Dicen que ser padres es duro. Sin duda lo es. Comenzar por proteger a un ser indefenso y absolutamente dependiente y ayudarlo en el camino de convertirse en una persona autónoma, dotada de un conjunto de valores y principios que haya hecho suyos y afrontar este objetivo con suficiente sentido común como para saber resolver con acierto los contínuos retos que tan ardua tarea presenta es, sin duda, un duro trabajo.
Centrándonos en la parte legal de este asunto resulta que nuestro ordenamiento jurídico se limita a establecer ciertas normas que regulan la relación entre padres e hijos entre las cuales vamos a destacar una: la patria potestad siempre ha de ejercerse en beneficio de los hijos, de acuerdo con su personalidad y con respeto a su integridad física y psicológica.
Esta obligación tiene una redacción bastante reciente y sustituye a otra anterior que decía lo siguiente: los padres pueden corregir razonable y moderadamente a sus hijos.¿Que conclusiones pueden extraerse de este cambio? ¿Significa esto que los padres ya no pueden corregir a sus hijos?
La respuesta no es sencilla. Hemos de comenzar por decir que el cachete ya no cuenta con respaldo legal. Y no solo eso, sino que cerrada esta puerta cualquier cachete es digno aspirante a la condición de hecho delictivo. La pena que corresponde a este delito no es ninguna tontería. Incluso cuando hablamos de un solo cachete que no llegue a causar lesión puede implicar prisión o trabajos en beneficio de la comunidad, privación de tenencia de armas e incluso inhabilitación para el ejercicio de la patria potestad durante un tiempo. Por supuesto, si se causa alguna lesión o secuela o existe reiteración en la conducta la cosa es mucho mas grave.
Pensamos que este castigo, cuando el padre no es un maltratador y no le causa ninguna secuela a su hijo realmente no aporta soluciones. Mejor sería proporcionar a ese padre pautas psicológicas y pedagógicas para saber dirigir a su hijo sin recurrir a la violencia, en lugar de castigarle de forma tan dura por no saber como manejar una situación.
La esperanza que nos queda es que el sentido común en la aplicación de las normas no brille por su ausencia y que el juzgador, atendiendo a las circunstancias particulares de cada caso, sepa distinguir a un padre maltratador de un padre desbordado.
¿Tú qué opinas?