Tuve que esperar tres años para sumarlo a la lista de colaboradores de LA VOZ DE AVILÉS. Cuando volví de Gijón para hacerme cargo del periódico en 2008, Alberto del Río publicaba como columnista en un diario de la competencia que abandonó por razones que me explicó y que ahora quedarán enterradas en la parte que a mí me corresponde. Esperé unos dos o tres meses, por una cuestión de respeto hacia esa competencia, antes de hablar con él. Nos citamos en el reservado del Jose’s y yo llevé como ‘carabina’ a un amigo común, Armando Arias, para que me ayudara en caso de que hiciera falta. Fue un almuerzo de los que se recuerdan. De aquel encuentro salió Alberto del Río como nuevo colaborador del periódico. Y así nacieron, junio de 2011, ‘Los episodios avilesinos’, esa historia de la intrahistoria de Avilés con cita obligada cada siete días en las páginas del periódico de esta ciudad. En los últimos tiempos el propio Alberto pidió intercalar sus episodios con el ‘Diccionario de Avilés’.
Daba igual, Alberto del Río lo sabía todo de Avilés y lo explicaba como nadie, con una pulcritud en sus textos que podrían servir de ejemplo en cualquier escuela de periodismo; con un lenguaje ameno, con la ironía que solo él era capaz de aportar cuando echaba mano de su particular retranca; con la seguridad de que cada uno de los datos que aportaba eran ‘palabra de Alberto y amén’. Alberto Santos y Yolanda de Luis, los dos jefes de sección de Local de este periódico, darán fe del mimo con el que Alberto del Río pedía los jueves una maqueta diseñada por él, con las fotos justas, a su medida, y cómo los sábados volvía para comprobar que todo estaba, no en orden, sino perfecto.
Ha muerto de forma inesperada –dada su discreción y la de su esposa Ana, eran pocos los que estaban en la pelea que había iniciado hace poco más de un mes cuando se le detectó un problema que le llevó directamente a Urgencias–, un hombre que ha marcado una de las etapas más brillantes de la cultura y el desarrollo turístico de esta ciudad.
Con la misma ironía y el humor ácido/inteligente que él empleaba, los amigos decíamos que Alberto del Río había formado parte de ‘La banda de los cuatro’, una forma cariñosa de reconocer el trabajo que en esta ciudad, en el inicio del periodo democrático, llevaron a cabo Antonio Ripoll, Ramón Rodríguez, José María Martínez ‘Chema’ y Alberto del Río, que era gerente del área de Imagen. La aportación de los cuatro es historia de esta ciudad.
Antes, en 1973, Alberto del Río se había inventado ‘El Grillo’, un suplemento mensual de LA VOZ DE AVILÉS, que se editaba en papel amarillo y que hablaba sobre todo de literatura, cine y «temas de actualidad», una forma eufemística de esconder críticas directas a un régimen que miraba con lupa cada línea escrita por figuras relevantes como Juan Cueto, el profesor José Antonio Doval, Ramón Rodríguez, Pedro de Silva, Amelia Valcárcel, Luis Javier Álvarez, uno de los fundadores del movimiento bablista, y hasta el mismo Víctor Manuel, que firmaba sus escritos como Víctor. La aventura de Alberto del Río duró siete meses: aquel cri-cri mensual era excesivo para los oídos de un régimen que tenía un delegado en Oviedo pendiente de cada página.
Trabajó durante años en el departamento de Publicaciones, Documentación y Cinematografía Industrial de Ensidesa. Dirigió más de treinta cortos y documentales y llegó a formar parte del jurado del Festival de Cine de Gijón.
Ya en el Ayuntamiento de Avilés, Alberto del Río siguió haciendo «de las suyas» por cada departamento por el que pasó, festejos, cultura, archivo, documentación… Y se inventó la promoción turística de Avilés, poniendo en marcha, entre otras cosas, las visitas guiadas que él mismo hizo en tantas ocasiones para tratar de descubrir el casco histórico y el patrimonio urbanístico de Avilés.
El germen de lo que hoy en día vemos como algo natural (turismo por las calles, cruceros en el puerto, visitas guiadas, sede de congresos, participación en ferias) se lo inventó Alberto del Río. Y que nadie se confunda. Lo hizo a partir de 1995, con Agustín González, del PP, como alcalde, que fue el encargado de crear el servicio de Promoción Turística y nombrarle a él responsable del mismo. El problema es que Alberto del Río era el jefe de sí mismo porque estaba solo, y además le dieron un despacho en el que sus armas de trabajo, como él mismo reflexionó en más de una ocasión, eran un teléfono/fax colocado sobre una vieja mesa de un solo cajón (sin llave) y una silla de tijera. Más tarde le llegó un ordenador de segunda mano, con 20 megas libres en el disco duro. Pura arqueología informática, recordaba en ocasiones. Y el presupuesto –¡ah el presupuesto!–, era muy simple: cero pesetas.
El bloqueo presupuestario al que fue sometido el PP en el Ayuntamiento, en donde no le aprobaron ni un solo presupuesto en cuatro años, no daba para más. Aún así, se consiguió asistir con stand propio a la Feria de Muestras de Gijón o hacer una ’Semana de Avilés en Madrid’, pequeñas picas en Flandes que marcaron el camino que habría de llegar más tarde. Estuvo detrás de la creación de Canal 21, la primera televisión local de Avilés, y embrión de una buena escuela de profesionales. Su última etapa en el Ayuntamiento le llevó al servicio de documentación y archivo histórico, compartiendo despacho con Justo Ureña, cronista oficial de la villa. De la labor de ambos quedan cientos de páginas escritas sobre los entresijos de Avilés, de su historia, de sus personajes, de sus calles y hasta de los mínimos detalles.
Desaparecido Justo Ureña, Alberto del Río tomó el relevo. ‘Los episodios avilesinos’ de los domingos en LA VOZ DE AVILÉS se convirtieron en un referente periodístico e histórico en la ciudad e incluso fuera de ella. Del Río se había convertido ya en ese momento, extraoficialmente, en el cronista oficial de la villa, el puesto que había dejado vacante su amigo de trabajo, de tertulias y hasta de risas, Justo Ureña, que había fallecido en 2011. Por eso, cuando en 2014, el Ayuntamiento de Avilés, su alcaldesa y su concejal de Cultura, Pilar Varela y Román Antonio Álvarez, no nombraron cronista oficial de la villa a Alberto del Río se cometía una de las mayores injusticias que se han visto en ese ámbito en la reciente historia de Avilés.
Por lo demás, con la muerte de Alberto del Río desaparece un hombre culto, educado, respetuoso con todo el mundo, riguroso en su trabajo hasta el exceso. Silencioso en ocasiones, muchas veces forzado por sus dificultades auditivas, pero a la vez un contertulio sabio, simpático, irónico, socarrón cuando había que serlo. Los silencios de Alberto del Río en ocasiones eran un tratado de inteligencia. Le recordaremos hasta con su copa de vino tinto, siempre dispuesto a la conversación.
En este periódico se va uno de los nuestros. Inolvidable. Gracias por todo Alberto.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 8 de julio de 2019