Nos ocurre en muchas ocasiones y en muy diferentes temas, tal vez porque lo intentamos siempre. Somos de esas personas que pensamos, tanto en lo personal como en lo profesional, que es preferible terminar cualquier conflicto con un acuerdo que cumpla con las expectativas de ambas partes, aunque las dos también tengan que ceder en algún punto.
Pero a veces, por mucho que a priori a todos nos parezca razonable intentar un acuerdo, nos tropezamos o nos encerramos en un no tan rotundo que no deja ni un resquicio al diálogo.
Y esto es negativo.
Negociar puede no conducir a ningún lado. O puede que sí. Y solo por el hecho de que exista esa posibilidad merece la pena intentarlo.
Un “no quiero hablar” desde el principio es irracional, ya sea porque creemos que tenemos de nuestro lado la más absolutas de las razones, ya sea porque nos ciegan los sentimientos, que suele ser lo más habitual. Y no importa, para que esto suceda, que estemos inmersos en un tema de divorcio, de arrendamientos o de comunidades de propietarios… cuando nos encerramos en nuestra posición, lo más habitual es que terminemos en un procedimiento judicial.
Obviamente esta es una solución. Será un juez el que determine finalmente en su sentencia quién se declara triunfador legal de la batalla pero realmente en el camino ambas partes han perdido la oportunidad de poner fin a un conflicto de una forma mucho más sencilla.
Porque en un juicio se aportan pruebas y se ataca la posición de la otra parte y suceden cosas que pueden generar rencillas para siempre.
Y si esto es importante en relación a cualquier pleito, lo es mucho más en temas de familia, y aún incluso más, si son temas de familia en los que la discusión se centra en cuestiones relacionadas con los hijos menores… porque esa relación entre ambos progenitores no va a finalizar nunca. A la otra parte de un contrato podemos no volver a verla más pero al padre/madre de nuestros hijos vamos a tenerlos ahí de por vida.
Abrir los oídos para escuchar, ver todas las opciones, hacer propuestas constructivas y con intención real de llegar a un acuerdo, saber dónde está realmente el punto intermedio y rodearnos de profesionales que nos ayuden a encontrarlo, a través de su propia negociación o aplicando fórmulas como la mediación… son los mejores y principales consejos cuando tenemos cualquier problema jurídico.
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