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José María Urbano

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Noventa mil paquetes

El comercio online repercute en la tienda física y obliga a responder con las mismas armas y una regulación global

No son datos exactos, porque nadie ha hecho un estudio concreto al respecto, pero sí aproximados: entre 3.000 y 4.000 paquetes diarios procedentes del comercio online se entregan a diario en la comarca de Avilés. Eso supone más de 90.000 al mes, seguramente bastantes más. El cálculo se ha hecho sobre la base de la carga de trabajo de cada repartidor -autónomo, con su propio vehículo y con los gastos a su cuenta- que tiene que alcanzar la cifra mínima de 100 repartos diarios para obtener un salario más o menos digno. Solo una de las empresas de reparto más conocidas -aunque cada día hay más- tiene nueve furgonetas operando en esta comarca. (Aquí no se contabiliza el reparto de las grandes y medianas superficies de alimentación).

Los números salen solos. Noventa mil paquetes al mes suponen miles de compras que no se han hecho en el comercio local. Solo con que ese pequeño comercio de proximidad absorbiera el veinte por ciento de esas ventas, estaríamos hablando de unas 600-700 compras al día que se harían en los establecimientos ‘físicos’.

Las cifras son demoledoras y lo son en Avilés, exactamente igual que en Nueva Delhi o en Francfort. Simplemente el mundo ha cambiado y con él la forma de comprar y vender. La conclusión es radical: el propietario del comercio ya no es el dueño, sino el cliente, que es el que decide si compra o no y cómo lo hace. Y ante eso solo cabe una respuesta: o te adaptas o cierras. O como profesional te planteas esta revolución como una oportunidad o el recorrido va a ser corto.

Por eso asombra escuchar algunos discursos simplistas cuando hablan del comercio local y poco menos que culpan a los equipos de gobierno municipales por una subida del agua o de la electricidad y por no ‘ayudar’ con exenciones tributarias. Cuestiones que, sin negar la necesidad de ajustar las tarifas lo que hiciera falta de forma justa, no dejan de ser parches que no iban a resolver el problema de fondo. Se podría incluso regalar el agua o la electricidad u obligar a rebajar los alquileres, que si el cliente no entra a comprar, no iba a variar ese horizonte complicado.

Los datos oficiales, estos sí, de la CNMC (Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia) señalan que el comercio electrónico -las compras por internet, por simplificar- superó en España los 72.000 millones de euros en 2022, un 25 por ciento más que el año anterior, dinero gastado, por este orden, en agencias de viajes y operadores turísticos, prendas de vestir y transporte aéreo.

Y por supuesto hay que hablar de Amazon. La plataforma con sedes centrales en Seattle y en Virginia, mientras sus claves en Europa pasan por Luxemburgo, es conocida -según un estudio de parte, más orientativo que fiable- por el 93 por ciento de los españoles. El 90 por ciento reconoce haber realizado pedidos al menos una vez, mientras que el 78 por ciento señala que realiza pedidos al menos una vez al mes y un 15 por ciento lo hace semanalmente. Electrónica, hogar, libros, ropa y accesorios y turismo son lo más demandado. Claves del éxito: oferta -180 millones de productos-, precio, envío rápido y devolución.

Finalmente, hay que referirse a otro fenómeno que también está afectando en este caso al tejido comercial de las ciudades. El cierre de las tiendas físicas medianas y pequeñas, sustituidas por otras más grandes y concentradas en espacios con una gran afluencia de potenciales clientes. El caso más relevante en España es el del grupo Inditex, que ha cerrado un buen número de tiendas de Zara, Berskha y Stradivarius -el último anuncio ha sido el de la emblemática tienda en el centro de Castellón-, para cobrar un mayor peso online, consiguiendo así nuevos récords de ventas y facturación. Cuando cerró el Zara de Avilés, los mismos discursos simplistas ya nos dijeron que era consecuencia del «declive» y la «ruina» de esta ciudad. Seguramente lo repetirán cuando Berskha baje la persiana.

El problema no es de Avilés ni de su ayuntamiento, ni de ningún ayuntamiento de este país, que poco o nada pueden hacer ante una falta de regulación que depende de decisiones que deben adoptar los gobiernos centrales y fundamentalmente la Unión Europea para defender ese pequeño comercio que es el que da vida a los pueblos frente a gigantes tecnológicos que pagan pocos impuestos, utilizan la ingeniería financiera en paraísos fiscales más o menos encubiertos, imponen unas condiciones laborales y económicas que en algunos casos bordean la semi esclavitud -que se lo digan a la mayoría de los repartidores- y poco a poco actúan como monopolio global y acaban con el tejido comercial establecido, que sí paga impuestos, que crea empleo digno y hace ciudad.

Mientras tanto, se necesita en primer lugar un diagnóstico real de la situación y el apoyo a las escasas iniciativas que se van poniendo en marcha en defensa de ese pequeño comercio. Avilés es un buen ejemplo, al situarse como la primera ciudad asturiana en contar por iniciativa de la UCAYC (Unión de Comerciantes de Avilés y Comarca ), con el acompañamiento del propio Ayuntamiento, con una plataforma web -tiendaviles.com-, un marketplace o tienda virtual al que ya se han adherido ochenta comercios que lo utilizan como un complemento a la tienda física y como un escaparate permanente de sus servicios.

Merece la pena ese esfuerzo bien diseñado y bien encaminado como forma de plantar cara desde lo local -con un sector dinámico, que sigue abriendo tiendas pese a todo- a una invasión global que no tiene marcha atrás y va a más.

Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 5 de noviembre de 2023

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Sobre el autor

José María Urbano. Periodista. ExJefe de Redacción de La Voz de Avilés-El Comercio. Columnista de este periódico y director de AsturiasInnova+, el proyecto de divulgación de la innovación, la ciencia y la tecnología adscrito al Grupo El Comercio (Grupo Vocento). El relato de los hechos y los fundamentos de la opinión sólo pueden tener su base en el poder de los datos. En un mundo en el que imperan los clics, los shares, las notas teledirigidas, las ruedas de prensa sin preguntas y las declaraciones huecas en busca de un titular, hay que reivindicar el periodismo hecho por profesionales. Política, economía, cultura, deportes... la vida en general, tienen cabida en este espacio que pretende ir más allá de la inmediatez, la ficción y el ruido que impera apoyado en las redes sociales. El periodismo es otra cosa.


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