El superordenador MareNostrum5 cierra el año para unirse a la explosión de la inteligencia artificial, pero hay que combatir el fatalismo tecnológico
La rectificación en el uso del teléfono móvil de los menores en los colegios, ejemplo de control tecnológico
Usted seguramente se maneja con un portátil de gama media-alta con una capacidad de cálculo de su procesador que se podría considerar más que aceptable. Olvídese y no se deprima. Esta semana se ha inaugurado en el Centro Nacional de Supercomputación de Barcelona el MareNostrum5, un superordenador capaz de calcular en una hora lo que a su portátil le llevaría 46 años. Su capacidad es de 314 petaflops, lo que equivale a 314.000 billones de operaciones por segundo -sí, ha leído bien, no es un error del corrector- y a más de 380.000 ordenadores portátiles como el suyo. Ocupa el espacio de tres pistas de tenis y utiliza 160 kilómetros de cables.
Sin duda, es una buena forma de cerrar 2023, el año en el que la innovación y el desarrollo científico-tecnológico ha estado marcado por la Inteligencia Artificial (IA) tras la llegada del ChatGPT, el producto con la implantación más rápida del mundo, con más de cien millones de usuarios a la semana.
«La tecnología puede ser una fuerza tremenda para el bien», afirma Bill Gates en su última carta publicada en ‘Gates Notes’, y asegura que la IA ha permitido este año nuevos enfoques en la salud, con novedosos fármacos para atajar el cáncer, el sida, la malaria o la tuberculosis; o aprovechar las ventajas en las aulas con tutores personalizados o asistentes virtuales de ayuda a los profesores. En ese sentido, el MareNostrum5 dedicará su potencial para impulsar la inteligencia artificial, la biomedicina, el cambio climático y la ciencia de la computación.
Hasta aquí las buenas noticias sobre la influencia de la inteligencia artificial en la gestión de la innovación. Sin duda estamos ante el gran fenómeno que ha sido capaz ya de cambiar nuestras vidas. Pero a nadie se le escapa la enorme cantidad de dudas que plantea sobre los riesgos que tienen que ver fundamentalmente con la libertad de las personas.
Nadie, ni siquiera sus impulsores, han sido capaces de concretar lo que nos puede deparar el futuro, si esa herramienta que debe ayudarnos a resolver los problemas que debemos afrontar va a sucumbir en buena medida ante una serie de manipulaciones que de hecho se están dando ya: discriminación por edad, sexo, raza, lugar de nacimiento, situación social y económica, desinformación, ‘fake news’, ‘deep fakes’, mayor polarización política -con elecciones generales en 76 países el próximo año-, asalto a la intimidad y en general la sensación de que cada vez estamos más a merced de lo que decidan por nosotros los gurús que se sientan en los reducidos Silicon Valley del mundo. Y con sesgos bien marcados: blancos, jóvenes (los cuarentañeros ya son viejos), elitistas (sus hijos van a colegios en donde los móviles y las tablets están prohibidos hasta llegar a secundaria y en donde las ‘niñeras’ de sus casas firman por contrato la prohibición del móvil durante su jornada de trabajo).
La UE ha sido la primera en responder a esa amenaza, con un acuerdo para aprobar una ley con la que prevenir y atacar los riesgos de esa inteligencia artificial. Hay un pequeño detalle: con la ‘velocidad de vértigo’ a la que nos tienen acostumbrados en la UE, la ley estará como muy pronto en 2026. Nos puede pasar cualquier cosa.
Pese a todo, la sociedad no debería caer en el fatalismo tecnológico, ese que pretende presentarse como algo que determina ya nuestro futuro y que avanza de una forma inexorable. Algo que es falso, como sostiene Eduard Aibar, catedrático de Estudios de Ciencia y Tecnología de la Universidad Oberta de Cataluña en su obra ‘El culto de la innovación’ (Ned Ediciones). Para Aibar, existen ejemplos que desmontan esa teoría. El más reciente, el de los teléfonos móviles y su utilización en la enseñanza.
Sin duda es un buen ejemplo. El teléfono móvil, uno de los mayores adelantos tecnológicos de la historia, está provocando, sino una marcha atrás, al menos una rectificación entre los menores después de haber quedado patente el riesgo que puede provocar su utilización sin límites y sin control: acceso a la pornografía (edad media, 8 años), incremento de las agresiones sexuales (94 por ciento más en Cataluña por parte de menores de 14 años), aislamiento, soledad, riesgos a nivel físico y mental… Países como Francia, Suecia, Macedonia del Norte y Rumania han vetado ya el teléfono en los centros educativos para su uso personal y recreativo. Otros como Reino Unido, Países Bajos, Alemania, Montenegro o ¡Islandia! están en vías de hacerlo, mientras en España se inicia un intento de regulación.
Hay esperanza mientras el ser humano sea consciente de que es él el que maneja «la máquina», no al revés. En ‘Dejar el mundo atrás’, película presentada por ‘Higher Ground’, la productora de Barack y Michelle Obama, dirigida por Sam Smail -acaba de estrenarse en Netflix, muy recomendable-, el colapso del mundo provocado por un ciberataque concluye, tras haberse caído internet y no disponer de streaming, con un antediluviano DVD del último capítulo de la serie Friends que hace feliz a la menor de la casa.
No está mal. El DVD como metáfora de un mundo hipertecnológico e hiperdigitalizado, medido ya en petaflops, que recurre a un artilugio vintage para seguir teniendo un halo de esperanza.
Publicado en la sección de AsturiasInnova+ de El Comercio-La Voz de Avilés el 24 de diciembre de 2023