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Luis Arias Argüelles-Meres

Desde el Bajo Narcea

Cecilia y nuestra educación sentimental

En aquel año 76 en el que Patxi Andión publicaba acaso el que fue su mejor disco, “Tabaco y Oro”, Cecilia fallecía en un trágico accidente un dos de agosto. En aquel año 76, de esperanzas y miedos, en el que este país salía de un letargo que se había hecho eterno, se apagó la vida de una cantante que forma parte de la educación sentimental de al menos dos generaciones.  Aquel dos de agosto de 1976, no sabría precisar con exactitud a qué hora de la tarde, tuve noticia por la radio, mientras viajaba en el coche, camino de Lanio, concretamente en el tramo entre Trubia y Vega de Anzo, del accidente que le costó la vida a Cecilia cuando recorría el país de concierto en concierto.

 Tiempo de cantautores, de aquella canción protesta que, al lado de grandes luces, también tuvo sus sombras de pose e incoherencias. Un verano, el del 76, en el que se anunciaba “un otoño caliente” a resultas de una multitud de conflictos laborales. Un verano en el que Adolfo Suárez acababa de estrenarse como Presidente del Gobierno, y era todavía una incógnita. Un verano que fue un hervidero en lo que a las ansias de libertad se refería. Un verano de música y cine. Un verano a la expectativa de tantas y tantas cosas.
  ¿Pero quién era Cecilia? ¿Qué representaba en aquella España, tan convulsa como apasionada del 76? Ante todo, hay que decir que, según creo haber percibido en su momento, su público, tanto en lo generacional como en lo ideológico, era muy amplio. No era rechazada por las generaciones más maduras de entonces, ni siquiera por la mayoría de las gentes más tradicionales. Había puesto mucha ternura en una canción que hablaba de un cura muy tradicional, don Roque. Contaba una historia que, con toda seguridad, provocaba suspiros a muchas señoras de alto nivel social entradas en años. Hablo de “Dama, dama”.  Quería a su país, al decir una conocida canción suya, desde un innegable fatalismo que podía ser, como de hecho sucedió, altamente compartido.
  Por su lado, las generaciones que entonces suspirábamos por grandes cambios, veíamos en Cecilia a una cantante que no incurría en sentimentalismos hueros ni almibarados, que nada tenía que ver con la España cañí. Veíamos en ella a una joven que ponía voz a muchas cosas de aquel momento, sin recurrir a estridencias ni a panfletos.  Era una de las nuestras.
 Canciones de amor, letras pulcras, música muy de su tiempo. Desencuentros, como era inevitable, con la censura. Mientras, el país se despertaba ante unos horizontes inciertos. Mientras, se caían vendas, los tabús, en su mayoría, eran combatidos. Mientras, la música que venía de más lejos se iba incorporando a nuestro lenguaje, también corporal. Mientras, mi generación dejaba atrás una adolescencia que se nos hizo larga y nos asomábamos a una juventud que tendría tantas y tantas citas con el desencanto.
 Nos quedamos sin Cecilia, la perdimos y nunca dejamos de preguntarnos cómo hubiera evolucionado artísticamente. Cecilia y nuestra educación sentimental. Una España pulcra, sin charanga y pandereta. Una joven de 27 años que nos acompañó tanto y tanto.

Cecilia y nuestra educación sentimental, la cantante que, sin soñarla, soñó con nosotros, asomándose sin aspavientos a los abismos de nuestras vidas, a los precipicios y horrores de nuestra historia.

 Era verano, era un día luminoso. La noticia de su muerte me produjo una inquietante e indeseada soledad.

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Sobre el autor

Luis Arias Argüelles-Meres es escritor y profesor de Lengua y Literatura en el IES "César Rodríguez", de Grao. Como columnista, publica sus artículos en EL COMERCIO sobre,actualidad, cultura, educación, Oviedo y Asturias. Es autor de los blogs: Desde el Bajo Narcea http://blogs.elcomercio.es/desde-el-bajo-narcea/ Desde la plaza del Carbayón http://blogs.elcomercio.es/panorama-vetustense/


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