La incertidumbre económica mundial obliga a sustituir el relato político por decisiones concretas sobre inversiones
Este artículo comenzó a escribirse a las 00.16 de este sábado y las cosas estaban así: la Unión Europea trataba de digerir el nuevo anuncio-amenaza de ese ‘accidente’ llamado Trump de imponer un arancel del 50 por ciento para los productos europeos a partir del 1 de junio, es decir, dentro de siete días. Y de paso, otro 25 por ciento a Apple si no fabrica íntegramente el iPhone en Estados Unidos. Tras la nueva vuelta de tuerca al orden mundial, Wall Street y las Bolsas europeas vieron esfumarse miles de millones de dólares en una sola sesión tras el anuncio.
Hoy domingo, cuando a lo mejor usted esté leyendo estas líneas, el presidente de Estados Unidos igual se ha levantado con otro humor y ha cambiado de opinión sobre los aranceles y las fechas. Es ya lo habitual –«me besan el culo», dice–, parece un juego de mesa con el que se entretiene y ahí están los ejemplos de Canadá o China para corroborarlo. En el caso de la UE, ese 50 por ciento supone un salto cualitativo sobre el 20 por ciento que regía hasta ahora para las exportaciones de bienes en general, que se elevaban hasta el 25 en el caso del aluminio y el acero. En cuanto a Apple lo va a tener más difícil porque en su ignorancia o en su atrevimiento no parece haber asumido que en la fabricación del teléfono de los de Cupertino intervienen no menos de cuarenta países entre componentes y procesos –Taiwan, Corea del Sur, Japón, África, América del Sur, Estados Unidos…– y por supuesto no menos de trescientas empresas de China, que es donde se monta, seguramente porque allí se pagan dos dólares por hora trabajada, claramente inferior a la horquilla básica de 7,25-16,28 dólares en el país norteamericano.
Con la deriva de Trump en el tiempo que lleva de mandato, desde la guerra comercial a la idea de ese resort que quiere construir en Gaza, alimentando así el genocidio que está llevando a cabo el gobierno israelí de Netanyahu con el pueblo palestino, es muy difícil hacer una previsión de lo que puede suceder en las próximas horas, lo que invita al mundo de la geopolítica, el económico y el social a recurrir a la sabiduría socrática para coincidir en el «sólo sé que no sé nada».
Lo que sí sabemos y empezamos a padecer en cada rincón más cercano son las consecuencias de esa incertidumbre que está provocando una parálisis general, fundamentalmente en el ámbito empresarial, en donde asistimos ya a una ola creciente: parón de las inversiones, fomento de las deslocalizaciones, ajustes de plantillas, despidos… Un panorama sombrío que también afecta al ánimo de las familias, obligadas en muchos casos a pausar sus proyectos personales «por lo que pueda pasar», y a la espera de que esta crisis también sea superada, como ha sucedido en tantas ocasiones.
Dicen todos los observatorios económicos mundiales que España es el país menos expuesto ante Estados Unidos y que sigue en este momento liderando las proyecciones de crecimiento económico –por lo que se ve este país no acaba de romperse ni aquí se vive en el caos, como vaticinan/esperan sobre todo algunos foros políticos y mediáticos de Madrid desde hace tiempo–, pero son ya indudables los efectos de este ‘desorden’ mundial.
En el caso de Asturias y si se quiere en el del ámbito comarcal de Avilés, las consecuencias son ya patentes. Lo señalan las empresas con sus anuncios: regulaciones de empleo en Windar Renovables, reducción de plantilla en Fertiberia, deslocalizaciones de servicios en ArcelorMittal y además el inevitable efecto dominó que va a afectar a otras empresas, y de rebote al comercio y a los servicios.
En general, no se trata de problemas económicos de esas compañías (hablamos de cash), la mayoría multinacionales. Al revés, los superávits empresariales en general, si lo medimos por el Ibex, nunca han sido tan espectaculares. ArcelorMittal tiene en el congelador todos sus proyectos de descarbonización en Europa no por una cuestión económica solamente, que además tiene el refuerzo de cuantiosas aportaciones públicas. El propietario actual de Windar Renovables, el fondo de inversión Bridgepoint, tiene 75.000 millones de dólares bajo gestión. Y así se podrían poner otros ejemplos. Los problemas son otros: la incertidumbre, los aranceles, el escaso mercado interior español y europeo, la competencia brutal de los productos chinos, los problemas en los proyectos de energías renovables en Estados Unidos, el coste de la energía, el lastre de la guerra de Ucrania…
Y además, al final de todo esto nos queda sobre todo en Asturias una lección que no acabamos de asumir. La exasperante lentitud de la maquinaria administrativa y la también irritante dilación en ocasiones en la toma de decisiones por parte de las administraciones están provocando que algunos proyectos importantes se retrasen o, lo que es peor, se puedan poner en peligro. Sobran los ejemplos. Windar Renovables lleva como mínimo más de un año de retraso en el inicio de su fábrica en la antigua Alcoa por causas ajenas a la compañía. Hace un año no existían nubarrones sobre ese proyecto, hoy no se puede decir lo mismo, aunque haya confianza en la recuperación del mercado eólico. La Universidad de Nebrija ha retrasado ya un año su proyecto para Avilés, a la espera de saber si va a obtener permiso o no. La SEPI en baterías de cok va quemando las hojas de su propio calendario sin que haya noticias de inversiones.
Conocemos el relato, nos faltan certezas y resultados porque para lentitud y manoseo de los problemas ya tenemos a la Unión Europea, que sin haber resuelto los que arrastra desde hace años, ahora debe enfrentarse a los nuevos que le plantea el inclasificable presidente de Estados Unidos.
(En la imagen, salida del GPO Grace del puerto de Avilés con estructuras eólicas de Windar para Estados Unidos. Foto: J. M. URBANO).
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 25 de mayo de 2025