El declive de Asturias se explica por la falta de un modelo económico claro y por no entender las claves industriales
George Packer, periodista de ‘The New Yorker’, escribió en 2015 ‘El desmoronamiento. Treinta años de declive americano’. Una crónica distópica que va de 1978 a 2012 y que dibuja a una superpotencia al borde del derrumbe, con unas élites en Wall Street y en Washington que viven en su mundo, con instituciones que no funcionan y con gente corriente abandonada a su suerte. En sus páginas hay un relato especial para el «cierre de las acerías» a principios de la década de los ochenta, dando nombre al ‘Cinturón del Óxido’, integrado por ciudades que hasta entonces habían vivido en la prosperidad gracias al acero y sus derivados: el mundo del automóvil y la quiebra del gigante General Motors como paradigma.
Asturias maneja desde hace tiempo una serie de macro datos que lo único que constatan es un declive paulatino de lo que habían sido sus fortalezas como una de las regiones industriales más potentes de este país. Y el caso es que Asturias cuenta con un mapa industrial, unido a centros tecnológicos de primer nivel, que por sí solo debería ser la gran locomotora que tirara de esta región hacia delante. Pero ahora, factores externos como el del precio de la energía y una descarbonización acelerada e injusta amenazan con la pérdida de competitividad de esos motores, empezando por la principal compañía asentada en nuestra región, ArcelorMittal.
Esa descarbonización acelerada e injusta ha provocado un par de detalles que seguramente en otros países se hubiesen saldado con la dimisión o el cese del ministro o ministra de turno. Ha bastado un temporal de nieve anunciado para que se disparara el precio de la energía eléctrica y se asistiera al bochorno de ver aparecer otra vez el humo de las centrales térmicas cerradas hace meses por decisiones unilaterales, nunca negociadas ni compensadas, pese a la propaganda. Teresa Ribera volvió a ser ella misma: «la subida del recibo eléctrico (el doméstico) será temporal y en todo caso solo serán unos cuantos euros».
Con todo, el mayor drama que puede estar viviendo Asturias en este momento, más allá de las circunstancias adversas por las que están pasando algunas empresas –hay otras muchas que se mantienen en posiciones de liderazgo gracias a la valía de su gente y a las buenas gestiones, sin necesidad de pedir rescates ni ayudas–, no es tanto la crisis económica agravada por la pandemia sanitaria, como la falta de un modelo, un proyecto industrial serio que se aplique de forma transversal para que esa gran locomotora tire del resto de los sectores.
Nada es sencillo. Asturias depende de decisiones que se toman fuera de su territorio, incluso fuera de las fronteras del país y eso le perjudica siempre, como se está viendo con el tema de la tarifa eléctrica y la descarbonización. Pero no es menos cierto que Asturias da a veces la sensación de estar sin rumbo, sin ideas claras, braceando como ese boxeador grogui que solo espera que el árbitro pare el combate de una vez.
Y cuando faltan ideas y sobran ocurrencias, siempre aparecerá el paletismo astur para tirar por tierra avances en cuestiones como la de un área metropolitana que pondría en órbita a esta región. (Con 500 contagiados y once fallecidos en un día, el problema es que «si me cierran a mí, los bares de Gijón van a vender más vinos»).
Cuando este periódico desvela que el Gobierno central y la dirección de ArcelorMittal han estudiado la posibilidad de una acería verde, un proyecto de incalculables beneficios por su obra, por su empleo y por el arrastre tecnológico que eso conllevaría, además de asegurar el futuro del acero en Asturias otro cuarto de siglo, algunas reacciones nos dan la medida de ese boxeador grogui. («El futuro de Asturias pasa por el agua y el ‘nuevo carbón’»; «lo único que interesa ahora es que arranque el horno alto»; «hay que regular la media hora del bocadillo»…
En esta región debería estudiarse a fondo lo que dice la hoja de ruta presentada por la Asociación sobre Acero Limpio ante la Comisión Europea, que lleva como título ‘Clean Steel Partnership’. Solo algunos datos: 500 centros de producción en 23 países y 320.000 empleados; volumen de negocio anual: 166.000 millones de euros; 3.000 millones de euros en I+D+i entre 2021 y 2030; financiación de 32 proyectos; abierta a toda la comunidad europea de la cadena de valor del acero; industria como motor de crecimiento sostenible, valor agregado y empleo de alta calidad, participando indirectamente en sectores cruciales para la competitividad de la UE, como son la construcción, automóvil, naval (extraordinario lo que están haciendo Gondán y Armón), ingeniería mecánica, generación y redes de energía, movilidad, defensa, aeronáutica…; el número total de puestos de trabajo habilitados por la industria del acero es 7,9 veces su propio empleo; 90 millones de toneladas de chatarra reciclada; una acería verde empuja el I+D+i, nuevas tecnologías, inteligencia artificial, soluciones digitales, nuevos modelos predictivos, herramientas digitales de seguimiento y control de procesos, perfeccionamiento de la mano de obra; propuesta del uso inteligente de carbono a través de la captura y almacenamiento de CO2; economía circular, colaboración de todos los países en I+D+i; utilización de energías renovables, hidrógeno…
¿Alguien tiene otro proyecto de esta envergadura para Asturias? ¿Existe de verdad una voluntad política y sindical de ir a Madrid a defender este proyecto –y otros, como el de Alu Ibérica, ahora que Galicia ha demostrado su fuerza–, como un elemento clave del desarrollo industrial de esta región, con unas sinergias incalculables?
Puede haber otras visiones, seguramente. En este momento de incertidumbre, con mucha gente al borde del precipicio, ¿quién va a renunciar a un solo proyecto que hable de crear empleo? Nadie, por supuesto. Pero ojo con los modelos. Una simple reflexión: cuando Amazon reparte mil paquetes en Asturias, todos deberíamos ser conscientes de que son mil artículos que no ha vendido el comercio asturiano. De momento, Amazon ya ha repercutido en sus clientes la ‘tasa Google’ que se le aplica desde el pasado 16 de este mes en España. Es decir: «suban los impuestos que quieran, yo voy a seguir sin pagarlos». Lo dejo aquí como un simple apunte sobre modelos económicos.
En ‘El desmoronamiento’ de Packer, un miembro del círculo político de Washington, del equipo cercano a Biden, acude en pleno declive a una fiesta política en un destartalado teatro alquilado, lejos del centro. «En el bufet se sirvió pan, mortadela y Doritos. Lejos de los actos a los que había asistido siempre en elegantes salas, con marisco y rosbif».
Marisco o Doritos, rosbif o mortadela. No está nada mal como imagen del futuro que queremos y tenemos la obligación de construir entre todos.
Publicado en El Comercio-La Voz de Avilés el 24 de enero de 2020