La alarmante escalada de los ataques cibernéticos abre un mundo de posibilidades para un empleo cada vez más necesario y solicitado
JOSÉ MARÍA URBANO
Las guerras convencionales hace tiempo que empezaron a ser del pasado –aunque Israel nos quiera demostrar lo contrario estos días con su intervención armada en Gaza–, para dar paso a los efectos devastadores del ciberterrorismo en sus vertientes social, política y económica. La escalada de incidentes se cuenta por miles en los últimos tiempos, como hemos tenido oportunidad de comprobar estos días en nuestro país, con casos concretos en el Principado, pero sobre todo por la relevancia del hackeo del oleoducto que suministra casi la mitad del combustible de transporte de la costa este norteamericana, Nueva York incluida.
En este caso hablamos de motivaciones y consecuencias económicas, como paradigma de esa nueva piratería que ha sustituido el atraco de toda la vida a un banco, pistola en mano, por el de entrar en una computadora, un servidor, ‘raptar’ sus datos y pedir un rescate por ellos si no se quiere que todo el negocio se venga abajo.
Se trata de un ataque de ‘ransomware’, que en el caso de la compañía Colonial Pipeline consistió en instalar un software en sus servicios informáticos para que todos sus datos fueran ilegibles. Consecuencias inmediatas: cierre de 8.851 kilómetros de tubería, desde Texas a Nueva Jersey; 378 millones de litros diarios que no se pudieron servir a las gasolineras; subida inmediata de un dos por ciento en el precio del combustible (1,04 euros/litro), su nivel más alto desde 2014; entrada en pánico de cientos de empresas y de negocios por la falta de suministro; y finalmente, el pago de 5 millones de dólares, en ‘bitcoin’, que fue el rescate exigido por el grupo DarkSide, con ‘sede’ en Rusia, que además hizo públicas sus intenciones: «Nuestro objetivo es ganar dinero y no crear problemas a la sociedad».
El ciberterrorismo se ha desvelado ya como un arma potentísima de la que se pueden aprovechar países como Rusia –siempre en el punto de mira– para influir en otros de las formas más inopinadas, pero sobre todo como negocio para el mundo hacker, dispuesto a poner todo su talento al servicio de su beneficio económico, aunque a nadie se le escapa que la utilización de ese talento con otros objetivos puede llevarnos hasta el apagón universal simplemente con intervenir todas las redes de energía. Eso sí que sería el colapso.
Desde la innovación habrá que buscar la otra cara de la moneda, la del descubrimiento definitivo de un nuevo sector que crea ya nuevas empresas y empleo. Crear el hacker bueno para enfrentarse al hacker malo. En un país, lo mismo que en la Unión Europea, en donde las pymes apenas invierten en ciberseguridad, no será difícil crecer exponecialmente reclamándose variados perfiles profesionales, no solo informáticos, sino el de abogados, analistas, sociólogos, consultores de seguridad, comerciales de software…
De todas formas, la ciberseguridad nos atañe a todos como usuarios individuales con pequeños detalles: cambiar contraseñas, actualizar sistemas operativos, hacer copias de seguridad y ¡ojo! al correo electrónico. Y mucho sentido común.
J. M. U. Microsoft, el gigante estadounidense del software ha sido noticia en los últimos días, no por sus extraordinarios beneficios en el primer trimestre del año (12.781 millones de euros), sino por algo más mundano: el divorcio de Bill Gates y Melinda French Gates. Y más todavía por el reparto que deberá hacerse ahora de un patrimonio que se sitúa entre los 125.000 y los 150.000 millones de dólares. Gates, fundador de Microsoft en 1975, posee en este momento solo el 1,3 por ciento de la compañía, y a partir de ahí se puede decir que todo es desorbitante: acciones en decenas de empresas que cotizan en bolsa, dueño de la cadena hotelera Fours Seasons, con participaciones en otros hoteles de lujo y una empresa de propietarios de aviones privados, mayor poseedor de tierras agrícolas de Estados Unidos, una cartera inmobiliaria con mansiones inimaginables e instalaciones ecuestres, un fondo de inversión en energías limpias y en una empresa de energía nuclear… Y una fundación, compartida por ambos, que ha repartido ya 50.000 millones de dólares en 135 países para combatir la pobreza y las enfermedades. De otro mundo.
J. M. U. En nombre de la innovación nos bombardean a diario con nuevos hallazgos, nuevas maravillas que nos deslumbran, aunque, en ocasiones, conviene pararse un poco, tomar aire y observar las cosas con distancia. Eso es lo que ha sucedido ahora con una botella de vino francés, el famoso Pétrus, que permaneció catorce meses en la Estación Espacial Internacional (ISS) y cuando fue abierto supo a… vino. Pero eso sí, si la botella de ese caldo francés cuesta normalmente 10.000 dólares, se estimaba que podría alcanzar el precio de un millón en una subasta de vinos en Christie’s. Para el experimento se subieron a la estación espacial un total de catorce botellas, con la idea de estudiar cómo la ingravidez y la radiación espacial afectan el proceso de envejecimiento, con la esperanza de desarrollar nuevos sabores y propiedades alimentarias.
Ya en Francia, se abrió una de las botellas para una cata de expertos y concluyeron que el ‘vino espacial’ tiene un sabor «a pétalos de rosa con notas de fogata, junto con una coloración similar a un ladrillo». En fin, la innovación da para mucho.
ESTHER ALONSO
Europa se ha convertido en el líder de la lucha contra el cambio climático, fijando el objetivo de neutralidad climática para 2050. Aunque la tarea nos pueda parecer hoy hercúlea, está siendo adoptada por el resto del mundo: ya muchos países estudian cómo alcanzar este objetivo, incluida China, para 2060.
¿Y cómo afecta esto a la industria? Básicamente cambiando sus fuentes de energía: electricidad de origen renovable, combustibles fósiles (gas natural, carbón, fuel) por hidrógeno y biocombustibles. A día de hoy, se está preparando el camino para que este cambio sea una realidad, por una parte, diseñando un mix eléctrico a 2030 con un 70% de origen renovable y, por otro lado, poniendo las bases para el desarrollo de una industria del hidrógeno, que todavía necesitará un tiempo de maduración y un coste de electricidad adecuado para ser competitiva.
Ahora bien, el esfuerzo de adaptación será mucho mayor en aquellas industrias carbointensivas, como es el caso de la siderurgia integral, que precisará de un salto tecnológico descomunal para adaptar los hornos altos al nuevo paradigma. La buena noticia es que estamos en el sitio adecuado: si hay un lugar en el mundo donde este cambio pueda hacerse realidad es Europa, por conocimiento, ganas y recursos. De hecho, se están poniendo a nuestra disposición unos recursos económicos ‘Next Generation’ que permitirán a nuestra industria –en concurrencia competitiva– subirse al cambio. ¿Qué significa esto? Que solo los proyectos más competitivos serán elegidos y lógicamente se desarrollarán en aquellos territorios que reúnan las mejores condiciones (cualificación laboral, precio de la energía, logística).
La vida es un cambio continuo y ahora sucede a mucha velocidad. Es el momento de aceptarlo y ponerse manos a la obra para ser parte de esta transformación, sin olvidar que requiere un compromiso y esfuerzo por parte de todos: empresas, sociedad y gobiernos.
Página de AsturiasInnova+ publicada en El Comercio-La Voz de Avilés el 16 de mayo de 2021.