Estudié todo el bachillerato en el colegio Virgen del Camino (León), bajo la gestión de los Padres Dominicos (OP), y lejos de haber quedado estigmatizado, como leo ahora en ocasiones por parte de quienes -cuarenta o cincuenta años después- recuerdan historias complicadas (que respeto, pero que en todo caso yo tuve seguramente la suerte de no vivir), guardo un recuerdo imborrable de la Semana Santa en el colegio. Y eso no significa -el que sea imborrable- que disfrutara con todo lo que hacíamos.
Recuerdo que era una semana entera sin clase (fiesta), pero a la vez muy exigente. Incluso hasta en el comer, en donde lo del ayuno y abstinencia no era una figura retórica, sino un ejercicio físico y mental, entre los ‘ruidos’ del estómago y el vértigo de irte a la cama soñando con paraísos mucho más terrenales que los que en esa semana preconizaban nuestros segundos ‘padres’.
Y recuerdo, sobre todo, que a partir del Jueves Santo, los que pertenecíamos a la Escolanía Virgen del Camino, que durante muchos años figuró como una de las más importantes de este país, invitada a a participar en el congreso anual europeo de Pueri Cantores (junto a los Pueri Cantores de Viena, por ejemplo), no parábamos, atendiendo a los solemnes actos de la Semana Santa de León, que tenían en el Santuario de la Virgen del Camino uno de sus referentes. Por supuesto, incluidas las autoridades, las civiles, las militares y las mediopensionistas. En aquellos días, ‘todo León’ subía a la Virgen del Camino.
En todo caso, mis recuerdos más importantes son los musicales, los que durante esa semana nos obligaban a un esfuerzo añadido, con ensayos permanentes, y luego con una atención especial para que todo saliera bordado en los conciertos diarios. Días en los que había que alternar piezas de Palestrina con las de Tomás Luis de Victoria y su Officium Hebdomadae Sanctae (en los que mi hermano Javier era el solista tenor, lo que me daba pie a mí, un bajo más en el coro general, para hinchar pecho), Mozart ó Haendel. Y el recuerdo especial de la Misa de Resurrección, a las doce de la noche del sábado (ahora las ‘resurrecciones’ se hacen a las siete de la tarde, esto ya no es lo que era), en la que el ‘Aleluya’ de Haendel (cinco voces mixtas) hacía temblar el techo del santuario.
Y un recuerdo final. Los integrantes de la Escolanía, tras los aplausos de un santuario lleno a rebosar, nos íbamos directamente al comedor del colegio, ya de madrugada, en donde nos esperaban, a modo de compensación, pastas con vino, servido en aquellos vasos de acero inoxidable, y seguramente reducido con agua y azúcar. Y al día siguiente, domingo, menú especial: cordero.
(La fotografía pertenece a un concierto más de la Escolanía Virgen del Camino, dirigida por el padre dominico Ángel Torrellas, un ‘mártir’ que un día lo dejó todo para dedicarse a los más necesitados en Centroamérica, en donde murió).
(Dedicado a concejales/as que “descubren”, hoy, la música en ruedas de prensa como si la hubieran inventado ellos/as, y a los que piensan, hoy, que la lucha por los derechos de los demás empezó cuando llegaron ellos).