Multinacionales como ArcelorMittal no pueden plantear proyectos de futuro sin entender que ellas mismas forman parte de la esencia misma de la región
Este artículo, su contenido y su reflexión, estaba planteado días antes de que se produjera el viernes el anuncio del cierre de la planta de Danone en Salas. También antes de que uno mismo se situara en ese alto porcentaje de ‘tontos’ que no sabemos si la tarifa eléctrica que pagamos es regulada o libre. No todos tenemos las ganas ni la capacidad del señor Galán, presidente de Iberdrola, para entender esa factura que nos acribilla en los últimos tiempos sin que sepamos muy bien porqué.
La nueva era por la que transitamos deja pocas dudas, si es que nos quedaba alguna, de que el mundo gira ya en torno a los intereses de las grandes corporaciones más que a las decisiones políticas, cada vez más sujetas estas a las conveniencias de las primeras. Solo las diez compañías con mayor capitalización bursátil, por sí solas o en conjunto, superan ampliamente el PIB de países enteros. Microsoft, Apple, Saudi Aramco, Alphabet (Google), Amazon, Tesla, Facebook o el holding de Warren Buffet, a las que hay que añadir el poder de los fondos de inversión, incluidos los fondos especulativos, deciden ya el rumbo de nuestras vidas, imponiendo su negocio y su criterio en cuestiones claves como la publicidad, redes sociales, comercio electrónico…, con sus derivadas sobre la manipulación y el control absoluto sobre las personas.
Detrás de esos conglomerados empresariales existe un grupo de gente privilegiada que alterna cada poco los primeros puestos de la lista de Forbes sobre las personas más ricas del mundo, y en un segundo peldaño esa numerosa cantidad de accionistas a los que hay que primar de forma constante y creciente para que sostengan el negocio.
Y en el último peldaño, dos beneficiarios ‘secundarios’: los trabajadores y sus familias, y los territorios. El escalón débil de la sociedad fácilmente maleable, al antojo de los intereses de los ‘dueños del mundo’.
Asturias cuenta con una serie de multinacionales que han configurado hasta nuestro estilo de vida desde hace muchos años. Unas sociedades a las que hay que exigirles que cumplan en primer lugar con sus objetivos empresariales, que sean rentables, que inviertan en su modernización para asegurar el futuro, y en definitiva que colaboren en la prosperidad de este territorio. Desde ese punto de vista, nada que reprochar, incluso todos podemos coincidir en el elogio por el papel que vienen desarrollando.
Pero dicho esto, una región como Asturias debe esperar y pedir que esas grandes corporaciones, industriales en nuestro caso en su mayoría, entiendan que ellas también forman parte de una sociedad que recibe mucho, pero que también les da mucho. Y que en tiempos de dificultad tiene que existir un compromiso claro con el ‘último peldaño’, el de los trabajadores, el del propio territorio. Todos sabemos que aquí hay directivos y técnicos que se implican al máximo para garantizar el mantenimiento y hasta la expansión del negocio. El problema es hacer llegar el mensaje a los centros de decisión, desde hace tiempo muy alejados de esta región.
Los planes de inversión de ArcelorMittal en Asturias son impresionantes en cuanto aseguran el futuro que exige la descarbonización por un lado y la utilización de las energías verdes por otro. Pero es la misma multinacional la que tiene que medir y entender el coste que esos proyectos van a tener para la región. Se ha criticado aquí una reciente huelga sin demasiado sentido, en contra de la opinión de los trabajadores, pero ahora ArcelorMittal no puede llegar a una mesa de negociación sobre sus proyectos de futuro y dejar caer los datos de esa nueva y profunda reconversión, sin cuidar ni siquiera hasta el tono en el que lo expresa: casi 1.000 puestos de trabajo que se pierden, un millón de toneladas menos que se van fuera, anulación de los contratos relevo y un resumen final: o lo tomas o lo dejas. O se firma o esto corre peligro. Casi no me atrevo a escribir la palabra que resuena: ¿chantaje? ¿ArcelorMittal no es capaz de plantear alguna alternativa, ni siquiera un mensaje de esperanza?
Qué lejos queda aquel 19 de febrero de 2001 en el Hotel Conrad de Bruselas, cuando se anunció la fusión de las siderurgias de Francia, Luxemburgo y España, bajo el nombre inicial de NewCo –embrión de la actual ArcelorMittal–, con un «capítulo uno» incontestable, en palabras de Francis Mer, posteriormente ministro de Economía del gobierno francés: «Esta compañía nace para colaborar en la construcción europea». Ya sabemos que eso es papel mojado para una multinacional que acaba de presentar unos beneficios en el primer trimestre, mejores de los previstos, de 3.900 millones de euros, basados en precios más elevados del acero, un modelo de diversidad geográfica global y de productos y una integración vertical. ¡Saquen la calculadora: 3.900 millones de euros en el primer trimestre! ¿Ningún ‘detalle’ para Asturias?
Hay más ejemplos. Saint-Gobain, empresa del vidrio líder en España gracias al histórico emplazamiento de Avilés, cerró en su día, sin contrapartidas, el centro de I+D+i (CIDA). Desde entonces todos son dudas sobre el futuro en Asturias por parte de una compañía, francesa, que en cambio anuncia en México una alianza con Audi para reciclar vidrio de los parabrisas para sus divisiones de Sekurit y Glass, las mismas que tiene en Avilés. ¿Y por qué aquí no plantea ese ‘detalle’ u otro similar y en cambio asistimos de forma permanente a avisos inquietantes y hasta deslocalización de modelos de parabrisas, el último a Francia?
Asturiana de Zinc, con la mayor planta de producción de zinc del mundo en Asturias, ¿no puede echar un cable con un proyecto nuevo en compensación con todo lo que Asturias, la comarca de Avilés, le sigue ofreciendo en el aspecto medioambiental, o va a seguir con su política de ‘lavado de cara’, gastándose una calderilla en apoyar centros o actividades culturales?
La reflexión de estas y otras multinacionales debería pasar en primer lugar por entender que ellas mismas son parte del territorio. Esencia de esos espacios de los que no deben huir. El anuncio de cierre de Danone en Salas es el peor ejemplo de todo esto. La compañía con sede en París, después de 41 años, pone en manos de un destacado bufete de Madrid su anuncio de cierre –ni siquiera da la cara directamente–, sin querer saber nada de que ella misma ha sido protagonista y es partícipe de una localidad y una comarca que basó en Danone su desarrollo integral: crecimiento de población, urbanismo, construcción, educación, turismo, bienestar social…
Solo nos quedan los gestos de estas multinacionales con «sus» territorios por una simple cuestión de justa correspondencia. Si no lo entienden así, el mundo, nuestro mundo, se va a transformar en más inhóspito, más injusto, más cruel. Lleno de ‘tontos’.
Publicado en El Comercio-La Voz de Avilés el 8 de mayo de 2022.