La suspensión de un concierto en El Quirinal por la denuncia de un vecino colisiona con el interés general
Lo que sigue a continuación en este artículo se podría decir que es un ejercicio de contención, con el freno de mano echado. Aunque no sea fácil en ocasiones como ésta. ‘Sabores de plaza en plaza’ es una iniciativa de la concejalía de Comercio y Turismo del Ayuntamiento de Avilés, de la que es responsable Raquel Ruiz. En esta novena edición se quiso hacer un giro importante, de forma que las casetas que se repartían por el casco histórico, en las que el sector hostelero ofrecía su oferta de bebida y tapas originales a precios económicos, se trasladaba este año a los barrios para ayudar a los negocios establecidos allí y al vecindario en general con un nuevo estímulo. En este caso, siete ubicaciones distintas: Villalegre, Versalles, Llaranes, La Carriona-Miranda, El Quirinal, Carbayedo y La Luz. Y como añadido, conciertos de música de grupos locales –otra promoción no menor–, poco invasivos, y con horarios nada ofensivos: dos pases, 20.00 y 22.00 horas.
Hasta el viernes noche, un éxito total, que prometía repetirse ayer sábado, como pueden atestiguar vecinos y profesionales de la hostelería de esos barrios. El primer día, el jueves, fue un éxito en los barrios que iniciaron la programación: La Luz, La Carriona y Miranda, muchos vecinos encantados de la propuesta y bares que incluso agotaron existencias.
Pero hubo una excepción. El programa previsto en el barrio de El Quirinal, en el entorno del parque María Zambrano –un espacio con ocho negocios hosteleros cercanos– tuvo que suspenderse por la denuncia de un vecino que en cuanto vio la tarima que se estaba instalando el día antes, presentó por registro una denuncia ante el Ayuntamiento y este optó por la suspensión, en vista de que los tribunales empiezan a amparar este tipo de denuncias, con multas que al final pagamos todos. Dicen que el denunciante de El Quirinal es un viejo conocido, por lo que la monumental indignación que se vivió el jueves se convirtió desgraciadamente en una rápida resignación por parte de todos los que habíamos acudido a disfrutar de la iniciativa.
Y ahora vayamos a lo concreto. ¿Puede el derecho individual de una persona anular el derecho colectivo de muchas a disfrutar de la música, del encuentro, de la vida comunitaria? ¿Hasta qué punto la voz de unos pocos puede condicionar la experiencia de muchos?
En una ciudad de 75.000 habitantes, las costumbres y tradiciones, las fiestas populares, los conciertos, los mercados… no son meros eventos, son el latido cultural que mantiene viva a la comunidad. Cancelar un concierto es una pérdida puntual, pero repetirlo o cambiar el escenario habitual de las fiestas porque unos pocos protestan podría tener efectos duraderos: despersonalizar la ciudad, enfriar su carácter.
Es legítimo que haya quejas: el descanso, la tranquilidad y el respeto son derechos reales. Pero también lo es la identidad colectiva, que se expresa —y se refuerza— a través de sus fiestas, sus espacios compartidos, sus actividades, todo ese conglomerado que va en beneficio de todos, y nada digamos del sector servicios, comercio y hostelería. Y por supuesto, en la imagen y la promoción de la ciudad después de que se nos llene la boca de proclamar que Avilés es la gran desconocida, pero también la gran joya del Cantábrico que cada día descubre más gente, de dentro y fuera de Asturias, pese a que publicitariamente siempre está en desventaja, incluso ya se encargan algunos internamente y en la comarca de ningunearla o simplemente denigrarla o silenciarla, como si no existiera, lo que evidencia sin duda algún tipo de complejo.
Entiendo que el Ayuntamiento, que esta misma semana ha sido condenado a indemnizar a un vecino con ocho mil euros por el ruido a deshora de una ‘madrugadora’ barredora mecánica, prefiera curarse en salud y renunciar ante las quejas vecinales. Ya lo ha hecho en Las Meanas, en donde una asociación antirruidos (cuarenta, cincuenta, cien, doscientos miembros, o más…) ha conseguido que el mejor espacio festivo de la ciudad –por aclamación aplastante desde hace al menos sesenta años, que es a donde a uno le llega la memoria– se vea limitado a eventos puntuales. Tienen todo el derecho a la denuncia. Hasta el Tribunal Supremo ha confirmado recientemente que la inacción de los ayuntamientos ante denuncias por ruido puede constituir una vulneración de derechos fundamentales, como el de la intimidad domiciliaria.
Me queda una duda. Ruidos, sonidos excesivos, «invasión» indeseada en los portales, horarios más allá de lo prudencial… Todo eso, ¿no se podría haber solventado con herramientas que hubiesen evitado la confrontación entre Ayuntamiento y vecinos, exponiendo soluciones y llegando a acuerdos? Ahora bien, si el acuerdo final es la suspensión de actividades, de forma parcial o total, ¿quién defiende los intereses de la colectividad, en este caso de una ciudad de 75.000 habitantes? ¿Puede una interpretación estricta del derecho individual acabar debilitando el tejido social, cultural y de identidad de una ciudad entera?
Finalmente, en este ejercicio de reflexión apuntado al principio, me pregunto dónde está el sector de la hostelería perjudicado por cuestiones como ésta. ¿Van a seguir, como suele ser la norma general, quejándose por todo, para luego aportar muy poco a esta ciudad, incluso aquellos negocios que se han visto favorecidos por obras públicas millonarias que luego «compensan» a la sociedad cerrando sábados por la tarde y domingos –hasta en el día grande de las fiestas de su barrio–, dando una imagen lamentable?
Sí, freno de mano.
(En la imagen, inicio del concierto del jueves en el barrio de La Luz, frente a la biblioteca. E. C.).
Publicado en La Voz de Avilés-El Comercio el 3 de agosto de 2025