundido emocionalmente. Y estaría plenamente justificado. Sería lo normal.
Pero Fernando no era una persona normal. En este caso la ELA eligió mal a su enemigo. Atacó a un ser extraordinario. De eso que se crecen ante la adversidad.
Con la lección aprendida de la dureza de los entrenamientos, las carreras y los maratones que había corrido a lo largo de su vida como atleta popular decidió aplicar idéntica fuerza a su lucha contra la enfermedad. “Antes corría maratones, ahora soy maratoniano de la vida” nos decía.
Pero su lucha no fue solo personal. Decidió hacerla pública. Mostrar a todos lo que la ELA significaba para que personas como yo, que no sabíamos nada, nos concienciáramos y reclamáramos investigación, medios, soluciones en definitiva.
Y así se embarcó en dar charlas, sobre todo en colegios, porque en los niños está el futuro y él sentía que su mensaje que llegaba más lejos y más dentro. Y creó el movimiento de un dorsal solidario, nuestro Dorsal 32, que tantos corredores populares llevamos en cualquier carrera en cualquier lugar de la geografía española e incluso mucho más allá.
Nunca bajó los brazos porque decía que, si bajaba los brazos, la enfermedad se frotaba las manos y nos transmitió a todos los que le rodeábamos y a todos los que portamos el Dorsal 32 que la vida siempre es mejor con una sonrisa.
A su lado, incansable como él y en ocasiones más, su mujer Mayte, el equipo perfecto para demostrar con hechos que el amor de verdad existe y solo crece y nunca disminuye frente a los problemas.
Esta vez la ELA no ganó la guerra. Es posible que sí la batalla física pero no la guerra. Porque Fernando deja un legado muy importante.
Fernando nos ha cambiado la vida a todos los que le conocimos.
Nos ha enseñado a disfrutar de cada momento, a valorar lo que de verdad importa, a relativizar esas preocupaciones tontas que tanto nos ocupan, a pelear y a ser valientes frente a cualquier circunstancia y, en definitiva, a vivir aplicando su lema: la vida con una sonrisa.
Una vez unos niños nos preguntaron en una charla cómo hubiéramos reaccionado si la enfermedad nos toca a nosotros… Entonces no supe qué responder. Hoy diría: yo quisiera ser como Fernando”.
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