El proyecto educativo de Logrezana, de ejemplo de actuación en el mundo rural a ‘cumplir’ con la norma
«Las acciones suben por la escalera y bajan por el ascensor». La frase corresponde al analista de un boletín económico internacional que esta semana comentaba la volatilidad del mercado financiero para referirse a las dificultades por las que atraviesa Apple en su cotización debido a la denuncia francesa sobre los índices de radiación del Iphone 12 y la orden del gobierno chino a sus dirigentes y directivos empresariales para que dejen de utilizar el móvil del gigante norteamericano. Pero la expresión del experto económico es fácil trasladarla a cualquier aspecto de nuestra vida cotidiana, simplificándola: construir siempre conlleva un esfuerzo constante y prolongado; paralizar o destruir es mucho más sencillo y muy rápido.
Esta es la historia de un colegio rural. Y también la de la distancia entre la teoría y la práctica. Logrezana es una parroquia de Carreño, la más grande del concejo, en donde viven algo más de trescientas personas, insertada en el mundo rural, pero conectada también con un entorno fabril destacado –polígonos de Tabaza, Logrezana y Prendes, más Tamón si contamos a DuPont y su influencia–, y con una escuela centenaria (100 años cumplió en octubre del año pasado) que se logró abrir gracias al impulso de vecinos, la anterior alcaldesa y un profesor, David González, que consiguieron sumar nueve alumnos que permitían devolver la actividad a ese centro.
Un momento de la celebración del centenario de la escuela de Logrezana en octubre de 2022. E. C.
Nueve alumnos de tres a nueve años que representan una historia rica en matices. Una de las niñas es de Nueva Caledonia y sus padres decidieron quedarse en la zona precisamente por la opción del colegio; otra niña es marroquí y sus padres trabajan en una empresa situada en la zona de Prendes. Tres alumnos tienen hermanos pequeños, que pronto acudirán al mismo espacio educativo.
Y en el centro de toda esta comunidad, un maestro que se presenta en el colegio para ejercer de profesor, tutor, secretario, jefe de estudios y director. Llegado en comisión de servicio, David González planteó y desarrolló un proyecto educativo rompedor, absolutamente adaptado a ese mundo rural y a su pequeño grupo de escolares, sin apenas libros, sin deberes, compaginando el estudio del entorno al aire libre, conociendo la naturaleza y el trabajo rural, pero también con visitas a museos y exposiciones de pintura –niños hablando en sus casas de Los girasoles de Van Gogh–, con excursiones y hasta con un pequeño campamento en horario lectivo en un refugio de alta montaña. Con viajes y manutención gratis para los alumnos, al dedicar el dinero que oficialmente recibe el colegio a este tipo de actividades. Un proyecto educativo aplaudido por todos, que mereció la felicitación general y que valdría la pena «exportar» a todo el país como ejemplo.
A partir de ahí, y con la preparación del nuevo curso, se inició otro proceso desde la Consejería de Educación, que en aplicación del «manual de instrucciones» provoca que David González vuelva a su plaza de profesor en Luanco, pese a que se le había indicado que no habría problema para seguir en comisión de servicio en Logrezana.
La consejería aplica el concurso de traslados y saca la plaza a escala nacional, llega una nueva profesora y al día siguiente causa baja de «larga duración». Se vuelve a llamar a regañadientes a David González, que no había pedido la plaza al pensar que iba a repetir sin problemas, como le habían comentado, pero ante la evidencia de que podría estar temporalmente en Logrezana «hasta que vuelva la profesora de baja», optó por quedarse con su plaza de Luanco.
Muy bien, la consejería seguramente ya respira tranquila. Pero lo del colegio de Logrezana es mucho más que una anécdota de nueve escolares y sus familias. ¿Es ésta la política para ayudar al mundo rural, para luchar contra el despoblamiento, para atajar el problema demográfico, para atraer gente de fuera, para generar un sentido de pertenencia? ¿No cabe hacer una campaña en los polígonos industriales de ese entorno fabril para que las familias sepan que existe un colegio a escasos metros de sus trabajos que harían fácil la conciliación, máxime si se lograra un aumento de la población escolar y hasta un aula de 0 a 3 años?
Ahí está la clave: la de una visión holística del mundo rural, que no puede despacharse con tirar de ese ‘manual de instrucciones’ que sirve para mantener la conciencia tranquila de la clase política, pero que no resuelve los problemas de fondo, la que contemple esa transversalidad a la que también recurren esos mismo políticos en su habitual lenguaje pomposo que luego no se compadece con la realidad.
En abril pasado, la Alianza de Fundaciones para el Desarrollo de los Territorios volvió a organizar los Encuentros de Occidente, «Vivir en el mundo rural: problemas y soluciones», en el que intervinieron prácticamente todos los alcaldes del Occidente-Oscos y en el que participó de forma activa AsturiasInnova+. Estas fueron algunas de las frases dejadas por los alcaldes. «Hay que ofrecer un lugar atractivo para vivir»; «si no hay vivienda y escuela no va a venir nadie»; «nuestra ‘emergencia social’ es la de retener a la gente joven»; «gente de Madrid que ha llegado por la posibilidad de tener una escuela de 0-3 años; «fijar población da dinero, tener solo visitantes, no»; «hay que distinguir los territorios, no todos son iguales»; «que los niños tengan cosas que hacer en el mundo rural»; «sin jóvenes no hay desarrollo rural».
En Logrezana se empezó hace un año a «subir por las escaleras», y ahora se ha empezado a «bajar por el ascensor». El problema es que no hablamos de acciones en Bolsa, sino de construir un territorio mejor y con futuro entre todos.
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 17 de septiembre de 2023