La llegada de Trump a la Casa Blanca introduce más dudas sobre el futuro económico de una UE débil y vulnerable
Donald Trump vuelve a la Casa Blanca como presidente de Estados Unidos tras ganar las elecciones del martes pasado. Primera regla de la democracia: aceptar los resultados, aunque él no lo hiciera en su día. Resumen telegráfico de una victoria según la prensa norteamericana de referencia: «Un delincuente llega a la Casa Blanca» (por ejemplo, culpable de treinta y cuatro delitos graves para silenciar a una estrella porno); «Su imagen del caos se convirtió en un activo»; «Estados Unidos toma una decisión peligrosa».
Como publicó este periódico esta semana, ya hay posibles candidatos a formar parte de la nueva Administración, desde Elon Musk, que plantea un tijeretazo del gasto social de dos billones de dólares, a un aspirante a asesor de salud, Robert F. Kennedy Jr, declarado antivacunas en el covid y defensor de una curiosa teoría según la cual el agua incorpora compuestos para volver a los hombres homosexuales. ¡Y algunos dicen que todas las opiniones son respetables! Todo eso y mucho más no ha impedido un triunfo electoral en el que destaca el apoyo de los votos latinos (del 32% en 2020 al 45% de ahora), pese a los insultos diarios recibidos por Trump durante la campaña electoral («Puerto Rico es una isla de basura», los inmigrantes haitianos de Ohio hasta comían perros y gatos en la calle, dijo en uno de sus discursos). La preocupación por la economía (85% en las encuestas previas), sueldos bajos o congelados, alza de los precios de la alimentación y la vivienda han decantado el signo de unas elecciones en las que los demócratas han dado la sensación de haberse olvidado de las clases medias, a favor de las élites económicas que han venido siendo su sustento hasta ahora. Deberían tomar nota en la UE y en España.
El mundo contiene la respiración y Europa tiembla ante la llegada de Trump y el giro que pueda dar a la economía, con un anunciado proteccionismo agresivo a base de imposición de aranceles del 10% al 20%, incluso al 100% en algunos casos, guerra abierta económica y tecnológica con China, nuevo apoyo a los combustibles fósiles y por lo tanto freno a la movilidad eléctrica y transición energética, apoyo a las criptomonedas (el bitcoin cotizó el miércoles a 76.300 dólares, el precio más alto registrado desde su creación en 2009). A lo que habrá que añadir sus ‘recetas’ para la guerra de Ucrania, con la posibilidad de ruptura con la OTAN, y el apoyo incondicional a Israel.
Por otro lado, la llegada del nuevo inquilino de la Casa Blanca coge a la Unión Europea en una de las posiciones más vulnerables de su historia, con una clara crisis política, como se observa en Alemania –ruptura del gobierno tripartito y elecciones a la vista–, Francia, España, en donde la dana de Valencia ha vuelto a demostrar que no hay posibilidad de grandes acuerdos de Estado ni en la vida ni en la muerte, Italia, Polonia, Hungría… Y también una crisis económica que afecta de lleno a la industria, empezando por el sector del automóvil y el efecto dominó que este provoca: Volkswagen, Stellantis, Nissan o Michelin empiezan a contar por miles los puestos de trabajo destruidos tras el anuncio de cierre de fábricas completas. La UE, en las últimas horas incluso, con la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno en Budapest, parece en este momento más preocupada por el giro que pueda haber en Ucrania y las consecuencias de un posible ‘triunfo’ de la invasión rusa como persigue Putin.
Mientras tanto, la competencia china y sus amenazas ante la aprobación de aranceles a sus coches eléctricos, se suma a la depresión industrial del continente europeo. China no se va a quedar quieta, como ha demostrado ya avisando sobre los intereses de cada uno de los países de la UE: desde los productos de lujo, el cerdo y derivados, el vino, los espirituosos… y por supuesto, su política de invasión de productos siderúrgicos con precios imbatibles que están provocando cierres de instalaciones y comprometiendo el futuro de la propia actividad. En España, en Asturias, tenemos un buen ejemplo de ello. La nueva ‘vía de introducción’ del acero chino pasa por exportar directamente a países como Turquía, que tienen acuerdos comerciales con la UE, y de esta forma se evita los aranceles y desde allí se invade el mercado europeo. También lo sabemos en Asturias, en donde se recibe y se transporta ese acero fabricado sin las exigencias medioambientales, laborales y sociales que se requieren en Europa. ¡Silencio en el Principado, ‘of course’!
España, que en este momento se presenta como la excepción económica europea por sus buenos números de crecimiento y empleo gracias al turismo, el consumo interno y las exportaciones, sigue lastrada de cara al futuro por el fuerte endeudamiento originado por el gasto público, por la ausencia de una política industrial clara, por el coste que van a generar decisiones como la del cierre de las centrales nucleares (diez años para el desmantelamiento, diez años sin producción y una generosa factura que si no la paga la industria, le corresponderá al consumidor domestico). Producimos hoy energía barata dentro del contexto europeo en Europa gracias a las renovables, pero los famosos ‘peajes’ la sitúan en desventaja respecto al precio medio megavatio/hora de Francia o Alemania. Empresas como ArcelorMittal obtienen hoy suculentos dividendos en fábricas como la que tiene en India con Nippon Steel, con la que también se asegura su presencia en Estados Unidos, en donde Joe Biden ha regado de dinero a las compañías para nuevas inversiones. General Motors ha vuelto a beneficios y Ford se convierte en un primer actor del sector en Estados Unidos gracias a la Ley de Reducción de la Inflación. (Por cierto, ¿se confirma que Musk ha comprado Ford?)
Europa llega tarde, como casi siempre. Y en España no hay forma de crear una Ley de Industria de país, máxime cuando la política industrial es una estrategia a largo plazo y los resultados se ven en años. Nada que ver con esta ‘subasta’ de votos y de apoyos al Gobierno (a éste y a todos los anteriores) que suponen los cinco escaños del PNV y los siete de Junts, capaces por sí solos de condicionar cualquier política que pueda plantearse si se ven afectados sus intereses territoriales o los de sus empresas, como acaba de suceder con el impuesto a las compañías energéticas y de alguna manera a los bancos.
En Estados Unidos ha triunfado el miedo y la ira para que Trump haya vuelto, como ha subrayado el pensador israelí Yuval Noah Harari. En Europa, a ese miedo y a esa ira, habrá que añadir sus dudas para no seguir liderando y exigiendo un orden mundial basado en reglas y valores liberales, ahora, sí, seriamente amenazado.
Publicado en El Comercio-La Voz de Avilés el 10 de noviembre de 2024