El valor intrínseco de la Cultura no puede estar reñido con su valor instrumental, como se debería demostrar en el Centro Niemeyer
Una de las cosas que más pueden ofender a un periodista es el tener que soportar, todavía hoy, el latiguillo de «te envío esto para ayudaros a ‘llenar’ el periódico», o «como los periódicos no saben con qué llenar sus páginas, publican cualquier cosa». Hoy, cuando cualquiera que corta y pega una agenda de un ayuntamiento o hace una fotografía y publica un bache o replica en las redes sociales cualquier anencefalía y ya se considera un periodista –y conozco administraciones locales como el Ayuntamiento de Avilés y otros que les dan privilegios a los que no llegan los profesionales de la información–, es el momento de reivindicar el Periodismo con mayúsculas, el encargado de jerarquizar y contextualizar la información, el que sabe discernir entre información y propaganda, el que tiene la obligación de tirar a la papelera esos comunicados políticos que tratan de convertir los medios de comunicación serios en panfletos al servicio de sus intereses particulares, a veces patéticos y casi siempre aprovechados.
Por todo ello, hoy es uno de esos días en que un periódico, y más una sección como ésta, no tendría suficientes páginas para reflejar las cosas importantes que están sucediendo en nuestro entorno, en nuestro país, en nuestra ciudad, que no deben ser ajenas a todas esas cuestiones que nos hablan de un mundo convulso, cada día más complicado, con el que no debemos ser nunca equidistantes. Así, en Avilés también nos hacemos cruces con el drama de los inmigrantes, que lleva al ministro del Interior italiano, Matteo Salvini, a pedir que España se haga cargo de la «carne humana» de otras 224 personas que habían zarpado de las costas libias en una lancha neumática. Y siguiendo con descerebrados, en esta ciudad también asistimos escandalizados a la decisión de la Audiencia de Navarra de conceder la libertad provisional a los cinco miembros de ‘La Manada’, para escándalo general y la indefensión de unas mujeres que saben que van a llevar todas las de perder cuando denuncien –si se atreven a partir de ahora– lo que es simple y llanamente una agresión sexual, lo vistan como lo vistan tres jueces o trescientos. Esta ciudad también observa con preocupación, porque sabe de qué se habla, la última encuesta del INE sobre Condiciones de Vida, en la que se refleja que la recuperación económica de los últimos años solo ha llegado para algunos privilegiados, mientras casi un 40 por ciento de los hogares españoles no pueden afrontar gastos imprevistos; un 8,3 por ciento no puede pagarse la calefacción; un 3,8 por ciento no puede comer carne o pescado al menos una vez cada dos días; o uno de cada diez hogares tiene dificultad para llegar a fin de mes; o, en fin, el 21,6 por ciento de la población española está en riesgo de pobreza.
Son solo unos pequeños ejemplos de lo que nos preocupa en una sociedad compleja en donde se nos están viniendo abajo los pilares básicos sobre los que habíamos sustentado el crecimiento, el bienestar y la igualdad. Uno se identifica con todos esos problemas desde el mismo momento en que forma parte de un sistema global del que nadie puede abstraerse, pero a la vez proclamo que también desde lo local, desde el esfuerzo individual, se puede aspirar a modificar el gran drama planetario actual.
Vayamos pues a lo que pasa estos días en Avilés. En primer lugar me gustaría destacar un éxito de los actuales responsables del Centro Niemeyer, siendo consciente de que debo ser uno de los mayores críticos de la gestión técnica y política actual. (El siguiente éxito incontestable será la exposición de Sorolla). El viernes se inauguró la exposición fotográfica de José Manuel Ballester, ‘Fervor de Metrópoli’, que nos muestra otra visión de la obra de Oscar Niemeyer. Con todo, para mí lo más relevante de este acto oficial fue la presencia del embajador de Brasil en España y del responsable del Instituto Cervantes. Sobre todo el primero, porque es el que nos puede ayudar a conseguir aquel objetivo marcado en 2011 en los Premios de LA VOZ DE AVILÉS de situar Avilés, gracias a su Centro Niemeyer, en el punto de referencia de Brasil con España en aspectos que van mas allá de los meramente culturales, con ser estos importantes.
El jueves dio una conferencia en el Aula de LA VOZ DE AVILÉS el viceconsejero de Cultura, Vicente Domínguez, que habló de la Cultura en general, para la que reclamó el «valor intrínseco» de la misma, aunque sin desdeñar su valor como «instrumento económico». Domínguez, como profesor de Filosofía, alumno de Gustavo Bueno –otros no tuvimos la misma suerte y de Bueno recordamos las conferencias a las que asistíamos como oyentes en Derecho, como preámbulo a las carreras inevitables por delante de los ‘grises’ por el parque San Francisco hacia arriba– trató de abstraerse de tal modo que llevó a brindarnos algunas reflexiones que le parecen obvias a todo el mundo sin necesidad de hacer grandes alardes intelectuales. Por ejemplo: un gestor cultural no es un técnico de Turismo. Pese a la «dureza» de su conferencia –no estaba el jueves en la Universidad ante un alumnado de Filosofía–, Domínguez fue convincente en su exposición. Si acaso, uno echó en falta que destacara una cualidad básica de la Cultura: la de constituir un derecho fundamental como recoge la Declaración de Derechos Humanos. Y a partir de ahí, Domínguez reconoce que aparte de su condición de doctor en Filosofía, es en la actualidad el Viceconsejero de Cultura del Gobierno del Principado y presidente del Patronato de la Fundación Niemeyer. Y entonces debe saber que la Cultura que él define perfectamente como profesor y como teórico, tiene ya otra traslación mucho más prosaica, pero indispensable para una sociedad que asume también, con naturalidad, que la Cultura es un «instrumento económico» que nos debe ayudar a generar más riqueza, más bienestar y en suma mas igualdad en esta sociedad. Es muy importante que el embajador de Brasil esté en Avilés, lo mismo que el responsable del Instituto Cervantes, aunque el que lo haya conseguido sea José Manuel Ballester y su obra, precisamente sobre Oscar Niemeyer. Valor intrínseco de la Cultura y valor instrumental. Todos contentos.
Hace unos días se celebraba la Semana de la Moda masculina de Milán, un referente mundial. La primera colección de esa semana milanesa llegó de la mano de Ermenegildo Zegna, que eligió el palacio Mondadori, un magnífico edificio del siglo XX diseñado por Oscar Niemeyer, para presentarla. ¿Alguien se imagina que los diseños de Ermenegildo Zegna, Carolina Herrera, Versace, Tom Ford, Donna Karan, Stella McCartney o la misma Zara se presentaran en el Centro Niemeyer, como hizo Louis Vuitton en el MAC de Niteroi, Río de Janeiro, obra también de Oscar Niemeyer, en 2016?
Pues bien, en ese momento la Cultura como «instrumento económico» no haría más que cumplir con los estatutos de la Fundación Niemeyer, que contempla en su capítulo 1: «La promoción, difusión, gestión del Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer con la finalidad de convertir a este centro en uno de los principales motores dinamizadores de la vida cultural, social y económica del Principado de Asturias. Este centro tiene por misión desarrollar la economía, generar empleo e impulsar un cambio profundo en las bases de la sociedad asturiana, al convertirse en un elemento básico de la ordenación del territorio del eje central de la región».
No hace falta decir más.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el día 24 de junio de 2018