Miguel Montes entrenó al Real Avilés apenas cinco meses. Tiempo suficiente para dejar en esta ciudad una imagen imborrable por su humanidad y por su compromiso con las personas, llevado al punto de anteponer la lealtad a sus jugadores al de su propio futuro como entrenador. El técnico llegó al equipo avilesino en el peor momento de su historia -que ya es decir si vemos su actual estado-. Era la temporada 74-75 y el Real Avilés acababa de hundirse en la Regional tras perder la eliminatoria con el Michelín y haber pasado nada menos que cuatro entrenadores por su banquillo.
Montes se hizo cargo del equipo en un club que tenía tres millones de pesetas de presupuesto y debía siete, abandonado a su suerte, con un terreno de juego en pésimas condiciones tras celebrarse el tradicional concurso hípico de las fiestas de agosto y que debían acondicionar los directivos. En la plantilla se hizo una limpia importante, pero aún quedaban jugadores veteranos de la campaña anterior. Algunos de fuera, viviendo de pensión. Y sin dinero casi ni para comer.
Y ahí es donde empezó a verse la humanidad de Miguel Montes, preocupado siempre por sus jugadores, con los que logró hacer una piña. Rara era la semana que no se llevaba a comer a los futbolistas más necesitados para que se alimentaran de forma adecuada, mientras crecía su incomodidad ante los incumplimientos de la directiva con los pagos a la plantilla.
Deportivamente empezó la temporada con una victoria en el partido de máxima rivalidad local, frente al Ensidesa Atlético (1-2), en un partido en el que se lesionó José Aurelio, el ‘niño mimado’ de Montes, que no dudó ni un momento en llevarlo personalmente a la consulta de los médicos del Sporting para su recuperación. Detalles como éste hacían que los jugadores estuvieran a muerte con él de forma permanente.
En diciembre decidió dejarlo todo. La situación con los continuos incumplimientos de la directiva con los pagos a la plantilla se agravó el día en que se comunicó a un jugador que no se le iba a abonar lo que le habían prometido. Me imagino que a Montes se le habrían hinchado las venas del cuello en la bronca con aquellos directivos, como sucedió en una ocasión cuando en el descanso de un partido echó a uno de ellos del vestuario. Y dijo adiós.
Montes llegó sobre las cuatro de la tarde al Suárez Puerta y comunicó a sus jugadores que se iba. Los fue abrazando uno a uno, a la salida se despidió también de otras personas. Y se fue sonriendo y consolando a los que allí se quedaban, nos quedábamos, llorando por su marcha.
Cinco meses. Suficientes para descubrir a una gran persona y no olvidarle nunca.
Publicado en El Comercio-La Voz de Avilés el 21 de mayo de 2019