Conmovedora la puesta en escena del líder de Comisiones Obreras, mostrándose a un tiempo afligido e indignado con los sindicalistas de su organización que hicieron uso alegre y confiado de las famosas tarjetas opacas. Conmovedora, digo, pero no por el semblante que muestra el líder ‘obrerista’, sino porque simboliza un sonrojante fracaso de un sindicalismo desnortado, ineficiente y falaz. Perdón por la perogrullada, pero aquí no fallaron sólo las personas que de tan buen grado aceptaron las prebendas injustificables que suponían las tarjetas de marras, sino que, con ello, se pone de manifiesto la más que preocupante pérdida de rumbo de un sindicalismo que desde hace mucho tiempo no cuenta ni puede contar con la confianza de sus potenciales y teóricos representados. La corrupción que nos atenaza y asfixia afecta tanto al mundo sindical como al político, tal y como vienen mostrando los últimos acontecimientos.
Bien está que se determine expulsar de CC OO a estas buenas gentes. Bien está que el señor Toxo haya pedido disculpas reconociendo la falta de control que hubo en todos estos desmanes. Pero cabría esperar algo más, que sería presentar la dimisión en tanto se reconoce corresponsable de lo sucedido por no haberlo evitado. No sería, ni mucho menos, la primera vez que alguien dimite por haber elegido mal a sus personas de confianza, o por no haber controlado determinadas situaciones.
Así pues, con ser justas y necesarias las anunciadas expulsiones resultan insuficientes para que el sindicalismo recupere un prestigio y una confianza que se quedaron en el camino. No se trata sólo de deshacerse de ciertos garbanzos negros, sino también de mostrar una voluntad y una solvencia moral que, desde luego, en modo alguno se poseen.
Y en cuanto a las fugas, consistentes en este caso en no asumir lo obvio, tanto por parte del señor Blesa como del señor Rato, el espectáculo no puede ser más descorazonador. Es aún más escandaloso alegar que ignoraban que el derroche que ambos hicieron con las susodichas tarjetas fuese irregular. Y, aunque ello no fuese ilegal, lo cual es muy difícil de aceptar, pocas dudas cabe aducir acerca de lo impresentable de sus conductas, cuando hablamos de personas que no sólo tuvieron mucho que ver con desastrosas gestiones que llevaron a la ruina a la entidad bancaria a cuyo frente estuvieron, sino que además les resultaron carísimos a la mencionada entidad. Alegar ignorancia, digo, con una frialdad que produce náuseas. Supuesta ignorancia que, como es bien sabido, no exime de ninguna responsabilidad ni legal ni moral. ¡Qué estomagante resulta que, por lo que parece, las personas que firmaron las llamadas preferentes tiene que pagar por su ignorancia, mientras que Blesa y Rato pretendan utilizar como atenuante, incluso eximente, su supuesto e intragable desconocimiento del asunto!
De expulsiones y fugas, episodios o tratados, de esta tremenda novela picaresca que se viene publicando acerca de los desmanes de un tiempo y un país, arruinado, atropellado y sobrepasado por un malestar tan continuo como indigerible.