El silencio que pide Adriana Lastra a los ‘viejos’ no esconde las debilidades de Asturias frente al valor de algunos apoyos.
En vista de que la Seguridad Social sigue sin hacerme caso para dispensar de forma gratuita el ‘pensamiento López-Otín’ en las farmacias como antídoto contra la ansiedad, la depresión y la caída cada vez más espectacular en la sociedad de las dosis de sentido común, esa capacidad que tenemos los humanos para aplicar la sensatez como remedio de muchos problemas, en vista de eso, insisto, he optado por refugiarme en la lectura sosegada de ‘El sueño del tiempo’ (Paidós), el último libro de Carlos López-Otín que acaba de llegar a las librerías.
En eso estaba estos días, leyendo con delectación cada una de las páginas, casi cada línea, de esa sinfonía de palabras y conocimiento de la marca Otín, cuando en una de mis escasas incursiones por los informativos de televisión (relegada hace tiempo a sala de cine y documentales), escucho a Adriana Lastra mandar callar a los ‘viejos’ del PSOE, y por extensión a todos los viejos de este país, por la sencilla razón, argumenta ella, de que «ahora nos toca a nosotros», los de la nueva generación, representada por ella misma.
Más allá de la formas, uno se rebela ante la opción de ir a los parques a sentarse al sol o a vigilar cómo van las obras –que seguramente es lo que le haría ilusión a Adriana Lastra que hiciéramos–, y concluye que no están los tiempos para renunciar a los mismos objetivos que uno viene defendiendo desde hace años con un discurso lanzado desde esta ciudad, pero que persigue a fin de cuentas el bienestar general de todas las personas, y en concreto de todos cuantos vivimos en nuestro paraíso natural.
Efectivamente, muchos como Adriana Lastra estarían felices de que se hiciera el silencio en algunos casos y desde algunas tribunas para que no se insistiera tanto en la necesidad de un trato igualitario en un país y en una región en donde se echan en falta aquellos objetivos de los ‘viejos’ de construir una sociedad más justa, más integrada y más solidaria. Y donde no pesara tanto el valor de un voto para mantenerse en esa élite política, definitivamente entregada a sus privilegios, muy por encima de los intereses generales y de las cuestiones de Estado.
¿Pretende Adriana Lastra y los que piensan como ella que los ‘viejos’ no hablemos del desamparo económico de esta región, y ya no digamos de una ciudad como Avilés, un referente industrial y de I+D+i europeo aunque alguno no acabe de enterarse? Seguimos esperando por un estatuto electrointensivo que es vital para las grandes industrias asturianas, aunque algunos hayamos dicho hace mucho tiempo que no va a servir de nada. O por que el Gobierno agote la cantidad permitida por la UE para compensar los costes de CO2. No es cuestión de apelar a lo que dictan los estamentos europeos sólo cuando nos convenga. Si alguien cree que los problemas de este tipo se resuelven recordando que Mariano Rajoy no hizo nada por la industria –que es cierto–, es mejor que se dé prisa, porque a lo mejor dentro de un año ya no hay de qué hablar.
Mientras en Asturias seguimos anunciando proyectos de proyectos, formación de comisiones, grupos de estudio, comités de sabios, buenas intenciones, sin duda, y todo un relato de lo que queremos hacer en el futuro, otros se dedican a anunciar resultados. Seguramente porque tienen las ideas claras y resortes que funcionan. Y sobre todo, mucho poder para que se les haga caso.
El presidente del Gobierno anuncia un plan especial de rescate para la hostelería española en general, con una «especial significación» para Cataluña, asegurándose así los votos de ERC. Supongo que el dueño de un bar de las Ramblas o del Puerto Olímpico tendrá los mismos problemas que el de Gascona en Oviedo, el del barrio del Carmen de Gijón o el de Sabugo de Avilés.
Aquí se nos dijo que con Adriana Lastra los problemas de Asturias estarían encima de la mesa del Consejo de Ministros de forma permanente y prioritaria. Pero los ‘viejos’ vemos que de momento el PNV sí que está en esa mesa de invitado especial. En menos de veinticuatro horas fue capaz de quitarle de la cabeza al Gobierno la idea de reducir la bonificación fiscal del diésel, «porque perjudica a los nuestros». Y a la vez ha presentado una enmienda a los Presupuestos Generales del Estado que asciende, entre unas cosas y otras, a unos 700 millones de euros. Bagatelas: 21 millones de euros para cercanías; 23 para los puertos de Pasajes y Bilbao; Plan renove de 50 millones para automoción, energía y aeronáutica; un nuevo modelo de contratación para la FP Dual; y, ya puestos, presencia activa en la gestión y dirección de Paradores y la SEPI, sociedad estatal clave, hoy más que nunca. Es decir, en cualquier inversión que la SEPI pudiera plantear para los terrenos de las Baterías de Avilés, por ejemplo, vayamos rezando para que no colisione con los intereses del País Vasco.
Aquí hay alguna duda sobre nuestro futuro ligado al hidrógeno. Pero en el País Vasco ya han sido capaces de anunciar una fábrica de baterías de ion de litio para coches eléctricos: 1.200 millones de euros y apoyo de Mercedes, Iberdrola y Enagás. Y han cerrado una primera lista para acudir a fondos europeos por 11.600 millones de euros. En Galicia, más modestos, anuncian siete proyectos, uno de ellos para una fábrica de fibras textiles (800 empleos) y otro para una planta de fertilizantes y biogás. Por cierto, en Alu Ibérica La Coruña, por si acaso, La Xunta participa en una ayuda-subvención de 1.909.769 euros, sobre un presupuesto total de 6.365.899 euros para cambiar el fuel por gas. (¡¡En 2020 Alcoa trabajaba en sus plantas con fuel!!). Y la lista podría continuar.
Volveré hoy al libro de mi admirado López-Otín en busca de sosiego para ese envejecimiento tranquilo y placentero que él nos recomienda. El jueves le escuché durante dos horas en la presentación de su libro en este periódico y yo gané cuatro de longevidad. En todo caso supongo que no verá mal que, de vez en cuando, los ‘viejos’ no nos callemos.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 22 de noviembre de 2020.