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José María Urbano

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¿Y NOSOTROS QUÉ PLAN TENEMOS?

La industria electrointensiva europea se plantea cambios estructurales que en el caso de Asturias obligan a ir «con» y no «contra» las empresas.

¿Quién no lo iba a entender? Despertarse por la mañana y tener solo gana de cubrirse la cabeza con la sábana, dar media vuelta e intentar olvidarse de todo. El problema es que esa vía de escape tiene poco recorrido porque al final la tozudez de los hechos termina por aplastar tus anhelos y situarte ante el espejo de la realidad. Así que adiós al deseo y en pie. La vida es dura.

La desaceleración de la economía global está apoyada por tantos datos que ya ni merece la pena entrar en matices. Lo dice el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), que acaba de rectificarse a sí mismo por cuarta vez en el último año sobre sus propias previsiones de crecimiento, aunque España no sea de los países que salen peor parados, al contrario. Pero a las recientes dificultades de la industria automovilística, el endeudamiento al que obliga a las empresas la lucha contra la contaminación, las dudas sobre el crecimiento de China, las tensiones tecnológicas, el enfriamiento de la economía en los países emergentes y el ‘Brexit’, añadamos ahora dos nuevas variables, una propia y otra global.

En España, cuando más se necesita sacar adelante una serie de instrumentos claves para la economía en general y para la industria en particular, y nada digamos para Asturias –costes de la energía, ayudas en el CO2, estatuto de las electrointensivas–, nuestra clase política sigue a lo suyo, a su espectáculo diario, y condena a todo el país a una sensación de interinidad permanente, sin capacidad de decisión. El Gobierno sigue en funciones, sin poder de maniobra.

De otro lado, por si se nos acumulaban pocos problemas, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) acaba de hacer público uno de sus últimos informes para decirnos que el calentamiento global –solo hace falta ver los telediarios de estos últimos días para ahorrarnos las palabras– puede suponer de aquí a 2030 la pérdida de productividad equivalente a 80 millones de empleos, acompañada de unas pérdidas de 2,4 billones de dólares en todo el mundo. Dibujado el ‘último parte’ del panorama mundial, nos encontramos en España con que las empresas negociadoras del estatuto electrointensivo (siderurgia, metal, cemento, papel, químicas, cerámica…) han iniciado un debate en profundidad, en una ‘Alianza por la competitividad de la empresa’, que partiendo de la base de que la industria es una pieza básica de nuestra economía de cara al futuro, concluye que en este momento, punto primero, nuestro país no tiene un plan claro de por dónde hay que ir.

Punto segundo. Los planteamientos de la transición energética llegan en un momento en el que la crisis se ha apoderado de todos los sectores (automoción, materiales básicos…), mientras que los factores de coste, como el de la energía o el peaje del CO2, afectan de forma determinante a la cuenta de resultados de las empresas. Y se establecen dos bandos: a favor o en contra de la industria básica. ¿Traemos los productos de otra parte del mundo, pero si lo hacemos así se hunde la industria europea y con ella la economía y el empleo?

Cuando en la década de los noventa la siderurgia europea concluyó que debía hacerse una apuesta clara por las cabeceras situadas en el litoral, cerrando las del interior (Asturias, entre las beneficiadas), todo el mundo lo dio por bueno por el ahorro de costes que suponía solo en logística. El problema ahora es que ese ahorro se lo ‘come’ la exigencia del CO2, que apunta directamente a la actividad de los hornos altos, el sínter o las baterías de cok.

Se ha establecido una carrera contra el reloj para buscar alternativas de producción libres de emisiones de CO2. Un horno eléctrico reduce en un 70% las emisiones, se puede ir a la captura y almacenamiento de ese CO2 y se desarrollan en este momento otros proyectos innovadores en esa misma dirección. Pero no hay tiempo y la exigencia económica es altísima. Tanto en inversión en I+D como en el coste mismo de la producción, hasta un 40% más caro en este momento.

Pongamos un ejemplo de Asturias. ArcelorMittal avisa de que no le salen las cuentas en los trenes de Gijón, perfil, carril y alambrón. No puede competir con Turquía, ni siquiera con sus propios productos de Brasil. En 2005 hubo un problema similar y lo salvó el conocido como Plan Arco.

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Operarios de Arcelor Brasil cargan un barco con bobinas en el puerto de Vitoria (Espíritu Santo) para su traslado a las plantas acabadoras de Vega do Sul (Santa Catarina). La fotografía fue tomada en 2006. Foto: José María Urbano

Ahora, si la conclusión es que la compañía no obtiene ninguna ventaja con esos trenes, le sobra un horno alto. Y si las nuevas baterías no van a ser capaces de suministrar el cien por cien de las necesidades para los dos hornos, todo apunta a que la siguiente decisión será, efectivamente, dejar la cabecera de Gijón con un solo horno y mantener el otro en ‘stand by’. Imaginemos el escalofrío subsiguiente en solo tres apartados: empresas auxiliares, puerto de El Musel y transporte. O, aún peor, demos el siguiente paso: traer los ‘slabs’ (la bobina de acero) de las plantas propias de Brasil –allí lo hacen desde hace años– y aquí prescindimos ya de la cabecera y operamos directamente en las plantas acabadoras. Desastre total.

El ejemplo de ArcelorMittal sirve para otras grandes multinacionales y otros sectores. No hará falta recordar aquí lo de Alcoa o las amenazas de Saint-Gobain. Por eso, en ese amplio debate que se está produciendo en la actualidad y en el que intervienen personalidades relevantes como Guillermo Ulacia, bien conocido en el Principado, el primer aviso que se lanza es que asistimos a un cambio de modelo. El debate ya no es la transición energética, sino los cambios estructurales en los negocios.

¿Qué se puede hacer ante esa realidad, y qué se puede hacer en Asturias? En primer lugar, ‘regionalizar’ el problema, de forma que al Gobierno de España no lo quepa ninguna duda de lo que se nos plantea y su coste brutal en todos los sentidos. En segundo lugar, la necesidad de participar activamente en este proceso imparable, de forma que el camino se haga «con» las empresas y no «contra» ellas. Y en ese sentido se ve necesaria la creación de un equipo multidisciplinar público-privado que se maneje de forma rápida entre lo que está ocurriendo y lo que se debe hacer.

Y que esté en Bruselas reclamando soluciones innovadoras respecto a los aranceles, por ejemplo, pero también en Luxemburgo, en la sede de ArcelorMittal, o en París en la de Saint-Gobain, o en la de Parter, el nuevo propietario de la planta de Alcoa, o con DuPont… ¿Les suena lo del hombre del maletín expuesto en esta misma sección hace unas semanas?

Bueno, pues la ‘Alianza para la competitividad de las empresas’ lo ve también como algo esencial en vista de ese debate conceptual en el que las cúpulas de las multinacionales se preguntan, ante una caída de beneficios y ante una menor demanda de los mercados, por qué seguir invirtiendo en Europa y no en Asia.

Es todo tan urgente que no caben dudas sobre el camino a seguir.

 

Publicado en El Comercio-La Voz de Avilés el 28 de julio de 2019

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Sobre el autor

José María Urbano. Periodista. ExJefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico y director de AsturiasInnova+, el proyecto de divulgación de la innovación, la ciencia y la tecnología adscrito al Grupo El Comercio (Grupo Vocento). El relato de los hechos y los fundamentos de la opinión sólo pueden tener su base en el poder de los datos. En un mundo en el que imperan los clics, los shares, las notas teledirigidas, las ruedas de prensa sin preguntas y las declaraciones huecas en busca de un titular, hay que reivindicar el periodismo hecho por profesionales. Política, economía, cultura, deportes... la vida en general, tienen cabida en este espacio que pretende ir más allá de la inmediatez, la ficción y el ruido que impera apoyado en las redes sociales. El periodismo es otra cosa.


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