El pasado día nueve de este mes se cumplieron veintinueve años del inicio de la conocida como Marcha de Hierro, la magna movilización de los siderúrgicos asturianos y vascos para plantarse ante el Ministerio de Industria, en Madrid, tras una caminata de dieciocho días, y mostrar su desacuerdo con un Plan de competitividad que en aquel momento simplemente asustaba por el brutal coste en el empleo.La historia de aquella gesta es sobradamente conocida por la cantidad de datos aportados por muchas personas, en mi caso con la publicación de un libro (‘La larga Marcha de la siderurgia’, Edicom) que contribuyó a desvelar los entresijos de una reconversión siderúrgica que tiene todavía hoy su reflejo en lo que es y supone ArcelorMittal en España y en Asturias.
Por eso, más que los datos, lo que interesa hoy es recordar el espíritu que impulsó aquella gran manifestación que logró convocar a ochenta mil personas en Madrid para arropar al millar de trabajadores que dieciocho días antes habían iniciado su marcha en Oviedo y Bilbao. El espíritu de una clase trabajadora y de unos sindicatos que se rebelaban ante lo que suponía, tanto en Asturias como en el País Vasco, el final de una etapa histórica de la siderurgia española, consiguiendo que toda la sociedad les respaldara sin fisuras en sus reivindicaciones.
Barrera ferroviaria de Avilés y Ronda Norte, dos proyectos de años que siguen sin resolverse. Foto: Marieta
Veinte años después el mundo ha cambiado de arriba a abajo con dos crisis históricas y una pandemia que llegó a paralizar la actividad del planeta. Y con un cambio de modelo que ha supuesto el inicio de una nueva era marcada por la digitalización, la innovación, la ciencia y la inteligencia artificial. Pero mientras llegan las ventajas universales que seguramente aporta ese nuevo mundo, es indudable que la sociedad más cercana está sufriendo las consecuencias de ese sugestivo modelo. Más desigualdad –más ricos, más pobres–, más pérdidas de derechos, más pobreza… (Asustan los datos oficiales de Asturias, con casi un treinta por ciento de la población en riesgo de exclusión social: 282.471 ciudadanos en penuria económica, con sueldos que no superan los 802 euros). Y frente a todo esto, el asentamiento definitivo de una clase política convertida en una casta de privilegiados, enfangados en ese espectáculo diario al que nos han acostumbrado a través de los medios de comunicación y las redes sociales, su nuevo deporte al que se afanan a diario y en el que reflejan su vacuidad.Bajemos a la arena. La industria asturiana lleva años avisando de que los costes de la energía eléctrica son insoportables y constituyen la mayor amenaza para su futuro.
El Gobierno de Madrid, lejos de afrontar el problema desde la raíz, se ha dedicado estos años a poner trabas con el señuelo de que la descarbonización alumbraría un mundo nuevo, con la creación de miles de empleos. El resumen es sencillo: el desastre. Hasta los que aplaudían a diario los anuncios de la Ministra de Transición Ecológica –Iberdrola, por poner un ejemplo– dicen ahora que Teresa Ribera es una extremista.Hace diecinueve días Asturiana de Zinc hizo saltar todas las alarmas en Asturias, al anunciar que dejará de producir en las horas en las que el precio de la electricidad alcance el pico más alto. Silencio en la sala. ¿Qué dijo, en serio, el Gobierno regional? ¿Qué propuso la Alianza por la Industria? ¿Y el PP, que siempre tiene soluciones para todo? Titulito en la prensa… y a otra cosa.
Esta semana, el portavoz del Grupo Vasco en el Congreso, Aitor Esteban, desde su escaño, le ha espetado al presidente del Gobierno: «Modifique el precio de la energía porque está en juego la economía del país y su propio Gobierno». (¿La frase dice lo que dice o solo me lo ha parecido a mí?) ¿Qué había pasado para este ‘aviso’? Sencillo: una empresa vasca, Sidenor, anunció lo mismo que Asturiana de Zinc, aunque medio mes después. Y a uno no le sorprende tanto la actitud del PNV –ya dejó en la estacada a Mariano Rajoy en menos de veinticuatro horas–, como la respuesta inmediata del presidente del Gobierno: «Se aclarará y se precisará lo que haga falta».
Ya hubiésemos querido en Asturias una reacción semejante cuando algunos –los políticos se enteraron más tarde, of course– empezamos a alertar de lo que se nos venía encima con las consecuencias de la descarbonización exprés y el ataque en toda regla a la industria electrointensiva.Esta semana se han conocido los Presupuestos Generales del Estado. Para Avilés, más de lo mismo. Es decir, a seguir esperando proyectos vitales para la ciudad otros ¿cinco, diez, quince años, o nunca? Pero el mismo día te das cuenta de que en Gijón piensan lo mismo y que en Oviedo mantienen idéntico discurso. Es decir, el ninguneo ya no es a una ciudad, es a una región entera, diga lo que diga la lectura de los porcentajes.
Por eso, cuando se cumplen veintinueve años de la Marcha de Hierro hay que preguntarse qué fue de aquel espíritu que impregnó a toda la sociedad para denunciar que había un plan de reconversión en marcha que era necesario matizar lo que hiciera falta para tratar de evitar una sangría mayor.A esta clase política, en general, igual hay que aclararle que el «mal de muchos» del refrán es solo eso: el mal de muchos. Y consuelo de nadie y de nada. Y a lo mejor hay que volver a los tiempos del bachiller –al menos al de antes– para recordarle una vez más la primera Catilinaria de Cicerón: ‘Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?’.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 17 de octubre de 2021