Me dice tu hijo que te acostaste a las tres de la madrugada y que a las cinco lo dejaste ya, plácidamente. Coño, disciplina alemana hasta el último suspiro, todo controlado. Hace cuarenta y tres años, a la vuelta de un Murcia-C. D. Ensidesa en La Condomina, me lo demostraste en aquel motel de Madrid en el que decidimos hacer noche. Nos dieron para cenar un bocadillo, de milagro, nos fuimos a la habitación y cuando estábamos de charla, cada uno en su cama, paraste y avisaste: «bueno, yo voy a dormir». Y a los 32 segundos ya roncabas como una moto. Yo no daba crédito.
Aunque bien pensado, no sé de qué me podía extrañar a tu lado, porque toda tu vida ha sido un permanente asombro. Después de hacer miles de kilómetros juntos para seguir al C. D. Ensidesa y al Real Avilés, primero en aquel ‘Manzanito’ que causaba asombro en todos los campos del Norte de España, un Ford Ghia 1.6 rojo que nos cedía Autoavisa, superado luego por un Sierra 2.0 –nos metieron una multa en Valencia por exceso de velocidad que Miguel Ángel Artime, gerente del concesionario avilesino, nos reclamaba cada dos por tres con escaso éxito, mientras nos invitaba a comer cocochas de merluza con angulas en Casa Alvarín–, o aquel Seat 1430 tuyo que batía récords devorando las carreteras pueblo a pueblo, bueno, pues después de todo aquel trajín, uno lo supo todo de ti. Y supongo que Agustín Romero, con el que viajabas a la semana siguiente, podrá corroborarlo. Las páginas de LA VOZ DE AVILES daban cuenta de ello cada martes.
Supe de ti que naciste en Puerto Lumbreras, parroquia de Águilas, aunque tú siempre decías que «pijo, yo soy de Gijón, la que es de Murcia es mi mujer», sin darte cuenta que ese ‘pijo’ es más murciano que el río Segura. Comprobé que en tu pueblo, hace 43 años, todos los bares tenían posters gigantes de Quini y Castro hechos por ti, que esto sí que es hacer una colonización silenciosa, ríete tú de Pedro Menéndez de Avilés. Aprendí a identificar los ríos que encontrábamos por las carreteras por el número de cadáveres en cuyo rescate tú habías participado como fundador de GEAS, el grupo de submarinismo de Ensidesa. Apunté que tu amigo de toda la vida fue Paco Rabal, al que un día tuvo que salir todo el pueblo a buscarlo mientras él se encontraba en una cuneta a la que se había caído. Me contaste tu inscripción para ir a la División Azul –el hambre era cruel–, en donde el orín se congelaba de forma instantánea a cincuenta grados bajo cero, y por eso presumías, en camiseta, y en enero, de que tú nunca tenías frío. Y yo vi, no hacía falta que me lo contaras tú, tu espíritu de servicio para ayudar a todo el mundo. ¡Si las ventanillas de la Dirección General de Tráfico hablaran para dar los detalles de multas y permisos! Tampoco hizo falta que me recordaras, porque yo lo vi, los miles de fotos de futbolistas benjamines, alevines, cadetes…, aunque hayas pasado a la historia con esa foto universal de la volea del Brujo Quini, mucho más que tu amigo.
Adiós Puchín, pijo. Aunque tu cámara se haya apagado hoy definitivamente, sabes que nunca, nunca, te vamos a olvidar.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el día 9 de enero de 2019