“Este ha sido el homenaje de los abrazos, no de los saludos”. Me pareció una definición perfecta de lo que viví el pasado viernes, 1 de diciembre, cuando abrí una puerta y cien personas me esperaban, puestas en pie, con un aplauso que me pareció interminable mientras mis manos alisaban mis cabellos y buscaban, nerviosamente, una forma de situarse y mantener el tipo antes de que afloraran las primeras lágrimas.
Esta es la crónica más personal que me toca escribir al término (oficial) de cuarenta y cinco años de profesión periodística ejercida en La Voz de Avilés, con un paréntesis de cinco años en El Comercio como Jefe de Fin de Semana, al que siguieron los últimos diez años de nuevo en Avilés como responsable de la cabecera centenaria, la vicedecana de la prensa asturiana.
El pasado viernes yo formaba parte de un encuentro de amigos, cinco matrimonios, que supuestamente teníamos reservado un comedor privado en el restaurante La Serrana, del complejo hotelero 40 Nudos, en la calle de La Fruta, para celebrar por todo lo alto los 86 cumpleaños de Octavio Granda, un ingeniero gijonés que podría escribir un libro sobre la industria gijonesa y asturiana de la segunda mitad del siglo XX, simplemente porque él fue un actor importante de ese sector. Cuando cumplió 80 años decidimos todos sus amigos que repetiríamos la fiesta de su onomástica cada año. Y en esta ocasión se había decidido que lo haríamos en Avilés.
Tras el encuentro de los cinco matrimonios en el Germán, nos encaminamos hacia La Serrana, en donde de forma un poco “sorprendente” su jefe de sala nos dijo que el reservado no estaba disponible porque “ha surgido un problema”, con lo que el almuerzo se había pasado a un rincón del salón principal.
Fue entonces cuando se abrió la puerta, cuando mis amigos me dejaron solo, y me vi ante cien personas que, puestas en pie, no paraban de aplaudir. De aplaudirme. Supe luego que algún amigo llevó una pastilla de cafinitrina “por si acaso”. No hizo falta afortunadamente, pero pasaron unos cuantos minutos hasta que logré reponerme para darme cuenta de la dimensión de lo que Armando Arias, miembros de la Redacción de La Voz de Avilés y la ayuda de mi hija Ángela habían preparado.
Luego me explicaron que Armando Arias lo había explicado a la perfección antes de que yo llegara allí: “Este es un encuentro de amigos de José María. Aquí nadie ha venido en representación de ninguna institución, de ninguna empresa, de ninguna entidad, se trata de personas que durante cuarenta y cinco años han tenido una relación cercana con José María, incluso con discrepancias, pero siempre desde el respeto, la cercanía y el cariño. Personas con las que José María se va a encontrar a gusto”
No se pudo exponer mejor. Eran cien caras con las que, como dije más tarde en el discurso improvisado que me tocó hacer, yo había tenido una historia particular y ellas conmigo.
Empecé diciendo que estaba en el limbo sobre aquel acto, porque aunque Vicente Álvarez Areces me había insinuado algo unas semanas antes, estaba convencido de que mi mensaje a mis compañeros del periódico, a mi familia y a mis amigos se iba a cumplir: no quería ningún tipo de homenaje, ni de encuentro, ni de almuerzo ni de nada. Y dije que de hecho el único homenaje que me había permitido desde el pasado 1 de noviembre –fecha oficial de mi pase a la reserva- había estado organizado por mí mismo al invitar a comer a mis tres jefes de sección –Alberto Santos, Yolanda de Luis y Nacho Gutiérrez- y al coordinador del Aula de Cultura del periódico en los últimos cuatro años, Armando Arias, porque ellos me ayudaron en todo y me hicieron la vida y mi trabajo mucho más fácil en los últimos diez años al frente del periódico.
A partir de ese momento todo fueron emociones indescriptibles, la de un acto milimétricamente diseñado, en el que para mi sorpresa empezó con la audición del Venerabilis barba capucinorum, una pieza de Mozart para cinco voces mixtas, interpretada por la Escolanía Virgen del Camino, del colegio de los Dominicos de León, de la que formamos parte mi hermano Javier y yo y que tantas veces nos tocó cantar en los numerosos conciertos protagonizados por aquella escolanía, que en su día llegó a participar en el encuentro de ‘Pueri cantores’ de Viena.
Tuve que escuchar mensajes entrañablemente cariñosos enviados por Julián Rus, el empresario que revolucionó Avilés y su comercio. De Juan Carlos Martínez Gauna, uno de los periodistas más importantes que yo he conocido en mi vida, que tuvo la “osadía” de llevarme a El Comercio para ayudar en la redacción gijonesa, algo que en su día dejó perplejo a más de uno. De Natalio Grueso, uno de los mejores gestores culturales del mundo, como demostró en el Centro Niemeyer, hasta que la miseria política acabó con él profesionalmente y con el centro cultural. Y también, en el ámbito más privado, de Daniel Alonso y de Orlando Alonso, que al final no pudieron asistir.
Con lágrimas en los ojos recibí el discurso de Nacho Gutiérrez, el “hermano pequeño” que no tuve, en nombre de los compañeros de La Voz, con los que pasé durante años horas y horas de trabajo, pero también de excelentes momentos. Y de tristeza y disgusto, que también los hubo, aunque supimos superarlos.
Y luego escuché los discursos de Santiago Rodríguez Vega, el alcalde de Avilés con el que más tiempo coincidí en mi labor profesional, aunque, como él recordó, hablaba en nombre de los cuatro alcaldes de Avilés allí presentes (él mismo, Manolo Ponga, Pilar Varela y Mariví Monteserín), en la seguridad de que si Agustín González viviera también estaría allí, algo que yo también podría certificar. A los que hay que sumar otros dos exalcaldes, uno de Corvera, Víctor Manuel Álvarez León, y otro de Castrillón, José María León Pérez. Escuché a Juan Mari Gastaca, mi primer director tras la entrada de La Voz de Avilés en el grupo Vocento, que confió en mí desde el primer momento, cuando ni siquiera nos habíamos conocido personalmente. Me emocionaron las palabras de Vicente Álvarez Areces, al recordar la relación que mantuvimos durante años en los que coincidimos en el objetivo de sacar Avilés adelante.
Y me emocioné y me reí con las ocurrencias de Jesús Sanmartín Mariñas, ese amigo que como buen gallego -aunque nacido en Chacaíto, Venezuela- esconde tras una aparente timidez toda una ‘bomba de relojería’ que nos vuelve locos a todos los que disfrutamos de su amistad.
Y finalmente el capítulo de discursos fue cerrado por la actual alcaldesa, Mariví Monteserín, desde la relación y el conocimiento que los dos nos tenemos de la época en que éramos un poco más jóvenes que ahora.
Aunque ya todo el mundo me dice que fue raro en mí, prácticamente renuncié al almuerzo y aproveché para salir del comedor y apuntar una par de ideas que exponer para agradecer semejante exhibición de cariño.
Y dije, o al menos lo intenté, que cuando uno vive la vida con pasión, como es mi caso, no merece ningún homenaje, sino que es uno mismo el que debe dar las gracias a todas cuantas personas habían hecho posible que yo pudiera vivir con intensidad mis tres pasiones.
La primera, la de mi familia y mis amigos. Mi mujer, Gel, y mi hija, Ángela, en primer lugar, porque a fin de cuentas ellas han sido durante todos estos años las que han pagado mis ausencias para que yo pudiera desarrollar mi carrera profesional y mi dedicación, ahora creo que seguramente excesiva, a un periódico y a unas ideas. El pago ha sido duro, porque perder los mejores momentos de la infancia y de la adolescencia de una hija nunca van a poder ser recompensados con nada, aunque uno intente recuperar casi minuto a minuto ese tiempo perdido.
Y después de mi mujer y mi hija, el resto de mi familia, tan emocionados como yo en ese acto. Y mis amigos, los de la primera etapa, cuando llevábamos pantalón corto en el barrio de La Luz –en donde fuimos tan felices, que es algo que siempre hay que recordar-, como los que he tenido la suerte de encontrar a lo largo de todos estos años. Luis Esteban Alcalde, Purificación Valdés, Juanjo García Aragón y Mari Julia Álvarez Vior; Abel Fernández y Agustina García Suárez, Juan Carlos Mediavilla y Kiki Arias López, Manolo Rubio, Octavio Granda y Elena, el ya citado Suso Sanmartín y Mari Paz Varela, Miguel de la Fuente y Meybe, Bernardo y Elena García, Santos Fernández y Práxedes Criado, Severiano Pérez y Pilar Fonseca. Todos ellos profesionales de relieve, pero por encima de todo amigos
En definitiva, cien caras que acompañan, que explican de alguna manera las otras dos pasiones: el periódico y Avilés.
En la primera, encontrarme una vez más con el cariño de “mi gente” del periódico, con la que conseguimos cosas muy importantes a lo largo de todos estos años: Alberto Santos, Yolanda de Luis, Nacho Gutiérrez, Alberto Rendueles, Rafa González, Marieta, Lourdes Garmendia, Alberto del Río, Pepe Martínez… Profesionales de una pieza, absolutamente entregados en una labor que nos deparó muchos momentos de alegría, pero que requirió mucha entrega y mucho esfuerzo para superar los momentos difíciles, que también los hubo, y más de una incomprensión.
Recuerdos para momentos importantes del periódico, informativamente hablando, como fueron el de La Curtidora, citado por Santiago Rodríguez Vega en su discurso, ese pretendido escándalo que durante meses ocupó páginas y páginas de información y de mucha demagogia, hasta que un juez puso las cosas en su sitio y ratificó, de principio a fin, la línea informativa que había mantenido La Voz de Avilés desde el primer momento, simplemente en el ejercicio de contar la verdad, santo y seña, y única consigna, de este periódico. Por eso, entre esas ‘cien caras’, destacó la presencia de todo el Grupo Arias, el grupo que pagó con creces el “atrevimiento” de prestar su colaboración para que el Ayuntamiento, Avilés, pudiera recuperar lo que hoy es el centro de empresas de La Curtidora.
Por eso me emocionó la presencia de Fernando Arias y Mari González, Armando Arias y Maribel Sánchez, María José Arias, Luis Pablo Álvarez y Cristina Pérez, José Antonio Amado y Josefina Gago, que compartieron mesa con otras dos parejas de amigos por encima de su relieve profesional: Ángel Préstamo y Esther Alonso y Victoriano Cuervo y Mari Carmen Álvarez.
Y explicada la segunda pasión, quise dar paso a la tercera, la de Avilés. Y entre esas cien caras, la de muchas personas que lo explican todo, cada una en su faceta. En el lado económico, en el que esta ciudad vivió su travesía del desierto de las reconversiones y la falta de apoyos, hasta que por fin se encontró su camino cuando se puso en marcha buena parte del contenido de aquel avance del Plan General de Ordenación Urbana que contó con el apoyo del Gobierno de Vicente Álvarez Areces.
Tiempos de reivindicaciones, como bien saben personas que el viernes participaron en ese acto entrañable de La Serrana: Antonio Trevín, Justo Rodríguez Braga, José María Guzmán Pacios, Amado González. Políticos con responsabilidad en la institución local, como Álvaro Álvarez, Carlos Robles, Manuel Ponga y Juana Mari Esparza, el ya citado Pepe Martínez, Joaquín Aréstegui, Constantino Álvarez, Alfonso Araujo, Francisco Zarracina, Marta Fernández del Viso.
Tiempos de pelea, pero también de recuperación de empresas y de la ciudad en general, como pueden atestiguar Francisco Menéndez y Heriberto Menéndez, Francisco Fernández Cuervo-Arango, Íñigo Felgueroso, Nicolás de Abajo, Luis Delfín García-Novo, Jerónimo Balbona, José Ignacio López, Benito González o mi otro “hermano”, Óscar Fleites.
Una ciudad que puede presumir de los avances extraordinarios en sectores como el de la sanidad, y allí estaban profesionales como Enrique González y Gabri Sáiz , Javier Claros y Mavi Suárez. En el de la cultura, sentados en la misma mesa Antonio Ripoll, Béznar Arias, Marino Soria y Juan Luis Álvarez del Busto, y en otra Adolfo Camilo Díaz y Sabino González. Sin que faltaran dos personajes entrañables como son los sacerdotes José Manuel Feito y Vicente Pañeda, o un profesional como Rafael Rodríguez y Loli Bárcenas.
Guardo ya en un rincón especial de mi casa los regalos que recogí: la copia de uno de los discos de la Escolanía Virgen del Camino; las placas de la Cámara de Comercio y del Grupo Arias; el cuadro de Purificación Valdés en nombre de todos los amigos; y la preciosa y espectacular lámpara minera, en recuerdo de mi Mieres natal, que me fue entregada en nombre de todos los presentes.
Sólo dos detalles para el final. Primero, pedir perdón por mis equivocaciones, que seguro que las he tenido, y a quien se haya podido ver afectado por ellas. Segundo, con todo el tiempo libre por delante, nace el “prejubilado voluntario”, de forma que como también expliqué en el acto del viernes, cualquier institución, sociedad, empresa y personas a título particular que entiendan que puedo ayudarles en algo, me tienen a su entera disposición. Y no son palabras para quedar bien. Será mi forma de devolver un poco de todo lo que yo he recibido de tantas personas durante este tiempo de actividad profesional.
Al final, tres pasiones explicadas a través de estas cien personas para las que sólo puedo tener palabras de agradecimiento por su ayuda y por sus apoyos durante estos cuarenta y cinco años de profesión y de las que ya no me voy a olvidar nunca tras haber estado presentes en ese acto en el que no hubo saludos, sino abrazos sentidos. Abrazos de amigos que guardaré para siempre.
Avilés, 5 de diciembre de 2017