Nadie nos había advertido de que el número de visitantes al Niemeyer ya no es importante, ni tampoco su peso en la promoción de la ciudad, ni la búsqueda de patronos
Asistimos en los últimos tiempos, entre la indiferencia política y social, con excepciones, a una serie de planteamientos de responsables culturales en esta ciudad que deberían sorprendernos, cuando no rebelarnos, ante ciertos atrevimientos y licencias y desde luego ante una realidad que está muy lejos de la que se nos quiere pintar desde los estamentos oficiales. Como el atrevimiento sale gratis, uno tiene la sensación de que se ha instalado en esta ciudad un modelo de comunicación sobre el hecho cultural que en vista de la indiferencia general corre el riesgo de ser admitido como el correcto, cuando la realidad de los hechos nos indica que hay serias dudas sobre este asunto.
La escalada de ese modelo de comunicación la inició el viceconsejero de Cultura, Vicente Domínguez, cuando, recién llegado al cargo y al patronato del Centro Cultural Internacional Óscar Niemeyer, declaró solemnemente que a él lo de la internacionalización del centro le preocupaba poco o nada y que el concierto de Wilko Jhonson (ex Dr. Felgood) que él mismo se encargó de presentar en aquella misma comparecencia ante los medios, ya justificaba por sí solo un trimestre de programación en el centro avilesino.
La desautorización le llegó en menos de 24 horas, cuando el consejero de Cultura se vio obligado a salir ante la opinión pública para proclamar que el Principado no renunciaba, de ninguna de las maneras, a uno de los objetivos primordiales del Centro Niemeyer, como es el de su proyección internacional. Lo del concierto de Wilko Jhonson fue más prosaico y más sangrante en lo económico: se vendieron 400 entradas de un aforo de mil localidades. El viceconsejero se lució en su estreno.
Como equivocarse es un riesgo que nos amenaza a todos, y más a los que hacen algo –los indolentes y los desdeñosos ya se sabe que están ahí solo para criticar los fallos de los demás–, uno pensó que aquel debut tan poco afortunado había sido fruto de la inexperiencia en el cargo. De ahí la sorpresa cuando hace unos días, el mismo viceconsejero, a la hora de presentar los resultados del ejercicio de 2017 relativos al Centro Cultural Internacional Óscar Niemeyer, relativizó la importancia del número de visitantes porque a fin de cuentas, según él, «la naturaleza de un centro de este tipo es atender las necesidades del alma», con cita a Aristóteles incluida.
Con todo, en esta ocasión fue el director general de la Fundación Niemeyer, Carlos Cuadros, el que, en un tono difícil de calificar, pero que en todo caso a uno le lleva a la perplejidad, al referirse al número de visitantes y al poder de atracción del Centro Niemeyer y el que éste irradia sobre la ciudad de Avilés, señaló que lo importante no es el número de visitantes –«el dato relevante no es el número, sino el cualitativo; somos una herramienta para la educación de la ciudadanía»–. Lo que dicho así, en caliente, a uno le produce un cierto escalofrío porque no sé si Cuadros está insinuando que el acceso a la cultura, que es un derecho que nos asiste a todos los ciudadanos, se queda en este caso para unas élites –lo cualitativo– que puedan en primer lugar acceder económicamente a todo lo que se programa y en segundo lugar tener la suficiente capacidad para que les interese toda la oferta cultural por igual. De Café Quijano –el gran hallazgo de Borja Ibaseta, coordinador de actividades– a Bacon, de una exposición fotográfica a la danza clásica. Y siguió Cuadros ofreciendo titulares, como por ejemplo que el Centro Niemeyer, él en este caso, es ajeno a si el centro sirve para que Avilés tenga más o menos visitantes. O, atención a la perla final, «buscar patronos no es prioritario, pensar que esto es la panacea es una falacia».
Y después de esto, aquí, en esta ciudad, todo el mundo se queda callado y salvo IU, que llegó a pedir la dimisión del viceconsejero por sus palabras, pasamos página y a otra cosa. Empezando por la alcaldesa, Mariví Monteserín, que además es vicepresidenta del Patronato de la Fundación Niemeyer, cuya opinión al respecto es desconocida a día de hoy .
Uno había entendido que el Centro Cultural Internacional Óscar Niemeyer debía buscar –y de hecho la tuvo– una programación de excelencia, pero nunca elitista. Todo lo contrario. Y había creído entender que la cultura también debe verse como un motor de desarrollo económico de primer orden para las ciudades. Y finalmente, uno también había asumido que para que haya una programación de calidad que cada vez vaya a más e interese a más gente, y cruce fronteras, se necesitan apoyos económicos que deben venir, sobre todo, de aquellos patronos privados que ofrezcan su imagen y su capital y que a la vez puedan aprovecharse del prestigio del propio centro. Es más, creo recordar que entre las principales tareas que se le encomendaron a Carlos Cuadros cuando tomó posesión de su cargo fue la de buscar patronos que se sumaran a la ínfima representación privada actual.
Todos sabemos que el Centro Niemeyer sigue avanzando con el pesado lastre de su historia, pero esa no debe ser la disculpa para conformarnos con una gestión casi administrativa, en donde lo importante, lo más relevante, es que «cuadren los números».
¿Cómo lo hacen en otros sitios? «Desde su inauguración en 1997, el Museo ha buscado ser un referente artístico a nivel internacional y también un símbolo de la vitalidad económica del País Vasco». La frase es de Juan Ignacio Vidarte, director general del Museo Guggenheim de Bilbao. Al lado nuestro parece que tienen las cosas más claras respecto a lo que supone el museo para una ciudad, en este caso Bilbao.
Pero es que su Programa de Miembros Corporativos recibe el apoyo sostenido de más de un centenar de compañías. La posibilidad de participar en este programa está abierta a empresas de diversos perfiles, tamaño, actividad o ámbito de actuación. Las veces que estuve en el Guggenheim me llamó siempre la atención la enorme placa que está situada en la entrada en la que figuran más de un centenar de empresas que apoyan al centro como patronos, divididos entre patronos fundadores, patronos estratégicos, patronos, empresas benefactoras, medios de comunicación benefactores y empresas asociadas. A cambio, todas esas empresas utilizan el Museo Guggenheim para sus propias promociones, congresos o reuniones y se benefician, entre otras muchas cosas, del reconocimiento público, mención en publicaciones editadas por el museo, agradecimientos públicos en prensa, posibilidad de celebrar reuniones, congresos y conferencias en el Auditorio del museo, posibilidad de celebrar cócteles, cenas y presentaciones en el Vestíbulo o en el Atrio, posibilidad de utilizar la imagen del museo en soportes de comunicación de la empresa, invitaciones a inauguraciones de exposiciones, carnés corporativos de acceso gratuito al museo, carné de acceso gratuito a museos internacionales. Y un largo etcétera.
Aquí nadie se había enterado de que el número de visitantes ya no es importante; ni de que el Centro Niemeyer haya dejado de ser un elemento básico para el relanzamiento turístico y de imagen de la ciudad; ni de que, en fin, los patronos ya no sean importantes. Y todo el mundo, de la alcaldesa abajo, a callar.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el día 8 de abril de 2018