Hay quienes afirman que la historia no lo absolverá. Aun así, es innegable que en la trayectoria de Fidel Castro la gloria se dio cita. No fue un muñeco en manos de la multinacional de turno para defender intereses bastardos. Su revolución lo glorificó. Su negación de las libertades y sus persecuciones a cualquier tipo de disidencia constituyen sombras tan innegables e imborrables como sus grandes, a veces gigantescas, luces.
Fidel Castro. Con él, la guerra fría alcanzó la mayor intensidad y las temperaturas más tórridas. Fue el triunfo de David contra Goliat. De un David que, en su momento, por la dialéctica de su tiempo, encontró la protección de uno de los grandes bloques que en el siglo XX han sido.
Fidel Castro sobrevivió al comunismo internacional, incluso a sí mismo. Con su muerte, se va el último personaje del siglo XX. Precisamente ahora, cuando casi todo lleva el prefijo ‘pos’, comienza el poscastrismo, toda una incógnita para quienes no conocemos las claves de lo que en esa amada isla bulle y se cuece.
Fidel Castro, con su revolución mandando parar, con su estética tan siglo XX, con el poder de fascinación que tuvo con personajes como García Márquez, Hemingway y otros muchos.
De la revolución que asombró al mundo a la dictadura. De las luces a las sombras, de la gloria a las miserias.
¡Cuánto cinismo por parte de quienes repudiaban a Castro sus políticas dictatoriales al tiempo que silenciaban las injusticias y las miserias en muchos países de Hispanoamérica! ¡Cuánta ceguera la de quienes reivindicaban las libertades en todo el mundo menos en Cuba!
Pero, ante todo y sobre todo, más allá de los panegíricos y de los obituarios más severos, falta lo esencial en la mayoría de las necrológicas que se están escribiendo sobre Fidel Castro. Y lo esencial es que estamos hablando de un personaje que sobrevivió al siglo XX. Su muerte simboliza lo mismo que aquel cisne al que le retorcieron el cuello y puso fin a la literatura modernista, dando paso a las vanguardias del siglo XX.