Manolo Ponga vivió con pasión todo lo que hizo, apurando hasta el último suspiro para soñar y disfrutar de su familia, sus amigos y su ciudad
El domingo por la tarde, en la habitación 328 de la Unidad 3ª Sur del Hospital Universitario San Agustín tuvo tiempo para hablar de Avilés con la alcaldesa, Mariví Monteserín, incluso para mostrar un pequeño amago de irritación por algo ajeno a ambos que quedará entre los dos. Y ya en las horas finales, más íntimas, se recogió con su esposa, su compañera del alma en la singladura de la vida que ambos protagonizaron cogidos de la mano, para sincerarse con ella: «Juana Mari, es que yo no me quiero morir, quiero seguir disfrutando de la vida».
Y me decía el lunes Juana Mari en el tanatorio que tras habérsele detectado el cáncer en 2016, «vivimos dos años de regalo y fuimos muy felices, nos lo pasamos muy bien».
Es una prueba más, la última, de la pasión con la que Manuel Ponga vivió toda su vida, la profesional, la política y la personal. Y casi siempre con Avilés en la mente, la ciudad de acogida de este gijonés nacido hace 82 años, en la que ya ha pasado a la historia como el primer alcalde de la época democrática tras los cuarenta años de dictadura.
En estas dos jornadas de luto que se han vivido desde que se conociera su fallecimiento en la madrugada del lunes, han sido numerosos los testimonios que han puesto de manifiesto sus logros como alcalde, su etapa como Delegado del Gobierno en una época muy complicada socialmente en esta región y el empeño que puso en su cargo de presidente de la Autoridad Portuaria.
Como alcalde sería innumerable el relato de todas las cosas que se hicieron y completaron bajo sus mandatos, iniciados tras un acuerdo entre el Partido Socialista Obrero Español y el PCE que hoy, en sí mismo, es un valor de primerísima categoría. La lección de aquella primera Corporación democrática pasará a la historia después de que socialistas y comunistas lograran ponerse de acuerdo para gobernar juntos. Laura González, Quintero y José Manuel Díaz negociaban por el PCE, mientras que por el PSOE lo hacían Manuel Ponga como candidato, José Martínez como primer teniente de alcalde y José Manuel Varela, que era el secretario general de la agrupación socialista avilesina.
No fue difícil. De hecho, el mismo día de las elecciones se vieron en el barrio de La Luz, se felicitaron por los resultados, hablaron de formar un gobierno conjunto y al día siguiente empezaron el diálogo, tal y como recuerda hoy José Martínez, uno de los protagonistas. En todo caso, una negociación abierta, porque en aquel momento todo en los partidos políticos era más improvisado, mucho menos estructurado que ahora, una época en la que «se inventaba diariamente». Todo se vivía con pasión y todo se ponía en cuestión. Unas cifras menores en un presupuesto eran capaces de poner en riesgo los pactos firmados, pero al final lo que quedó de aquel acuerdo y de aquella Corporación, de izquierda a derecha, fue el espíritu de construcción de todo aquel mundo que había por delante para dotar a Avilés de unos servicios de los que carecía, sin dejar de reconocer esfuerzos anteriores en una ciudad claramente desbordada por los años de un crecimiento desmesurado de la población.
En aquellos años de Manuel Ponga como alcalde hay que hablar de cambios en profundidad y de dotación de servicios que iban desde los centros de salud o el de planificación familiar, movimiento ciudadano, Conservatorio, Casa de la Cultura, Palacio Valdés, parques, saneamiento integral, erradicación del chabolismo, barrios, infraestructuras, ordenación del urbanismo, cultura en general… Y, por supuesto, con errores, que también los hubo.
Con todo, el gran legado de Manuel Ponga y su grupo, con la colaboración inicial del resto de los partidos políticos, es el de haber tenido claro desde el primer momento un modelo para la ciudad que se quería construir. Y ese diseño es el que desembocó en el Avilés de hoy tras ser sometido aquel plan inicial a los cambios exigidos por nuevas necesidades, nuevas perspectivas y sobre todo por la gran crisis industrial de los ochenta-noventa y la reconversión siderúrgica del 92.
Un diseño y un modelo que tuvo que salvar reticencias por parte de algunos sectores y la impaciencia de otros, entre los que me incluyo, cuando lo pedíamos todo para una ciudad que siempre se había sentido relegada en el conjunto de Asturias y lo demandaba todo y además rápido.
En la primera entrevista que concedió a LA VOZ DE AVILÉS como Delegado del Gobierno, acudí a su despacho, hablamos de todo y cuando le dije que Avilés no era bien tratada en los presupuestos generales de aquel año, se puso serio y me espetó: «Qué injusto eres José María». Su visión global de todo lo que se había conseguido en tan poco tiempo le parecía tan importante que no entendía que se pudiera poner en duda la apuesta por la ciudad. Y no le faltaba razón.
La imagen de una ciudad viva, moderna, dotada de los mejores servicios, cómoda para sus habitantes y visitantes, abierta siempre a mejoras constantes, es el mejor homenaje que se le puede brindar hoy a Manolo Ponga, que en los últimos años disfrutaba como pocos de todas las opciones que le ofrecía su Avilés, como siempre había hecho. Con su esposa, con sus amigos de siempre, con los que compartió las primeras iniciativas desde el movimiento vecinal, con personas como Mariví Monteserín o con Pilar Varela, cuando siendo poco más que dos adolescentes ya daban los primeros pasos en su compromiso social. En sus sidras en el Yumay, en el refugio de su casa del Pozón, en ese pequeño jardín en el que devoraba los periódicos; en sus interminables paseos por la playa de Xagó; en su participación en todas las convocatorias de su partido, la última la semana pasada… O en el coro de mayores de La Luz, también aquí con Juana Mari como inseparable compañía.
Hace dos años un cáncer puso a prueba su resistencia y fue librando todas las batallas médicas que se le plantearon, aunque en los últimos meses él era el primero en reconocer que el viaje no iba a ser ya demasiado largo. El pasado 1 de diciembre el Club de Tenis de Mesa Avilés, que él creó e impulsó, le tributó un sencillo homenaje en las instalaciones que el equipo tiene en el polideportivo de La Magdalena. Manolo Ponga había estado enfermo en la cama esa misma semana, pero avisó que estaría allí presente aunque fuera en camilla. Le vimos desmejorado, tenía dolores, hubo que ayudarle para que se sentara cómodo en una silla. Saludó, abrazó y besó a todo el mundo, mostró su agradecimiento. Y cuando le tocó el turno de decir unas palabras, se situó en el atril ante el micrófono y sacó su potente voz de no se sabe dónde, dio las gracias y pidió «seguir luchando por esta ciudad maravillosa que es Avilés y que tenemos que seguir construyendo entre todos». Se le quebró la voz, pero él ya había hecho una demostración más de la pasión por su ciudad y por la vida, la misma de la que hizo gala siempre, hasta su último suspiro cuando este domingo comenzó a despedirse, esta vez sí, de su inseparable y adorada compañera Juana Mari.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el día 2 de enero de 2019