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José María Urbano

Dame buenas noticias

OTÍN ES NUESTRO

Tras conocer el drama personal del científico afincado en Salinas solo queda una reacción unánime en esta región para que siga entre nosotros.

«Envejeceré para todo, menos para el asombro». Cuando Carlos López Otín fue utilizando en positivo esta frase de Chesterton en los últimos años, siempre relacionada con los avances de la ciencia en la que él y su equipo han tenido una participación extraordinaria, nunca hubiera pensado que volvería a repetirla para tratar de explicar algo que jamás se le hubiese pasado por la cabeza: su propio derrumbe personal.

El pasado domingo, a las 22.32 horas, recibí un extenso correo electrónico de Carlos López Otín para disculparse porque que al día siguiente no asistiría a la presentación oficial de mi libro ‘Dame buenas noticias’, un acto al que le había invitado de forma especial unos días antes.

Me dejó sobrecogido. A día de hoy sigo impactado, aunque el propio López Otín inició el martes por la noche en el programa ‘Vidas públicas, vidas privadas’, que conduce Justo Braga en la TPA, un peregrinar por todos los medios nacionales e internacionales para presentar la publicación de su propio libro, ‘La vida en cuatro letras’, pero sobre todo para explicar de qué forma perdió su propósito vital y pensó hasta en el suicidio.

Contesté su correo de inmediato, no dando crédito a lo que acababa de leer. Acerté a decirle que había seguido, como todo el mundo, la infamia a la que había sido sometido en los últimos meses, pero sin poder imaginar que ese acoso y ese hostigamiento pudieran haber hecho mella en él de esa forma. «Quiero que sepas, y sé que lo sabes de sobra, que yo soy uno más de esa inmensa mayoría que nos sentimos orgullosos de tenerte entre nosotros, no sólo por tu capacidad profesional, que es digna de un reconocimiento universal, sino por tu aportación a una sociedad que necesita cada día más mensajes como sólo tú nos has hecho llegar en tantas ocasiones», le contesté inicialmente.

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Siguió el intercambio epistolar, que ya no viene al caso, pero casi siete días después me sigue causando asombro que una persona como López Otín, con una personalidad y una fortaleza que era capaz de trasladarnos al resto de los mortales la esencia de las cosas que de verdad merecen la pena en la vida, se haya derrumbado víctima de las miserias humanas, esas cuyo único objetivo es causar el mayor daño posible a otras personas tras comprobar, el que las inflige, su propia incompetencia, su cobardía y su maldad, y además seguramente siendo consciente plenamente del daño que está causando.

Al día siguiente, en la presentación de mi libro expuse que esta región debía aprovechar, a la hora de citar sus fortalezas, la presencia entre nosotros de personalidades como Carlos López Otín, Margarita Salas, los Fernández Vega y otras personas implicadas en la FINBA, la Fundación para la Investigación Biosanitaria de Asturias, o tantos otros presentes en el Consejo para la Investigación de Asturias, en el CSIC, en el SERIDA o en el FICYT.

Nadie en aquel momento, lunes a última hora de la tarde, conocía la ‘bomba’ que López Otín iba a lanzar al día siguiente: el acoso al que fue sometido durante meses, la falsedad de las acusaciones que se le hicieron y finalmente la destrucción de un bioterio que él había creado en un 95 por ciento, con la muerte de seis mil ratones tras verse infectados extrañamente por un virus, algo que apunta a un sabotaje en toda regla.

Superados el asombro y la perplejidad provocados por la confesión del científico afincado en Salinas –en la que la visión del mar desde su domicilio le produce algunos momentos de felicidad–, llega el momento de la reflexión sobre la capacidad de esta región para mantener entre nosotros el talento de personas como Otín o de, si una vez más, va a imperar esa indolencia en la que tantas veces navegamos sin querer atisbar siquiera el daño que provocamos. Casi siempre, cuando nos damos cuenta, ya es demasiado tarde.

En el mismo libro ‘Dame buenas noticias’, presentado el lunes ante 217 personas que representaban –aparte de su cercanía a mí y a mi profesión después de cuarenta y cinco años– a una buena parte del mundo empresarial, político y social de esta región, hay un capítulo titulado ‘El tren perdido de La Granda’ (página 49), al que acompaña una fotografía de Severo Ochoa, Francisco Grande Covián y Santiago Grisolía paseando por los jardines de la residencia propiedad de ArcelorMittal.

En ese artículo quise resumir el sino de esta región, el que es capaz de generar cosas tan extraordinarias como fueron los cursos de La Granda en su día y poco después el que asiste impávido a su práctica desaparición sin ser capaz de reflexionar sobre lo que hemos perdido como sociedad que debe aspirar siempre a la excelencia.

Los cursos de La Granda tuvieron desde el inicio la extraordinaria aportación científica que cada mes de agosto aportaban los ya citados Severo Ochoa –un Premio Nóbel a disposición de unos cursos de verano en una ciudad de algo más de ochenta mil habitantes que por no tener no tenía ni campus universitario–, Grande Covián y Santiago Grisolía, a los que se unían Margarita Salas, César Nombela, José María Segovia de Arana, José María Baldasano o el propio Carlos López Otín, por citar solo a los del ámbito científico.

Avilés, su comarca, Asturias, se pudo convertir –y lo consiguió durante un tiempo– en la mejor Universidad de verano de esta país, superando, y lo hizo, a la Menéndez Pelayo de Santander, como un centro del conocimiento y de la investigación científica de renombre internacional. La Granda, hoy, es un sucedáneo con fecha de caducidad, pese al trabajo y a las buenas intenciones de Juan Velarde y hasta del propio rector de la Universidad de Oviedo, Santiago García. Fue un tren más de los que en esta ciudad y en esta región dejamos pasar de largo. Ya no volverá a pasar.

Por eso, tras conocer de primera mano el drama de una persona como Carlos López Otín, uno sigue aturdido llevándose las manos a la cabeza por un doble motivo. Primero, por constatar que una personalidad como López Otín, al que veíamos como ese ser ‘inmortal’ que nos alumbraba a todos, nos confiesa su vulnerabilidad ante unos ataques que pueden destruir a cualquiera si se lo proponen. Y segundo, por saber si esta región se va a permitir, de brazos cruzados, el perder las aportaciones científicas, económicas –que no han sido menores– y de imagen que de una forma extraordinaria e impagable nos ha obsequiado el profesor Carlos López Otín durante los treinta y cinco años que ha permanecido entre nosotros, tras encontrar en Salinas «su lugar en el mundo», con su esposa y sus dos hijos, como ha asegurado en tantas ocasiones.

Mario Benedetti dejó escrito que «una de las cosas más agradables de la vida era ver cómo se filtra el sol entre las hojas». Uno espera que ese sol se filtre rápidamente en la mente de Carlos López Otín para ayudarle a encontrar su ‘ikigai’, su razón de vivir, y también para que esta región reaccione de inmediato y consiga que Otín se quede entre nosotros.

 

Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 14 de abril de 2019

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Sobre el autor

José María Urbano. Periodista. ExJefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico y director de AsturiasInnova+, el proyecto de divulgación de la innovación, la ciencia y la tecnología adscrito al Grupo El Comercio (Grupo Vocento). El relato de los hechos y los fundamentos de la opinión sólo pueden tener su base en el poder de los datos. En un mundo en el que imperan los clics, los shares, las notas teledirigidas, las ruedas de prensa sin preguntas y las declaraciones huecas en busca de un titular, hay que reivindicar el periodismo hecho por profesionales. Política, economía, cultura, deportes... la vida en general, tienen cabida en este espacio que pretende ir más allá de la inmediatez, la ficción y el ruido que impera apoyado en las redes sociales. El periodismo es otra cosa.


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