Cuando me desperté aquel domingo, eché un vistazo al wasap y tenía varios mensajes: llámame en cuanto puedas; llámame, es muy urgente; llámame. Era Cristina Tuero. Estaba en Oporto, le había facilitado una pequeña guía de andar por casa, ya se sabe, lo imprescindible y vete aquí y allí a probar esto y lo otro durante su fin de semana con unas amigas. ¿Qué pasa Tuero? Ya no pude articular palabra. Me encontré horas después en el tanatorio a compañeros y compañeras y no pude decir nada. Me lo impedían las lágrimas. Hablé con tus dos mujeres del alma, tu mujer y tu niña. ¿Qué dices en ese momento? Silencio.
Dejé pasar los días y me dije que tenía que “escribirte” algo. Y un año después sigo en silencio. Incrédulo. No sé qué decir porque no encuentro las palabras para expresar una relación de años que se inició telefónicamente, tú en Llanes, yo en Avilés, y luego juntos en una Redacción en Gijón en donde yo “reñía” a diario por los horarios de entrega y tú te arreglabas para que se cumpliera tu clásico “cerramos ahora”.
Quién lo iba a decir, yo reclamando el horario a quien decidió meter el reloj en un cajón y se olvidó de que los días solo tienen veinticuatro horas. Lo tuyo fue perder la noción del tiempo. “Te llamo ahora”, “no te preocupes, soy un jubilado, me acuesto tarde”. Y a las dos de la madrugada llamabas, “perdona, no te pude llamar antes”, decías, supongo que después de haber echado el último vistazo a la primera, o a ese titular de economía que “chirriaba” un poco”, o a la última errata que se había colado. Todas esas cosas que hacías tú mientras pedías “perdón” por decirle al regente que “lo siento, hay que volver a filmar la 34”. Y a las dos de la mañana, ya más tranquilo, te veo con el pitu en la boca, llamabas para una conversación que podía alargarse una hora para hablar, repasar, reflexionar, aconsejar y acabar con las risas habituales.
Son los pequeños detalles de una relación profunda, profesional, personal, de amistad, en la que yo siempre salí ganando contigo, porque pese a nuestra diferencia de edad, tú siempre eras el que ponías la nota de sosiego.
Hoy, un año después, sigo sin palabras. Me gustaría ser un mago de las letras para adornar todo lo que quisiera decirte. Pero no soy mago de nada y mucho menos de las letras. Sigo en silencio por tu ausencia. Pero esta mañana, cuando he visto “la contra” de El Comercio y La Voz de Avilés con la ilustración de tu niña, Mari Luz, que te ha representado entrando en el periódico, a la pelea diaria, me he dicho: sobran las palabras. Está todo dicho. Todo lo demás quedará para siempre en el recuerdo más íntimo, mi admirado y querido Marcelino.
(A Marcelino Gutiérrez, periodista, director de El Comercio-La Voz de Avilés, fallecido el 24 de septiembre de 2023. Al amigo inolvidable).