Era lo que me faltaba en este calvario de un virus que ha llegado para jodernos a todos la vida: que los algoritmos fallen también. Lo dice uno que en los últimos tiempos ha dado hasta conferencias sobre Inteligencia Artificial y el papel de los algoritmos, definidos como el conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permite hacer un cálculo y hallar la solución de un tipo de problemas.
Es decir, traducido: un sistema que analiza los datos que yo le doy libremente cuando expongo mi vida en redes sociales y plataformas varias y que el sistema me devuelve en forma de análisis de lo que me gusta, no me gusta, lo que aplaudo y lo que repelo.
Hasta ahora no he tenido ninguna noticia sobre mi repulsión por gente como Abascal, como en general por todos los fascistas, dueños de pistolas, con seguidores con test de inteligencia por debajo de 80 que exhiben su propia arma (física) y amenazan con utilizarla “contra estos comunistas”, y además de “forma más rápida que antes” (Guerra Civil).
Ni una señal de esta alarma. Y en cambio, abro Spotify (1) para escuchar música y me encuentro hoy, 24 de mayo de 2020, con dos opciones de ‘Podcast para probar’ (“podcast que pensamos que te van a enganchar”, me dice el algoritmo de la multinacional sueca).
Y no doy crédito. Hasta ahora los algoritmos que utiliza Spotify para escuchar música hacían un recorrido cuasi perfecto sobre mis gustos musicales, que son amplios, muy amplios (a fin de cuentas lo míos, poco interesantes para los demás), pero lo que nunca iba a imaginar es que hoy me iban a ofrecer dos podcast: el de ‘Herrera en Cope, con Carlos Herrera’ y ‘En la mañana de Federico’.
El escalofrío ha sido tan grande que casi me atraganto y apago el ordenador en vez de la aplicación. ¡Homenomejodas, algoritmo de mi vida!
Del primero sé que vive, o al menos tiene casa, en Sanlúcar de Barrameda, a donde yo he ido de vacaciones. La diferencia entre él y yo, entre otras muchas insalvables, es que la manzanilla y la tortillita de camarones me las pago yo, incluso las tapas de El Bigotes (lo de los langostinos no está habitualmente al alcance de mi pensión) también salen de mi bolsillo. De él (el del podcast) se dicen otras cosas en ese pueblo.
Del segundo me quedé en su día con la facilidad con que un macho alfa, siempre rodeado de voces sumisas al lado de su micrófono, se queda insignificante como una pulga cuando aparece toda una señora, su esposa, y en el programa de Bertín Osborne (Suecia nos tiene manía: otro Premio Nobel sin otorgar) nos demostró que la personalidad, la seriedad, la educación, el respeto hacia los demás sólo está al alcance de los más inteligentes, no de los que más berrean. Por eso, ese día Federico perdió unos cuantos centímetros de altura, por debajo incluso de su estatura física. Si el programa dura un poco más y sobre todo si su esposa no se hubiese despedido del programa mucho antes de forma inteligente, a estas alturas habría que buscarlo (a Federico) en el fondo de ese pozo que sólo ese ‘premionobel’ sabrá hasta dónde llega.
Pensé que los algoritmos estaban más perfeccionados. ¡Qué decepción!
(1). Espero que lo de hoy no sea un castigo de Spotify por mi negativa permanente a hacerme ‘Premium’ y pagar por ello. Lo siento: mi sueldo no da para hacerme suscriptor –y ya me gustaría, simplemente porque valoro el trabajo de la prensa , de donde provengo, y del trabajo de todos los artistas –, pero supongo que no tendré que esforzarme mucho para tratar de demostrar que para mí es inviable pagar una suscripción mensual por Spotify, Amazon, iTunes, El País, Clarín, La Tribune, Les Echos, Le Monde, The New York Times, The Washington Pot, diario.es, Público, Netflix, cabeceras que figuran en ‘mis favoritos’… y así hasta el infinito. ¿Están seguros que el problema es solo mío?
Menos mal que me queda La Voz de Avilés-El Comercio, líder digital de los medios en Asturias, además de su periódico diario en papel en los quioscos.
Avilés, 24 de mayo de 2020